A propósito de los 50 años de vida de Jesús Lara Sotelo
Llegar a los cincuenta años de vida en medio de un siglo que, como el XXI, ha estado pletórico de sucesos más malos que buenos —al menos ese es mi balance personal— significa, en el caso de los artistas, hacer una especie de alto, de parada reflexiva que no corresponde al cumpleañero Jesús Lara Sotelo, sino a aquellos que hemos estado siguiendo sus caminos — en plural— porque en él se han anudado de manera irreversible el escritor y el artista visual (pintor, ceramista, grabador, fotógrafo, escultor…), que en su caso forman un haz de conjugaciones recíprocas donde las tributos creativos se superponen en una extraña alianza que siempre sorprende.
Negro y pobre no suelen ser alianzas productivas, pero Lara Sotelo, con esfuerzo y persistencia, pero sobre todo gracias a su talento, ha podido entregarnos una obra multifacética que, solo en el campo de la literatura, arroja más de veinte títulos en diversos géneros y formatos, y constituye, de ese modo, una cabal referencia que integra, a estas alturas, una alforja de peso en todos los sentidos, tanto cualitativo como cuantitativo. Su obra tanto en prosa poética, en verso, en aforismos y sentencias refleja un verdadero cosmos de alcance universal, que se ha nutrido de ricas lecturas, pero, sobre todo, de visiones que, de tan personales, a veces asustan, y es cierto que nos puede conducir a la reflexión optimista, pero también a la sima profunda del dolor y el abatimiento, pues por sus rasgos pueden trasladarnos a la desesperanza y la incredulidad. Por eso el clima imperante en su letra de molde suele pertenecer a un imaginario donde todo puede aflorar, desde el sentimiento amoroso y el sexo descarnado hasta el atardecer urbano o rural, sin despreciar que un platillo volador cruce el cielo en un infinito movimiento espacial de desplazamiento.
Hombre de idea y de voluntad, dotado de pensamiento propio que seguramente habrá molestado a algunos, las concausas de su quehacer, a veces delirante, nos conquista, pues él ha sabido articular un sistema poético tanto propio como del mundo, pues se siente —a veces se ha sentido— dueño y señor del universo creativo, pero sin afectaciones ni gestos de soberbia. Siempre seguro, siempre firme, ha luchado a brazo partido por imponerse en un medio muy competitivo donde incluyo el europeo, sobre todo a través de sus creaciones visuales portentosas y emocionalmente implacables, que se corresponden con su propio ambiente creador, donde no solo se entiende de afirmaciones, sino también de desencuentros, siempre en correspondencia con su propia personalidad, que no dudo en calificar de arrolladora.
Cierta vez lo califiqué como «el artista de las posibilidades» y ahora, en sus primeros cincuenta años de vida y más de treinta de logros personales en el arte y la literatura, reafirmo la veracidad, a mi juicio, de esa frase, que creo aúna, como una especie de colofón, su cosmos creativo, capaz de provocar copiosas y variadas experiencias.
En Jesús Lara Sotelo no existen anversos ni reversos. Su obra literaria y su obra visual constituyen una verdad artística que, como nos recordara Oscar Wilde en su momento, «es el paso más decisivo de quien transita por el difícil camino del arte».
Evocar y rememorar a un artista significa también recrearlo o inventarlo, según expresión de un querido amigo. Entonces lo he hecho porque creo en Jesús Lara Sotelo, en su obra multifacética siempre vital, recorrida por la grandeza de un espíritu que, de tan noble, puede parecernos ingenuo, pero solo parecernos. Siempre sobreabundante y pleno de vitalidad, sus creaciones atraviesan largos corredores plenos de silencios o de gritos, pero de pronto un murmullo puede sorprendernos, un rumor apagado de sollozos o la agonía de quien siempre está alerta, preparado para atacar, pero sin morder, en un gesto que puede ser el del aire deshojando una rosa o el del tigre dando amor a su cachorro. Ese, creo, es el mensaje que nos quiere trasmitir Jesús Lara Sotelo.