Han pasado 30 años desde la primera exposición de Jesús Lara Sotelo. El tiempo escuda a la memoria tanto como para permanecer atentos a los cambios y variaciones que han tenido lugar, continuamente, en la depuración de su lenguaje visual y en la síntesis que proporciona su modo de ver y entender el mundo.
Si en aquel momento, sus búsquedas en el legado de las vanguardias artísticas del siglo XX hallaron un resorte estilístico entre la abstracción, la figuración y la voluntad instalativa, hoy ese diapasón se ha extendido a un cuerpo artístico tan fraccionado como unitario, tan dilatado como contraído. De modo que los síntomas y reminiscencias de un género a otro, los contagios, las continuas apelaciones interdisciplinarias nunca han sido unilaterales: los dibujos anatómicos y la indagación en el ser humano anuncian la proyección espiritual del retrato, la consistencia del lenguaje poético participa de la abstracción, la escultura roza las fronteras de lo instalativo, y los paisajes no buscaron transformar, sino participar de la cerámica.
Sotelo se ha servido de todos los medios y recursos para sus indagaciones. En lo que equivale a la cerámica, es posible detectar tres etapas cardinales que mucho le deben a este arsenal pictórico.
En un primer periodo (2006-2008), Lara se halla a la salida de un poderoso alcoholismo. Como una nube pasajera que desaparece y aguijona el alma para mantenerla en vilo, Sotelo buscó su armonía espiritual. Esta, amenazada por el espectro del dolor contra el cual se rebelaba, colocó el ideal de la virtud como dueño y señor del mundo del espíritu, y quedó así convertido, este, en un mundo superior.
La posterior conciencia de sí que le otorgaba vigor y profundidad a lo real, influyó en una fuerza ética constructiva que reconciliaba al artista, -anteriormente con el género del paisaje y ahora con la cerámica- en lazos de unión con las formas y concepciones de la herencia cultural, pero creando al mismo tiempo, un punto de arranque hacia un “estilo nuevo” a su maniera.
Como los samuráis maestros del té que solían inspirar sus propios motivos visuales en las vasijas cerámicas, Lara, en una primera etapa, crea una visualidad muy peculiar. Retoma la gestualidad de sus paisajes cuando con la espátula, mancha e impregna la masa de color, crea surcos, obtiene relieves, texturas y superpone los tonos obteniendo terceros (Abstracción, 2006). Muy similar ocurre con Lunar (2008), que parece traspolar un fragmento de paisaje en un momento de luz, como los impresionistas decimonónicos, en toda la riqueza de color que le permitió al artista ajustar la sensación del volumen mediante matices lumínicos.
Con Idolatría (2008) y Ánfora (2006), no intenta representar a la naturaleza, sino evocarla conceptual y sensorialmente. Se entabla así una nueva sensibilidad dada a las incrustaciones en el volumen esmaltado, de piezas de cristal y silicona que responden simbólicamente a las tensiones mismas de la obra y a las inquietudes artísticas del autor, en el que palpitan los efectos abstraccionistas de su lenguaje visual. Estas son, en sentido general, formas terminadas, cerradas en sí, corpóreas, que adquieren la organicidad de la estructura.
El segundo momento viene dado a partir de la definitoria asimilación de las tradiciones antiguas orientales, ya ejercidas con anterioridad por el artista en prácticas de artes marciales y deportes de combate. Este aprovechamiento del legado en su forma tardía -dado que ha tenido su esplendor en otros momentos de la historia y que, para nuestra idiosincrasia, supone un lenguaje recién nacido, casi informe- como el juego de tablero estratégico Go, la inserción en la filosofía budista y en la meditación, reactualizó hasta sus capacidades más latentes.
La meditación antropológica que deja verse en la serie de pintura abstracta Shangai (1998) anunciaba estos acercamientos a mayor hondura.
Las cerámicas realizadas en el año 2010 y expuestas en Supremacía del éxtasis, muestra personal de Sotelo en el Memorial José Martí, revela señales de un producto maduro, contenido, fuente de una unidad integracional que indaga sobre las alternativas del hombre en sus circunstancias concretas sin reducirse a un marco de relaciones identitarias específicas, culturales o sociales. Piezas como Ánfora, Lago y Plato invitan al silencio de la contemplación de un universo en equilibrio, ni nacional ni foráneo, simplemente artístico, donde la serenidad dignifica la espiritualidad del hombre y las energías compartidas con su naturaleza interior.
Sobre el fondo negro, Lara utiliza empastes de color, líneas que serpentean, simbologías, chorreados a lo Jackson Pollock. Esta tendencia a los diversos modos de expresión creadora y a la multifocalidad del arte, es lo que le ha permitido crear una especie de “collage visual” que reúne cerámica y poesía en un mismo objeto artístico.
La caligrafía de la palabra se moldea a la arcilla, coexiste con el trazado de las formas minuciosamente dibujadas con un fin expresivo y con una libertad donde los medios pictóricos han adquirido su propia fuerza. En este inmenso mar de espacios compartidos sobreviene la conciencia literaria y el sentimiento artístico fortificado por el espíritu y la cultura, de modo que, en otro campo de autores, destaca la presencia de un samurái que no abandona su katana, Miyamoto Musashi. Hombre de combate, maestro de la pintura, del trabajo en metal, entregado a la caligrafía y a la escritura obtiene, como Sotelo, una totalidad orgánica, armónica y acorde a un estado de serena satisfacción donde un solo rasgo del espíritu ilumina todo el cuerpo, como formas generalizadas del intelecto.
La tercera y última etapa se sitúa a partir del año 2015, con la cerámica realizada a propósito de la exposición Seda y acero, (Museo de la Danza) hasta la más reciente expuesta en la muestra retrospectiva Fuego y meditaciones (Galería Teodoro Ramos Blanco, 2017).
La cualidad de esta serie viene dada a partir de una simplificación o reducción progresiva de los motivos icónicos, creando una sensación por momentos de provisionalidad, de objeto inacabado. Casi pudiera decirse que, en lugar de ir del proceso al acabado, el artista prefiere sumirse en este transcurso factual, participar de él, abandonarse a la lascivia. Su método no es vestir, sino desnudar, y aquí los elementos formales se corresponden con la proyección conceptual que tiene lugar en la escritura aforística de libros como Mitología del extremo (2010) y El Escarabajo de Namibia (2016).
El aforismo, como la cerámica, alcanza su belleza en la sobriedad de las formas precisas, en la inmediatez del impacto. Ambos, se van desarrollando poco a poco en constante gradación, encadenados el uno al otro con efecto creciente. Y así se revela esta realidad plena, puramente sensual, satisfecha de sí misma, desnuda en su regocijo. La obra de título homónimo, Seda y acero, subraya estas cualidades, donde descubrimos más el sentimiento que la vibración, más la sensualidad que la voluptuosidad.
Más allá de la intención plástica, el torrente de las líneas danzantes se extiende a la propia forma de la pieza, haciendo del objeto artístico utilitario una obra de arte, cuya riqueza se consigue a través de contornos estimulantes, placenteros, urgentes que remiten a una estética de lo erótico, asegura la historiadora del arte Deney Terry. En efecto, las cerámicas se impregnan de sensualidad por la originalidad de las formas, a menudo, ovaladas y curvas, asimétricas e irregulares, de un esmalte monocromo lleno de fuerza y vitalidad.
Han pasado 30 años desde la primera exposición de Jesús Lara Sotelo. El tiempo reivindica toda asociación previamente concebida y quién sabe si mañana esta cerámica encauzará novedosas obras maestras, porque Lara se mantendrá operando sin estrechamientos en el campo visual, con vista hacia todas las direcciones, apoderándose del mundo real en su multiplicidad, y expresándolo mediante un lenguaje flexible y abierto a todas sus combinaciones.