Realidad, exageración, laberinto y belleza
Gargantúa conversaba con un monje y le decía: «No me gusta sujetarme a las horas; las horas se han hecho para el hombre, y no el hombre para las horas, y así yo hago con las mías lo que con los estribos: los acorto y los alargo, como mejor me parece». Así el poema. Solo que tal decir no es aplicable por completo a la poesía, porque ella se ha hecho para el hombre y la mujer complejos y vitales sobre sus vidas, pero hay hombres que también se han forjado, incluso a sí mismos, para la poesía. Y digo poesía como quien habla en plural. Prefiero sostener los brazos abiertos, como la imagen famosa de Da Vinci, para recibir esa esencia múltiple que «vive» en el cosmos, tan plural como decir Vida. Pero al poema sí, que se acorta y se alarga y se hace como demarcó Pablo Neruda en Confieso que he vivido: es el poeta quien lo determina. El poeta-pintor sabe cuándo debe usar el caballete o cuándo va a trabajar con las proporciones de un mural, qué hacer si pinta sobre inmaculada cartulina o sobre lienzo, y cuál va a ser la «forma» de su poema o cuál el modo semiótico de su «comunicación».
Jesús Lara Sotelo permea su poesía con el encanto de la definición, por eso los verbos ser y estar se desplazan de un poema a otro; quizás la conjugación de ser (es) en presente de indicativo sea la palabra más usual en su poesía, pero claro que él, conocedor a fondo de las entretelas líricas del oscuro José Lezama Lima, no se atrevería a definir qué pueda ser la poesía. ¿Puede resumirla el laberinto, lo ensortijado, la serpentina, lo sinuoso y ondulante? ¿El caracol, como aquellos que figuran en ¨Peldaño¨, ¿sería la metáfora mejor para tratar de definirla? Sabio, Lezama usó esa imagen que no está lejos de algunos momentos del propio vocabulario de Lara: ella es un caracol nocturno nadando en un rectángulo de agua. O sea, la indefinición en esencia, el imposible, lo que puede ser misterioso.
A veces me cuesta deslindar entre las artes: si ellas no tienen poesía, no son arte. El propio concepto de literaturidad, ¿qué es, sino un por ciento elevado de poesía? Jesús Lara Sotelo pinta o cuenta o versifica. El poeta sabe, pantagruélicamente, de «las cosas que nos guarda el porvenir», exageración de las más graciosas en boca de Gargantúa, ¿cómo puede el porvenir guardar, si lo guardado fue un acto del presente con implicación de pasado? No es lo mismo si dijera «aguarda», quizás poco poético por demasiado lógico. Pero un libro es lectura de porvenir, y ese libro guarece su tesoro para hacérnoslo llegar al leer. Jesús Lara Sotelo presenta así una caja mágica: la que guarda el futuro. El laberinto ante mí despliega su enigma como en una prolongación o un laberinto, la lectura debe ir develándolo, desenrollando su trayecto, entrando en él, convirtiendo el futuro de la lectura en presente activo.
Cuando un poeta llega a la necesidad de compilar, o de antologar la obra propia, siente que su poesía ha llegado a un grado de madurez que requiere afrontar el tiempo, ese que también ha ido marcando la vida del autor. ¿Quién sino él ha tenido toda su obra en manos? Pocos. Y el poeta halla la necesidad de comunicación más extensa, porque no ha escrito para unos pocos, su poesía busca el efecto y el afecto de la lectura, por eso el poeta traza el camino de una entrega selecta, si bien generosa, que haga ver el conjunto de lo logrado desde un perfil, desde un punto de vista, más amplio. Esta es una necesidad expresiva para un artista que tiene en la poesía un modo comunicativo, obra para darse, no para el ego en soledad.
¿Qué ha juntado Lara Sotelo?: Ayer de letras. Pareciera que la poesía tiene un fuerte don elegíaco, o al menos, aun siendo expresión de felicidad, implica asunción del ayer, que es lo que va expresando el poema como en desesperado acto de «salvar» y «salvarnos» del tiempo inexorablemente rápido, fugaz. El poema salva el «instante raro de la emoción», que dijo José Martí respecto de ella. Pero esa «salvación» por la palabra implica que el poeta, es el caso de Lara Sotelo, trabaje con conciencia de que no escribe por azar, sino por arte. Son diferentes los mundos expresivos de la pintura y de la palabra poética. Son artes de rumbos diferentes, pero no divergentes, acaso sean complementarias.
Hay que ver el asunto en los genios, un Da Vinci o un Benvenuto Cellini, sobrados en maravilla, necesitaron escribir sonetos y fábulas, o su Vida, de modos diversos cargados de poesía. Siempre me ha impresionado mucho que el introductor de la papelería davinciana (sobre Tratado de la pintura), el conocido ocultista francés Josef Péladan, observara que el magno artista: «se ocupaba de las neblinas y de las humaredas, de las polvaredas y de la sombra de los puentes, de los efectos de la lluvia y del viento, de los movimientos del agua, y qué registraba un efecto de nube sobre el lago Mayor…». Se trata de ver, percibir la poesía del mundo, yacente en el cosmos hasta que el ojo inteligente la captura, la expresa y la convierte en arte semiótico.
Si siguiese la mirada del gran artista, enfocándola sobre le entrega que nos hace Lara Sotelo, vemos en ¨Las vestiduras del disparo¨ que «el viento arrastra una neblina a través del desierto africano de Namibia», y en ¨Metáfora de infancia¨ que: «Más allá de la humareda hay un huerto»; el poeta se ocupa de la polvareda de manera singular en ¨Catedrales de cristal¨: «siempre conservaremos, la misma tos al amanecer, las mismas ganas de amar y conquistar horizontes de polvo y luz». Respecto de la sombra, Lara Sotelo no la observa debajo de los puentes, pero mira en ¨Mística del adelanto¨ a través de la palabra poética, de la poesía, como un pintor: «Los dibujos esbozaban, con mirada pueril, mi mundo: el amor todavía tímido, el paisaje sin perspectiva ni sombras, la luz como un derrame incontenible, las caras de personas felices, la casa sin penumbras». En ¨Salto del hombre extraviado¨ acude a la davinciana lluvia para observar sus efectos de este modo: «El salto termina en lluvia, en un deseo de lluvia que limpie los caminos que conducen a la casa», o en ¨Sol imposible¨, más próximo a la observación de Péladan: «y en el viento que agita la superficie de la charca»; ¿cuántas veces a lo largo de su poesía extiende Lara Sotelo su mirada hacia las nubes y sus efectos?, baste ver en ¨El tigre, el poeta y la perspicacia¨, dedicado al poeta Alberto Marrero, como se deja ver: «una imagen del tigre flotando como una nube de oro en las tardes del universo».
No es que yo quiera cobijar a nuestro poeta bajo el halo de uno de los grandes genios de la humanidad, sino advertir cómo las miradas de los artistas, inconscientemente, se superponen, porque tal ejercicio comparativo puede hacerse cuando el creador posee un compromiso estético hondo con la realidad vivencial, con el reflejo del mundo y lo mira con ojos de observador detallado. Y ese es el quid de El laberinto ante mí, la grave sensorialidad que presiden sus textos, una observación sensual que pasa por el intelecto, que prefigura reflexión, diálogo con las cosas y las gentes, por lo que al poeta le convienen todos los temas, desde los eróticos, enmarañados incluso y hasta apetecibles para un coloquio con Freud, hasta la mirada pictórica del universo en torno, los sonidos que se desgranan como música alrededor de ser, palpar con el júbilo y la fuga de que gustaba Emilio Ballagas, sentir el olor como «olor a sudor fresco / mezclado con una suave fragancia», o esta conjunción sensorial en ¨La egipcia de los gatos¨: «Huele a flor de anís y a veces a leche fresca/ que muchos sueñan con saborear entre sus pliegues».
Me sirve, además, la connotación lírica de un pintor que se abre a la palabra para advertir cómo los paradigmas de la mirada del artista se yerguen siempre que se mire al mundo en torno con profundidad y gozo y curiosidad insaciable. La vista fija derroteros que, como en el ejemplo davinciano, resulta luego arte, transformación o elaboración o traducción de lo observado, devenido arte. La poesía de Lara Sotelo posee esa inquietud ante la existencia, al grado de que le despierta, le desvela, le lleva a observar: «Es curioso [que] a veces lo más rápido es lo que más persiste en la mente, o aferrado a la piel. La memoria de un perfume fugaz, por ejemplo, nos acompaña hasta la muerte». Esa aprehensión del poema de Lebensraum (2016) preside toda su manera de apresar la poesía, se verá en todos sus textos desde ¿Quién eres tú, God de Magod? (1991) hasta el juego de los aforismos. Es una poesía que se torna lúdica porque pone en juego dos maneras diferentes de poética, pero no antagónicas: la reflexiva y la emocional. ¨Salmos de llovizna¨ es un buen ejemplo:
Escucho salmos de llovizna.
La gravedad del firmamento conmueve,
saca el espíritu a flotar.
Agua perpetua que el dolor cobija,
laberinto de cálidas maquinaciones.
Los salmos hablan de un invierno distante,
de clavos que aseguran vigas
y animales salvados en medio del diluvio.
Ese sentido «salmódico», de canto, himno a la vida, aparece incluso en los poemas más «materialistas» por eróticos; el macho elemental hace gala de su erotismo mediante una conjunción de lo que llamaríamos la emoción pensada en ¨Bilingüe¨: «Mis triunfos en el sexo se deben / al dominio de lenguas extranjeras». Cierto exhibicionismo o gala de poseedor, de penetrador «en las enigmáticas voces del placer», llevan al poeta a admirar la sexualidad humana, a cantarle en gozo, como parte esencial de la plenitud de la vida. Es lo que dice en ¨Anillos infrarrojos¨:
Me disocio para oler sus huesos
y ese temblor de mar que revela su vientre.
Acaso busco la plenitud.
Idealizar a una mujer me hace sentir
la sed y el hambre de una manera distinta.
Cómo no descubrir el universo en sus ojos.
Cómo no vislumbrar los límites de la fe y la desilusión.
Cómo abandonar el instinto que me lleva una y otra vez
al acto de olfatear sus huesos
y sumergirme en el mar incierto de su vientre.
No por trabajar a veces las sombras, el claroscuro, lo nocturno, Lara Sotelo resulta un poeta hermético; antes bien, labora el poema con diafanidad, poeta del día, solar, incluso la noche se puede tornar luminosa o rapto de eros, o instante de emoción. Su lenguaje es directo, aunque por momentos deje deslizarse el juego tropológico hacia metáforas, símiles o figuras de pensamiento que no son traídas para oscurecer, sino para embellecer. Si de algo gusta el poeta a lo largo del libro es de la belleza, y cuando no la observa, la fealdad (sensorial incluso, mal olor, sabor acre, ruido…) sirve de contraste al ideal.
La sensualidad recorre esta antología, porque Lara es un poeta sensorial, no puede desengancharse de su mirada de pintor, de ver el color del universo y sentirlo como un inmenso cuadro. Esa sensualidad no siempre se soluciona como eros, sino también como desplazamiento, y entonces el poeta deja a un lado su fuerte sentido sensual y se lanza a la reflexión, visible en el poema ¨Caracol humano¨, y lo afirma de manera decidida: «Quizás somos como esos pequeños caracoles que se aferran a un destino tan lento como su paso por el mundo. Un laberinto ante mí, infatigable, entre la confianza y el terror», que es como decirnos que somos seres aferrados a nuestro destino, cuyo desenlace cruento es parte de la vida.
Lara es poeta de la vida, no de la muerte, y en todo caso: «El poeta también comete travesuras: debe matar de un infarto a la muerte, levantarle la saya y hacerle el amor».Creo que el poeta Alberto Marrero tomó el toro por los cuernos cuando advirtió, respecto de la poesía de Lara Sotelo, que:
Tampoco deja de tocar contenidos tan perentorios como la angustia del hombre moderno, la locura consumista, los iconos de la llamada cultura de masas, la alienación, la crisis económica y ecológica, el racismo, la homofobia, la xenofobia y otros males sociales, dentro de los cuales incluye una mirada crítica sobre nuestros propios problemas como la burocracia, el egoísmo y la vulgarización de la existencia. Lo cierto es que nos encontramos ante un artista que parece desafiar los límites de su propia capacidad y se empeña en una suerte de cruzada a favor de aquello que considera paralizador y dogmático, otra peculiaridad que lo sitúa, a mi juicio, fuera de toda etiqueta, tendencia u estilo.
Me detengo un poco en este párrafo caracterizador. El sentido de lo original puede asumirse si vemos que el poeta quiere enfatizar su voz antes que marcar sus influencias. Nuestra existencia intercomunicada pone en solfa cualquier vanidad de magister dixi, y el poeta lo sabe, el artista Lara Sotelo querría abrazar al mundo. Lo hace en su pintura. Él va desde el retrato hasta el abstraccionismo, desde el paisaje hasta la expresión fuerte, fálica, llena de implicaciones ambientales. Su pintura a veces trae una mirada entre irónica y crítica que se acentúa en su poesía. El que participa de la realidad no quiere ser un realista sin imaginación, un naturalista devenido testimoniante, un fotógrafo sin arte. De manera que el ambiente contaminado en que bien o mal vivimos, ofrece al poeta motivo de reflexión y también una manera de gozar en él, junto al paso fugaz por el tiempo. Como si recurriera al Eclesiastés, él afirma: «Hay un tiempo para cada cosa», lo cual pareciera una ¨Ligereza sutil¨, pero es más, porque se trata de no venir a defender la cotidianidad sin asumir sus fallas, sus fealdades, sus carencias de libertades, de verdadera realización humana. Como decía José María Heredia, el poeta se acerca a las bellezas del físico mundo y a los horrores del mundo moral. Esto lo asume Lara Sotelo sin arrogancia, pero bajo la doble valencia de un sentido de solidaridad y abrazo humano junto a una actitud egótica de poeta a quien le es imposible ocultar su ser para la poesía, que quisiera aprehender para aprender, poseer, saber, conocerlo todo y no negar nada, pues nada humano le es ajeno, nada poético tampoco.
Ese es el sentido de su ¨Invocación postrera¨, en que el poeta siente, como el chileno Vicente Huidobro, padre del Creacionismo, que puede ser un «pequeño dios»: «Lo espero todo y nada. God de Magod, si tu onda es voraz, súmame a tu demencia, a la madeja infinita de estos días en que por fin soy, como tú, un dios que inflama el universo». Entiéndase inflamar para cambiar, ese es el sentido de esta poesía que quiere advertir la constante pugna entre tradición y ruptura, romper y guardar, fijar como salvación hacia la eternidad. Esa contradicción «mágica» da sentido al título de su segundo poemario: ¨Paradoja: Capítulo al éxtasis¨ (1994). Y es también la contradicción, lo paradojal de otro título suyo: ¨Zen sin Sade¨ (1999). El poeta explora en lo femenino y lo masculino, en la convergencia andrógina, en la sexualidad sin fronteras o con la enorme frontera del horizonte del amor. ¿Alguien puede creerle que afirme tener un ¨Ojo sencillo¨ (2007)? Complejísima es la mirada del poeta Jesús Lara Sotelo.
Digamos que usa un disfraz. Todo lo que va a trascender se disfraza. A diario cada uno de nosotros somos muchos, no solo el «yo soy otro» que proclamaba Arthur Rimbaud, poeta que revolucionó a la poesía mundial, sino, como propuso el gran portugués Fernando Pessoa: somos legión dentro de nosotros mismos, y de ahí nacieron sus heterónimos. Usamos disfraces para vivir en sociedad, para estar contentos con nosotros mismos, para disuadir a quienes quieran indagar en exceso en nuestra interioridad, o para mostrar la multitud que llevamos dentro. El propio poeta lo dice en ¨Desconfianza¨: «Vivo bajo el disfraz de una tormenta o en la aparente serenidad de un clown que no muestra sus llagas». No era Jesús quien mostraba sus llagas, sino que es la posteridad de la fe en Él la que las muestra. El que llamamos Señor cuando debíamos llamarlo Compañero, se ocupaba mejor de sacar los demonios de los demás, que en algunos eran enjambre, hervidero, precisamente «legión». Lara Sotelo saca esos demonios a través de una poesía nada serena ni plena de esteticismos formalistas. Cierto que sus contenidos y sus formas se equilibran, pero al poeta le interesa de manera enfática el qué decir, lo que llamamos el «contenido», que dicta sus proporciones.
El poema puede venir en prosa, en verso métrico, libre, semilibre, experimental, en forma de aforismo o de enunciado. El poema no es una camisa de fuerza. Lo que importa (si bien la forma y la expresión de los contenidos son objetos de diamantino interés) es la poesía. El contenido no es lo mismo que «el mensaje». Sabemos que en una ocasión un bien intencionado señor le preguntó a Pablo Picasso cuál era el mensaje de su obra, y el maestro le respondió que él no era una paloma mensajera. Pero Picasso no fue un pintor formalista. Le importaba el qué decir. Si bien dice un refrán (y gustan las sentencias a Lara Sotelo) que no tener nada que decir no es motivo para estar callado, es mucho mejor pararse frente al mundo para preguntarle qué es, por qué la circunstancia nos gusta o no, qué soy, quién eres, qué somos, a dónde vamos… Y luego, henchido, sobreabundante y a la vez lleno de carencias, el poeta ha de tomar el pincel o la pluma o el equipo electrónico y dibujar-escribir lo que ha visto y vivido, o lo que ha creído ver o vivir, y para ello usa el aparato semiótico, comunica, revela y oscurece. Si somos diablo y ángel se debe a nuestra valencia humana. Suerte de caracol, gente laberíntica donada por los entresijos de la inteligencia.
Alguna vez me fijé, en otro texto, que cuando el poeta trabaja el verso, suele usar el encabalgamiento para que la idea inicial no quede cerrada solo en una línea, o prefiere usar los signos de puntuación, como los dos puntos, para invitar a completar la frase en la siguiente línea versal, o el enunciado está completo, pero resulta tan «extraño» e incitante, que es mejor seguir leyendo para ver de qué se trata. Estos recursos (estilísticos) se suman a la peculiaridad de usar palabras de connotaciones encontradas, a veces paradójicas, casi no relacionables, con lo que el poeta aplica una técnica mixta más usual en pintura o collage, porque a veces sus poemas son esto último o se reúnen como en un gran collage, mural, juego de variedades. Cierta desmesura de contenidos pareciera necesitar más espacio que esos poemas breves, pero no: son concisiones que dicen exactamente lo que el poeta quiere, aunque ese querer nos resulta a veces un poco pantagruélico. Tal es el caso que los poemas centrados en diez o veinte versos, parecieran más largos, dada la densidad conceptual lograda en ellos. Todo el espacio del poema queda cubierto, cerrado en sí, pero se calza muy bien con el conjunto del libro en cuestión.

De izq. a derecha el poeta, crítico e intelectual cubano Virgilio López Lemus y Jesús Lara Sotelo.
El poeta Lara Sotelo admira y canta. No se complace con el erotismo, o quizás es ese medio de conocimiento el que lo impulsa. Mejor que yo, lo dice él en ¨Buscadores de perlas¨: «Lo erótico es una perla que se conquista con la imaginación. ¿Existe algo mejor que el hundimiento lúcido? Conquistar lo erótico requiere de buenos pulmones: es un oficio muy similar al de los buscadores de perlas». Un eros comunicante establece el rumbo de su poesía, de su pintura, de su escultura, de su afán por abrazar, incluso eróticamente, a la existencia. Claro que nada le es ajeno. Ni siquiera el eros de la lejanía, la abrazadora fuerza de thanatos, la disociadora «razón» dionisíaca. Si «lo cercano siempre se aleja», el poeta ha de temblar ante lo erótico inasible de la realidad como un junco, un «junco que piensa». Uno de sus más bellos poemas, ¨El arte de la evasión¨, está en sintonía con ese temblor de piel, terremoto del alma:
La evasión es el arte de entretejer la noche
(esa pelambre irresoluta),
o el sueño de un alfabeto de leves tentaciones.
Nace la resistencia en la cosquilla
y con el dedo rehén y el agua convertida en insólita miel .
Mi lengua saborea el lejano metal de un juego de extinciones
y hay una galería por donde se fugan
los individuos tatuados y las hormigas.
Cuídate del júbilo a deshora y del sabor de la sangre.
El corazón camina hacia atrás, justo a la pradera que más amas.
Mírame y advertirás el asombro del mundo.
Se nos queda vibrando, temblando ese asombro del mundo. Véase en El laberinto ante mí cuántas veces aparece la palabra niño y sus connotaciones de infante asombrado ante el universo. Mira hacia arriba, ¿crees que alguien, que no sea Van Gogh, puede pintar eso? El poeta debe aceptar el reto de la realidad. Responde con su poema. El poeta es el niño temblando ante lo que ha de decir, lo que le ha dictado el ángel, la realidad monda y lironda, la belleza subyugante, la exageración, el mito. Se es Gargantúa y decidimos que ajustamos el poema a nuestro interés, más largo o más corto, como los estribos. Ajustamos también el cromatismo, el mundo quizás no sea de ese color o tal vez lo vea así porque estoy triste o feliz. El poema se torna un guante solo en manos del poeta, que es el que escribe, pero también en las manos del que lee y vibra. La poesía no es solo palabra y connotación, es también vibración, y sin ese tercer «elemental», el poema líricamente cojea.
Creo que el error de cierta poesía coloquialista, exteriorista o conversacional, es decirlo todo en el poema, sin roce de la sugerencia, sin la vibración del después de la lectura. Lara Sotelo ha tenido que bregar contra el dictado de la realidad, que pediría expresión llana en exceso, pero él usa un tono conversacional enriquecido por su sentido de la creación, abrazado a ciertos dones del surrealismo y grados de fantasía, para unir recursos estilísticos con la imaginación transferida a la escritura. Quizás por eso no se atiene a la perfección montada en un Pegaso enamorando a un Unicornio. El asunto consiste en no ser exquisito. ¿Quién dijo que lo sublime y lo ridículo se tocan? Lara Sotelo no quiere ser sublime per se. Él sabe que en todo hay poesía, pero hay que tomar el escalpelo, hay que sacar brochas gordas para los exteriores y pinceles para el hilo (¿de Láquesis?) de la intimidad. Por eso su asunto no es social o intimista, sino hallar la poesía como presta a ser violada, penetrada, fecundada. Y esa es la razón por la cual su lenguaje a veces es brusco, algo violento, y otras veces suavísimo, como tocando pétalo.
Fijémonos cómo da testimonio de forma no tan sutil, sobre la creación de un poema de los que yo llamaría «bruscos», el título del texto puede ser así tenido: ¨Degollación¨, y su justificación es esta: «Este poema se me ocurrió en el Museo del Prado / mientras observaba la Degollación de San Juan Bautista, / que es un cuadro extrañamente anónimo del siglo XVII». La delicadeza se explaya en versos como estos de ¨Obertura¨: «Un soplo de infinito acorrala la magia mientras / el roce seductor florece de un círculo azabache de Nepal».
Lara necesita también celebrar otras artes, y en este caso festeja incluso con júbilo la belleza de la danza en su figura cubana mayor, Alicia Alonso. Él también ha pintado a la artista y ha hecho juegos con sus movimientos, como queriendo captar ese arte distinto, la inmensa poesía del gesto efímero, del ritmo que quiere perpetuarse, porque a un pintor, a un escultor, no puede escapar lo inasible de ese embeleso del movimiento humano, cuando él se convierte en arte, danza en que el cuerpo se desenlaza en posiciones hermosas, en líneas y curvas y figuras intraducibles ni aunque se tenga el talento de Edgar Degas o del fantástico Henri Toulouse-Lautrec. De modo que el poeta apela a la palabra para completar su gran impacto ante la versatilidad de la gran artista. Alicia y las Odas prusianas (2011) se yergue como un homenaje, porque un hombre tan dado a la visualidad, a mirar el lado artístico que develan las cosas, los signos, los actos, el movimiento, observa a la danzarina en su movimiento bellísimo y exclama y define: «Mirarte danzar es la herejía lúcida, la llamada del vino, / la hora plateada de la salvación».
Por momentos, cuando el poeta acude al poema en prosa, pareciera que hace viñetas (y las hay), minicuentos (y algunos lo son, por ejemplo, ¨Peces rojos¨), o pensamiento reducido a comentario ya casi llegando al proverbio (véase en ¨Lista¨). Lara Sotelo tiene una rara predisposición para la síntesis, para el acierto de decir solo lo necesario y de manera lírica. En verdad no es un poeta de epopeya, no veo texto alguno irguiéndose como relato rotundo de acontecimiento social, epos por medio, sino que cada texto tiene connotación de celebración, a veces sálmica, de canto. Y claro que un artista como él, pintor y escultor, no puede dejar escapar el volumen y el cromatismo circundantes, de modo que puede recrear una Pietá, u observar los colores que poseen las cosas, consignarlos. Volumen y color dan el fiel de los poemas de Lara incluso en los momentos eróticos o en los de simple regodeo estético ante la realidad. Y ello es visible cuando versifica o cuando realiza el poema en gradaciones de prosa poética. Y también cuando se mueve directamente en el mundo del aforismo.
En Mitología del extremo (2009) Lara Sotelo irrumpe en un juego diferente al del verso. Busca entre la greguería y el adagio con abierta finalidad poética. Pareciera discípulo de Gómez de la Serna cuando dice: «La legislación es el recurso de los anárquicos», y se va al escape de la greguería para entrar directamente a la sentencia: «Existo, luego de adjudicar mi vida». Es como entrarle a zarpazos al pensamiento, querer hacer parir a la palabra con connotación filosófica, a veces estética, cuando dice: «El estilo, qué penosa prisión para el espíritu». El «juego» es diferente a la composición en versos o en prosa poética, y por ser diferente, busca la forma adecuada de expresión, digamos que ese es el «estilo», moverse en el texto según sus necesidades. Pero como buen «libro de máximas», apela a la variedad de temas, a la diversidad, y a la vez le ofrece al conjunto antológico un cierre casi conclusivo. El poeta Lara, preocupado por pensar sobre tantísimos temas, afila el pensamiento hasta la poderosa síntesis del adagio.
Yo mismo quitaría ese poema de allí, lo desplazara o no lo incluyera. Apretaría más el sentido selectivo. Pero esa es mi antología. Jesús Lara Sotelo tiene derecho a su autoselección. Quizás por eso un poeta como Samuel Feijóo nunca se autoantologó, porque para él todo resultaba válido, como un bosque que no discrimina entre árboles, arbustos o hierba feliz. Aquí, en El laberinto ante mí hay orquídeas, rosas y flores silvestres, ¿alguien puede decir cuál es la más bella de las tres? Lara ofrece su juego de cartas. La poesía es jugar.
El Cerro y en 2016