El valor de la cerámica en Lara radica más allá del producto terminado. Son piezas que responden a un proceso ritual de facturación. Fuego, arcilla, aceites cromáticos y pavesas ardientes dan forma al reservorio de imágenes del artista y trascienden el umbral de la fantasía para coexistir en el mundo de las cosas palpables. Se trata de una obra cargada de erotismo donde la intensidad abstraccionista de los primeros tiempos se ha condensado y amenaza con un estallido de emociones constreñidas.
El colorido exuberante de aquella etapa se apaga ahora en pos de un producto maduro y contenido. Así, los fondos negros adquieren predominio en esta nueva propuesta, donde la línea asume el protagónico como elemento portador de luz y movimiento. Es el caso de una línea estilizada, que sigue el curso de un camino sinuoso y se regodea en salpicaduras que por momentos recuerdan el dropart de un Pollock sumergido en su más fervoroso universo creativo.
Con frecuencia, Lara utiliza la sucesión de líneas en forma de rallado consiguiendo un organicidad rítmica que no solo llega a felices términos en su obra pictórica, sino que, evidentemente la cerámica en su apropiación de dicho recurso ha resultado un objeto igualmente enérgico, intenso, activo. Asimismo, aparecen manchas a relieve que transmiten una sensación de frescura sin perder el refinamiento o lirismo.
Su disposición espacial suelta y desenfadada nos habla de una búsqueda constante de libertad. La conjunción de estos medios tiene como efecto gratificante una textura que, recordando la técnica de grabado colográfico, invita al tacto, por lo que puede hablarse una obra puramente sensorial y expresivamente desbordante.
Más allá de la intensión plástica, el torrente de las líneas danzantes se extiende a la propia forma de la pieza, haciendo del objeto artístico utilitario una obra de arte, cuya riqueza se consigue a través de contornos estimulantes, placenteros, urgentes que remiten a una estética de lo erótico.
La unión sexual encuentra su expresión en estas piezas que en su mayoría constituyen parejas y que en su flexibilidad y generosa volumetría nos hace pensar en un conjunto inseparable que inspiran fragilidad e invitan al cuidado mutuo. En ocasiones los contornos de la pieza adquieren rasgos o perfiles faciales, fusionándose en líneas continuas con curvas sugerentes que hacen crecer el deseo, en tanto parecen decir, y dejan finalmente el sabor de la expectativa.
Si bien encontramos en ocasiones indicios de una posible figuración –generalmente relacionada con el imaginario cósmico, así como espirales y elementos fitomórficos–, lo cierto es que nos encontramos ante un arte no ilustrativo, sino más bien contemplativo. En este sentido, el recurso metafórico rompe con el camino trillado o bien con el estereotipo de la obra descriptiva, para desembocar en el campo de la meditación y lo reflexivo como elemento enriquecedor del universo sensorial.
Se manifiesta una obra cuya riqueza no reside únicamente en su plasticidad sino que se advierte una intención más profunda traducida en símbolos, ocasionalmente en color y de manera puntual en la incorporación de elementos externos propios de otras manifestaciones trabajadas también por el artista. Habita por momentos un sufrimiento intrínseco que parece encarnar el martirio de San Sebastián, clamando sobre el zócalo de los placeres en cuyo centro sigue palpitando la gran problemática de la verdad.