Cuando accedí por primera vez al estudio que tenía Jesús Lara Sotelo en Centro Habana, a inicios de la década del 2000, quedé convencido de que estaba realizando una de las mejores pinturas paisajistas de la época. No me preocupé por indagar en otros datos o antecedentes de su formación; por revisar obras y temáticas de periodos anteriores; quedé profundamente cautivado por aquellas representaciones de naturaleza. Era una etapa en la que me interesaba hacer registro de todo lo que estaba ocurriendo verdaderamente aportador dentro del género; y al ver su obra, llegué a la conclusión de que no podía dejar de incluirla dentro del inventario.
Como mismo había hecho con el grabado cubano en la década de los noventa, pretendía hacer una expo-tesis sobre la producción nacional de paisajes, y editar un libro-catálogo que sirviera de testimonio de ese proceso investigativo. Tenía la palabra dada y el estímulo de un importante patrocinador en Cuba, pero aun así estaba seguro de que navegada a contra corriente en mi labor de pesquisa; que era un especialista actuando en solitario; a cuenta y riesgo frente a las prioridades del contexto y los parámetros de interés de muchos de mis colegas, quienes valoraban la manifestación con bastante desdén, a pesar de su larga validación histórica.

Fue súbito el impacto que sentí frente a las composiciones surreales y eclécticas de Lara Sotelo; frente a aquellos cuadros de vegetación enmarañada, laberíntica, en los que se mezclaban con ingenio lo místico y lo secular; la cálida sensación de algunos rincones del trópico con la gélida atmósfera de una especie de estepa europea.
Me interesaba mucho por aquellos días descubrir nuevos paisajes que tratarán de subvertir el típico bucolismo, la mirada folclórica convencional, y que se atrevieran a impostar con irreverencia nuevos códigos e impresiones foráneas; o sea, un paisaje concebido más desde la mente, desde lo imaginativo, y menos desde la supeditación directa con el espacio físico, real o invocado.
Al acercarme a la obra de Sotelo, tuve el convencimiento rotundo de que había descubierto a un pintor singular; que reunía todas las expectativas dentro de ese ángulo específico de enfoque; y sobre todo un creador extremadamente diestro desde el punto de vista técnico y compositivo. La hábil articulación entre los trazos expresionistas del dibujo y las gradaciones de color, era uno de los aspectos que más llamaba mi atención de aquellas escenografías naturales del artista; y todo lo que aquel suspicaz enlace era capaz de activar en la sensibilidad y la condición emotiva del espectador.
Sin embargo, recuerdo que el artista permaneció bastante ecuánime, casi inmutable, ante el entusiasmo que yo mostraba frente a sus piezas; o al menos eso era lo que reflejaba su rostro. Mientras le ofrecía mis consideraciones generales acerca de sus paisajes, y trataba de resumirle algunas cualidades que pensaba podían distinguirlo dentro del contexto productivo de aquellos años; él me observaba con la expresión de quien no se sentía todavía completamente satisfecho; con la semblanza de quien solo estaba revelando una porción de todo su arsenal productivo; mostrando apenas unos artificios elementales de un tipo de creación visual que se esforzaba a toda costa por cambiar, diversificarse.
Estaba demasiado seducido yo por la majestuosidad de sus estructuras pictóricas, por la destreza con la que era capaz de representar determinados rincones inhóspitos; en los que no se divisaba la huella humana o animal, solamente la compactación de plantas y ramas silvestres; los espectros irregulares de luces y sombras que la interacción física entre ellas era capaz de sugerir. Confieso que la satisfacción, el regocijo de aquel hallazgo curatorial, fue lo que me hizo caer en un estado de “disociación” para poder llevar a cabo un análisis más profundo, abarcador, sobre el quehacer artístico de aquella época y sobre la circunstancia específica de insatisfacciones y contrariedades por la que estaba transitando el autor.
Si hubiera intentado una suerte de comparación perspicaz entre los procedimientos técnicos que se denotaban en aquellos paisajes y las soluciones formales de otros cuadros distribuidos por el estudio, a los que apenas presté atención; si hubiera dado más importancia a la actitud de moderación o reserva con que Lara respondió a mi criterio selectivo, clasificatorio, me hubiera dado cuenta de que en aquella etapa, Lara estaban sintiendo ya la necesidad de probar otras formulaciones técnicas, otras herramientas y artificios, con los cuales luego se proyectaría como un creador visual heterogéneo, variable.
Después de aquel encuentro estuve una larga etapa alejado del artista; pero continué teniendo evidencias de su actividad artística y expositiva a través de algunos medios de comunicación y de libros o catálogos que llegaban a mis manos. Al margen de la valoración que haya podido tener sobre determinados procesos o conjuntos de obras que continuó desarrollando de manera abierta, desprejuiciada, en ese periodo en el que estuvimos distanciados; debo decir que con el tiempo he tenido la oportunidad de arribar a un concepto, o más bien a una hipótesis, que podría compensar en buena medida aquella historia de acercamiento y asombro; aquel trance de conmoción súbita, de intuición valorativa, que experimenté frente a sus paisajes por primera vez en el año 2000.
Una hipótesis que reafirma el sentido funcional de alumbramiento, de laboratorio, que tuvieron aquellos cuadros y sus procesos de conformación. A través de otros estudios y ensayos críticos, he podido conocer que Lara ya venía interesado en ciertas indagaciones técnicas, metodológicas, antes de hacer sus paisajes; pero creo firmemente que a través de ellos fue que encontró su perfil definitivo; las fórmulas y el estilo que lo definen o caracterizan técnica y metodológicamente; fórmulas y estilos que se manifiestan de manera directa o indirecta en casi todo lo que ha producido hasta hoy día.
Pienso, por ejemplo, que no pocas concepciones del diseño, de las soluciones técnicas, los efectos y las tonalidades que acompañan las obras abstractas que ha estado realizando, revelan múltiples conexiones con aquellos arriesgados ejercicios compositivos que llevó a cabo con el paisaje expresionista; parten del virtuosismo técnico que adquirió a través de ese cometido representacional. Si uno logra sustraerse de los detalles del dibujo pormenorizado de aquellos lienzos; si uno aparta las especificidades físicas y los matices empleados en la imitación o simulación del entramado vegetal, del entrecruzamiento ingenioso de ramas y follajes; si uno se abstrae un poco, improvisa una mirada de percepción global, de condensación geométrica -como quien aumenta o desenfoca un plano o campo visual mediante el lente fotográfico- podrá deducir de inmediato los sustratos compositivos de algunas de las variantes estructurales de sus abstracciones; aun cuando ellas intentan a veces alcanzar una singularidad iconográfica, un estado visual de extrañamiento, mediante la reapropiación de tendencias y estilos irreverentes, como el cubismo o el suprematismo.
Si escudriñáramos las líneas de entrelazamiento, acople, y por momentos forcejeo, que sugiere el esbozo de las formas caprichosas de la fauna silvestre (hojas, troncos y ramas), en donde a veces descubro los vestigios pictóricos de un Servando Cabrera y un Wifredo Lam, seremos capaces de reconocer también el sentido de enervación y sensualidad que ha contaminado para bien casi toda la línea dibujística de Jesús Lara en cuanto al abordaje de la figura humana y del desnudo en particular. Sus excepcionales retratos figurativos, entre los que destacan aquellos realizados para rendir homenaje a Alicia Alonso, conservan esa persistencia en el uso de una pincelada expresiva, de energía y gestualidad condensada, compacta. El cuerpo y el rostro del sujeto retratado muestran en sí mismos, y en el ambiente específico en el que se insertan, una prioridad por el empleo de colores cálidos, conscientemente atenuados; las refracciones impresionistas que priorizaba también en los paisajes, “a lo Cézanne”, como alguien afirmara en una oportunidad al referirse a la tendencia de su pincelada.
¿Eran necesarias esas otras incursiones figurativas y abstractas que sucedieron a sus paisajes de la década del 2000? Esta pregunta me la he hecho una y otra vez, y la respuesta es un sí categórico; sobre todo porque ellas responden con franqueza a la necesidad cambiante, renovadora, que siempre ha caracterizado la personalidad intelectual, creativa, de Jesús Lara Sotelo; pero no precisamente porque la obra o el quehacer artístico en sí mismo lo demandaran con urgencia. Por el contrario, según he podido constatar, esos paisajes estaban teniendo un éxito de promoción y mercado considerable; y creo que hubiera sido una obra suficientemente valedera para que el artista alcanzara un estatus de reconocimiento en el ámbito creativo cubano. Sin embargo, a diferencia de la opinión del público y de algunos especialistas, Lara consideró retórica, agotada de manera demasiado temprana, esa faena paisajística, y renunció a la legitimación y el éxito que le estaba deparando, por responder a sus instintos más sinceros.
Me atrevo a afirmar que si algo aportaron estas nuevas incursiones artísticas a su carrera, fue una importante amplificación del acervo temático; una renovación funcional, enriquecedora, de las variables compositivas; la posibilidad de probar otros métodos de adición o sustracción dentro del espacio, donde la voluntad de sobrecargo o síntesis iconográfica fluctuara a conveniencia; la sofisticación gradual del juego imaginario con los volúmenes, y el ensayo con otros encuadres, soportes y formatos… Debe resultar comprensible esa necesidad, esa contingencia para la búsqueda de nuevas metas y argumentos técnicos; de tanteos y pruebas representativas, a riesgo incluso de que, en algunos momentos, sus producciones visuales se hayan inclinado más hacia las exaltaciones estéticas, hedonistas, desestimando un poco la sugestividad y fuerza dramática.

En el tiempo y las circunstancias de aquellos fértiles días de trabajo con el paisaje -de los que fui un testigo excepcional-; en la prioridad de aquellos enfoques naturales, creo que se fueron fraguando, y sobre todo alcanzaron un punto de madurez y eficacia, la mayoría de los recursos básicos que Lara Sotelo ha continuado reflejando a lo largo de su trayectoria creativa.
Era ya absolutamente deducible en aquella etapa la potestad imaginativa, la destreza artística de ese Jesús Lara Sotelo que hoy muchos reconocen y convocan. Estoy seguro, incluso, que hubo un antes y un después de la creación de ese conjunto de visiones paisajísticas. Hasta me atrevería a asegurar que buena parte del aliento poético, que ha desarrollado con éxito también en su obra literaria paralela, carga con el acervo espiritual, el sustrato anímico, expresivo, de aquellas atmósferas naturales, de aquellos entornos idílicos, de profundas reverberaciones psicológicas e intimistas.