Sobre Antología Poética El laberinto ante mí (1991-2016)
Nada más difícil que interpretar una poética donde el universo todo y su angustioso devenir bajo el ¨vale todo¨ de la posmodernidad, nos descubren a un excelente poeta: Jesús Lara Sotelo, cuya antología abarcadora, casi monumental, y a la que el autor ha denominado El laberinto ante mí, es un deslumbrante testimonio de la incertidumbre que acompaña a un ser humano indomesticable cuya preocupación fundamental parece ser desafiar al Minotauro a partir de incómodas e irreverentes interrogantes.
Conformada por unos trece libros que abarcan volúmenes escritos entre 1991 y 2016, lo primero que sorprende en la compilación realizada por el propio autor, es el crescendo tanto formal como conceptual que se advierte entre su obra de juventud (comenzó a escribir a los diecinueve años) y la que ahora mismo lo convierte en uno de esos poetas escurridizos ante las clasificaciones y ya capaz de sacudir el panorama de la actual lírica cubana con una originalidad proveniente de un angustiosa y singularísima experiencia vital.
Cabría resaltar, desde ahora, que Lara Sotelo, como César Vallejo, está llorando al ser que vive, y que todos sus desplantes metafóricos funcionan, a mi entender, como mecanismos de defensa de una frágil y delicadísima sensibilidad que se manifiesta, sobre todo, en los numerosos poemas eróticos que ocultan la imperfección de la vida en pareja lejos de los marcos de la sexualidad.
El sexo en toda su increíble gama de emociones, y hasta prejuicios, está presente en casi todos los poemarios seleccionados y es inevitable que, escondido en la crudeza que encontrarán en estas variaciones los lectores pacatos, haya un sentimiento de insatisfacción en estos encuentros circunstanciales que revelan incompatibles maneras de alcanzar una plenitud imposibilitada por el choque entre culturas o las diferentes formas de aproximarse a un mundo todavía cargado de tabúes e inhibiciones pese a las pretendidas liberaciones que trajeran los años sesenta.
En este sentido, es tal vez en ¨Paradoja: Capítulo al éxtasis¨ (1994), donde mejor se advierte ese desasosiego que sobreviene al acto puramente sexual y que Lara expresa muy bien con referentes en lo fundamental pictóricos. En este libro el cosmopolitismo se transforma en poesía más allá de lo meramente descriptivo: es un libro nostálgico donde las emociones contenidas no logran ocultar esa soledad que busca abrigo en sucintas revelaciones personales.
A lo largo de su carrera como poeta, Lara Sotelo apela al recurso de una vasta cultura cimentada en su propio oficio de pintor y extendida a disciplinas como la filosofía, el sicoanálisis, la literatura, la música, la teología y hasta las ciencias, para evitar cualquier vestigio de sensiblería que pudiera empañar la contundente capacidad revolucionadora de su poesía.
No en vano su poema ¨Laberinto¨, que forma parte de uno de sus cuadernos más estremecedores, (¨Amaranto¨, del 2015), expresa con vocación intelectual: «He estado pensando en vivir en una biblioteca… Mi cosmos es ese laberinto que ideó Borges con libros que se repiten de un paso a otro, de un estante a otro en las disímiles lenguas de la vida».
Es decir, que aun cuando el mundo de las artes, de la literatura y del conocimiento en general, son protagonistas esenciales en una obra donde una cultura que roza la erudición nos advierte sobre la cosmogonía del emisor, esas ¨disímiles lenguas de la vida¨ nos remiten a una existencia que se yuxtapone a la ¨sobrenaturaleza¨ de la que hablaba Lezama para confrontarnos con un discurso más existencial que libresco, signado por un afán insaciable de confrontación tanto con el mundo que rodea al poeta como consigo mismo.
La cualidad cognoscitiva, siempre indagadora y nunca aprendida en dudosos manuales, se extiende a todas las disciplinas del humanismo en búsquedas atemporales y desordenadas mas al completar la lectura de cada texto, nos muestran sus secretas conexiones, sus imbricaciones secretas, el esplendor de una escritura que, si bien morfológicamente roza lo descomunal, nos sorprende de repente con una delicadeza y una ternura acechantes dentro del discurso un tanto brutal y que a algunos lectores podría resultar agresivo si se acerca a estos poemas de una manera superficial.
«Enfermo de universo» —como él mismo se define— Lara Sotelo es el poeta cubano en el que mejor he visto expresado el espíritu del fin de un milenio y del comienzo de otro y esa ¨sed inconclusa¨ que lo arrastra desesperadamente hacia una utopía a la que ya no puede aferrarse, la que lo lleva con compulsividad tanto a la palabra como al pincel.
Más que retratar el mundo, el autor de El Laberinto ante mí es el creador de un metarrelato en el que el lenguaje suple ese realismo ramplón propios del exteriorismo o de lo conversacional, aun cuando en ocasiones reelabore modismos específicos de esas tendencias para convertirlos en otra cosa. De ellos le interesa, sobre todo, una claridad expositiva que conjuga con el hermetismo de imágenes insólitas y asociaciones inesperadas.
Por momentos parece que se acerca al surrealismo pero no hay nada de automático en su arsenal expositivo. Lo convencional no haya cabida en versos que parecen alucinantes y que, sin embargo, poseen una racionalidad profunda, la de una ¨oscura cabeza negadora¨ que se propone hablar de lo inasible, «de aquello que no nace por herencia ni muere todos los días».
A Jesús Lara le espanta la originalidad entendida como un artificio y denuesta del estilo, aun cuando es un feliz poseedor de este último, un estilo forjado a prueba de autenticidad, de honestidad y de sinceridad consigo mismo. Sabe que «el mundo no anda mal, es el hombre quien anda mal, es decir, jodido, enfermo, atiborrado de destellos inútiles, fragancias de artificio».
Como él mismo declara, ha decidido alejarse de los cánones inútiles y lo ha logrado a fuerza de un gran desgarramiento porque para él «solo las metáforas organizan el caos». Así, una poesía que pudiera volverse caótica por el cúmulo de rebeliones, instintos autodestructivos e inconformidades con el presente, se estructura con armonía gracias a la belleza inusual con que el autor presenta sus cartas credenciales. Esa belleza no excluye lo que algunos pudieran calificar de antiestético o feo.
Desde el primer libro, ¿Quién eres tú God de Magod? (1991) hasta el maravilloso ¨Diccionario de la lengua dantesca¨ (2016), el autor da pruebas de una creatividad desaforada que, sin embargo, constituye un todo, un sistema, una cosmogonía que incluye desde lo local hasta lo universal con un inédito sentido de la cubanía que asimila la globalización como testimonio de que la insularidad ha dejado de serlo sin perder su identidad esencial.
De esta manera, nos dice, «la sobredosis que mató a Janis Joplin me convirtió en un hombre triste antes de conocer la tristeza», muestra de ese sentido más humano que nacional y en el cual subyace el apotegma de ese otro gran cubano universal, José Martí, cuando expresaba que ¨Patria es Humanidad¨.
Ello no le impide adentrarse en el país donde habita cuando, por ejemplo, en ¨¿Llagas inéditas o ensayo insomne?¨ (2003), sentencia una de las características del cubano: «este país tiene vecinos que un día te socorren/ y otros te aplastan con el ruido infernal de una carpintería».
Un incesante recorrer el mundo ha permitido, quizás, que Lara Sotelo tenga este sentido que evita la vanidad del aldeano. Comprende muy bien el arte, pero también, y sobre todo, a los hombres que dejaron jirones de sí mismos para trascender en el tiempo.
Pongamos, por ejemplo, esta aseveración de increíble profundidad y sencillez: «La soledad es el momento en que Jackson Pollock intuyó que la vida es un derrame constante sobre un lienzo fugaz».
Por eso este poeta «como el irlandés Francis Bacon cree en la fragilidad del ser, en la existencia vulnerable» y es de esa fragilidad y de esa vulnerabilidad de donde emerge todo el poder y toda la fuerza de sus interesantes propuestas estéticas que se lanzan como tanques blindados hacia los poderes hegemónicos, hacia los atropellos e inequidades causantes de tantas desdichas en casi todos los rincones de nuestro mundo agonizante. Allí están para demostrarlo los poemas de muchos de sus libros pero en especial, ¨Trece cebras bajo la llovizna¨, un libro que podríamos calificar de denuncia si el término no fuera tan simplista como para aplicarlo a unos textos que son más ontológicos que sociales.
Por supuesto que hay en esta antología libros que prefiero a los otros. Entre ellos podría citar: ¨Amaranto¨, Lebensraum, ¨Trece cebras bajo la llovizna¨ y Domos magicvs. Pero son solo preferencias personales que ni yo misma sabría cómo explicar.
La antología es tan sobreabundante, tan rica en propuestas conceptuales y estéticas, que sospecho que cada lector podrá elegir y quedarse, sencillamente con todo, porque en definitiva los textos que en ella se reúnen son tan autónomos como inseparables.

Obra Boxing Citadino. Fotografía digital. Backlight. ©JesúsLaraSotelo.2013
La gran polisemia y nivel de sugerencia de esta colección van a admitir, estoy segura múltiples interpretaciones. Es una antología interrogadora, que si atraviesa el Laberinto no es precisamente para matarlo. Bien sabemos a estas alturas que ningún arte es capaz de cambiar el estado de cosas que persiste en el universo pese a sus buenas intenciones. Ni siquiera de transformarlo.
Como bien dice Lara: «Ojalá que mi mente fuera un surtidor de respuestas en un mundo de tantas interrogantes». Pero en ocasiones una interrogación es más contundente que una aceptación obediente o una cómoda pasividad ante el absurdo de la existencia. Jesús Lara solo puede ofrecernos palabras: «Palabras duras, suaves, elementales, ambiguas, cínicas/cargadas de esperanza o de temor, en fin, palabras».
Aferrémonos a ellas como única utopía posible en estos tiempos en que ¨toda interpretación es un extravío¨ y al ¨no ser lo que otros esperan¨ muchos nos dan la espalda.
La Habana, 30 de mayo de 2016
La gran polisemia y nivel de sugerencia de esta colección van a admitir, estoy segura múltiples interpretaciones. Es una antología interrogadora, que si atraviesa el Laberinto no es precisamente para matarlo. Bien sabemos a estas alturas que ningún arte es capaz de cambiar el estado de cosas que persiste en el universo pese a sus buenas intenciones. Ni siquiera de transformarlo.