Prólogo a la Antología poética La vaguedad y otros problemas de Jesús Lara Sotelo, publicada en el año 2019 por la Editorial Letras cubanas.
Desde el siglo pasado y hasta donde transcurre el presente, Jesús Lara Sotelo viene consolidando una obra poética de impredecible alcance en el panorama de ese género en Cuba, al que faltaba —no me sonrojo al decirlo— una voz como esta para instalarla en el preciso tiempo y espacio de una cubanía que se torna legítimamente universal.
En esta antología acertadamente titulada La vaguedad y otros problemas, el autor vuelve a ponernos sobre aviso con unos poemas «inflados con ácido» que son expresión de ese «ser dividido bajo una sola firma» capaz de diseccionar nuestra realidad con una sobreabundancia que proviene de un talento ejercitado en la adquisición de una vasta cultura que no se suscribe a las limitaciones de la literatura y el arte.
El hecho de que Lara Sotelo sea también un pintor no significa, como algunos pudieran pensar, que sus deslumbrantes imágenes deban demasiado a la visualidad. Su tendencia a la abstracción es el resultado de toda una filosofía de vida y de un desdoblamiento que le permite situarse en el lugar de otros, muchos otros, para desde allí levantar una torre de palabras signadas siempre por una identificación con el hablante.
Ocho libros, cada uno diferente del otro y, sin embargo, regidos por una unidad estilística a prueba de tonos y temáticas, conforman esta compilación en la que el lector podrá encontrar las pistas de un pensamiento que no reprime sus pulsiones irracionales para devolverlas en aforísticas tropologías donde la lógica se encarga de las diferencias con lo que pudiera parecer surrealismo y no es más que una búsqueda más allá de las vanguardias y las tentaciones de la posmodernidad.
En estos libros quizás solo el primero, Paradoja: capítulos al éxtasis (1994), nos ofrezca algunos tanteos en lo que posteriormente se convertirá en un estilo peculiar, único, que apela a un yo multiplicado gracias a esa falta de narcisismos que tanto se agradece en un poeta que evita la complacencia y se separa de sí mismo para ofrecernos una cosmovisión coral.
Si en Trece cebras bajo la llovizna (2015) nos encontramos con ese jugador que lanza «un largo balón contra las vidrieras del mundo» en Grand Prix, del mismo año, el sujeto lírico se declara «adicto a la familia, al pan y a los atardeceres habaneros». Y no hay contradicción porque Jesús Lara Sotelo no es un solo autor sino muchos que confluyen en su voz para demostrarnos que el poeta no es un turista en el universo sino alguien capaz de aprehenderlo en sus aristas más disímiles y enrevesadas.
Bien sabemos que la poesía es un acto tremendamente solitario, pero también—parece decirnos Lara—solidario, en el que según el poeta Jackson Pollock intuyó lo que él convierte en certeza: «la vida es un derrame constante sobre un lienzo fugaz». De esos derrames nace ese río prolífico que es el arte poética de un autor al que nada humano le es ajeno y que parte del descreimiento para reafirmar, no a sí mismo, sino a sus lectores, esa fe en la poesía que se vuelve a instaurar en quien recibe esa andanada de impulsos y problemas que adquieren la ambigua calidad de las vaguedades.
«En gran medida los problemas de los poetas son los problemas de los pintores y los poetas deben a menudo volver a la literatura de la pintura para una desviación de sus propios problemas», dijo Wallace Stevens. Y esa cita que sirve como pórtico a la antología nos explica la alianza entre la pintura y la poesía de Lara Sotelo más allá de la simplificación de considerar sus imágenes como visuales o sus trazos como literarios, porque la fusión no es tan descriptiva como podría resultar a algunos intérpretes superficiales.
En las muestras de los libros que corresponden al año 2017 (Causas pendientes, Poemas de Berlín y Poemas Capitales) es notorio el recurso de la prosa para unos poemas que se han ido expandiendo y liberando de sus cárceles versificadas. Sorprende la limpieza sintáctica, la concisión y el significado polisémico a pesar de ese carácter aforístico que podría confundirse con apotegmas conclusivos en un autor al que para nada interesa moralizar ni dictar respuestas a sus inquietudes más recónditas.
Esta característica de acudir al texto en prosa ya viene perfilándose en libros anteriores, pero es, a mi entender, en estos últimos donde el recurso gana toda la fuerza posible «entre un paisaje real y otro fingido», que no son más que la disociación que caracteriza al universo que nos ha tocado habitar.
Podría hablarse también de la importancia que el objeto femenino adquiere en el discurso de Lara. Él siempre es inseparable de los viajes interiores y exteriores que recorren estos textos de principio a fin. Nombres de mujeres, erotismo, encuentros y desencuentros no permitirían hablar de una poesía amorosa según los cánones tradicionales, pero sí de un ejercicio amatorio totalmente anticonvencional.
El punto débil de las antologías es que no siempre los poemas que se seleccionan para figurar en ellas consiguen abarcar la totalidad que el libro completo exige para el total compromiso del lector.
Los que conocemos estos libros en su totalidad lamentamos la mutilación. Pero lo que sí no puede negarse a esta antología es la calidad de los textos seleccionados y la visión panorámica que nos ofrece de una obra tal vez demasiado extensa para ser publicada en Cuba, dadas las limitaciones editoriales conocidas.
Si es cierto, como dice Jesús Lara, que «la verdad a tiempo es un arma», era necesaria esta recopilación para mostrarnos una actualidad que requiere ser visitada de la singular manera en que la muestra este autor. Él es también «el que da fuego a las palabras inútiles» porque ellas solo consiguen «silenciar el arte de la tierra».
Es por ello que cada vocablo está colocado aquí con una función: estética pero también comunicativa. Y es ese doble carácter de fusionar significantes y significados en un producto, con frecuencia explosivo, lo que otorga esa fuerza vital, a veces excesiva, que rezuman los poemas de un autor ya imprescindible para la poesía de este siglo XXI en la que caben, entre otras muchas expresiones, estos «campos devastados», estas impecables «fotos del futuro».
Con ellas Lara se retrata y nos retrata y deja, para otros tiempos, imágenes que trascienden sus vaguedades y otros problemas que, sencillamente, se plantean.