Sobre Paradoja: capítulos al éxtasis
La escuela de la poesía de tono conversacional atañe a Jesús Lara Sotelo, quien busca en el mundo de la palabra un resorte de unidad conceptual y expresiva con su arte maestro: la pintura. Si pintando es unas veces muy figurativo y otras abstraccionista de fuerte color, en el verso se manifiesta una esencia múltiple que, sobre todo, se ampara en la figura humana y en dos «personajes»: él y ella inmersos en las circunstancias y los objetos. No puede el poeta dejar de observarlos gesticulando, actuando, en franco movimiento, acciones que van desde el diario vivir hasta el registro erótico, todo lo cual entraña un complejo mundo psicológico, nunca dado al esoterismo pero sí a la imaginación que transforma lo factual y corriente en ensoñado e imaginativo, por encima o por dentro de su aparente realismo. La realidad es una verdad delante de los ojos, aunque estos la deformen o la conformen según convenga al sujeto lírico.
Lara Sotelo, que también es un destacado escultor y ceramista, no subdivide sus artes expresivas, él es su franca unidad. Este «fenómeno» creativo ya lo habíamos palpado en Cuba en el polifacético cuasi renacentista Samuel Feijóo, quien logró conformar una compleja poética de la naturaleza, que impregnó toda su obra con una unidad desbordante.
Lara aún no ha concluido de forjar un credo estético que globalice toda su múltiple creación, lo va haciendo gradualmente mediante una suerte de staccato semiótico que son sus pensamientos, cargados de elementos poemáticos, greguerías, ideas y hasta consejas o reflexiones sobre la vida y el arte. Esa parte de su creatividad agudiza el trasfondo ético y social que su labor entraña.
Su poesía en Paradoja: capítulos al éxtasis se presenta con una palabra clave ya explícita en ese título: «capítulos», la realidad ha sido cortada y esa selección expresiva de lo circundante y de lo interno del poeta, se convierte en paradójico. El flash continuado sobre el entorno y la vida lleva al poeta no a un estado místico, pero sí al éxtasis, que a veces, más que placer, es pasión.
En el poema «Bultos» el apasionado transcurso vital se convierte en extrañeza, en una sensación de que lo vivido (el ayer en un poeta casi nada elegíaco) no forma parte de la «realidad» cotidiana que el poeta vive, dice: Todo pasa menos el aire que respiras. Mi mujer acaba de regresar de la tintorería con un bulto de ropas que me resultan extrañas. ¿Alguna vez vestí esas camisas, dormí sobre esas sábanas? El olor se ha perdido, el olor de lo nuestro ya no es el mismo cuando la ropa sale de la tintorería.
Ese sentido de la «extrañeza de estar» (tan visible en el cubano Eliseo Diego) atenúa todo tipo de «queja» por el ayer perdido. Lo que hay allí de pasional consiste en tomar el día a día como la suma presencial del curso de la vida, o sea, el poeta asume un «soy hoy», lo cual deja poco espacio para cantar al ayer o para prefigurar el futuro. La fuerza del hoy arrastra consigo cualquier evocación al pasado: «Hoy no valgo ni la mitad de lo que ayer soñaba. / Hoy estoy cortado dentro de un nido de arañas rojas.»
En el poemario, el ayer queda atenuado por la fuerza del presente, porque el poeta va en un río que va a dar a la mar que, según Manrique, «es el morir», de modo que hasta la dimensión existencial que pueda ser la prefiguración de la muerte se descarta en la objetividad del hoy, del aquí y ahora de un poeta que pinta, retrata, esculpe, no caricaturiza, toma la existencia de manera práctica, eficazmente comprensiva, pero también con abierto sentido reflexivo. Leemos en «Juego de identidades» lo siguiente:
Anteayer te compré un vestido negro con la idea de salpicarlo
con pintura blanca y otras que iría improvisando como siempre.
Hoy comencé la tarea y al final obtuve un Pollock.
Vestida así nadie te preguntará por la muerte.
En sus textos, Jesús Lara Sotelo no está solo, conversa con una otredad que suele ser una mujer, no solo «dama de compañía», sino complemento erótico que de manera curiosa no parece siempre «el ser amado». Véase cada vez que usa la palabra «mujer», la mayor parte de las veces está en plural, ¿por qué? No sería sencillo de comprenderlo si no se advierte el trasfondo de ternura que el poeta trata de disimular. Puede ser que él desee expresarse como un «frío» buceador de las circunstancias, en las cuales halla frente a sí a una mujer atractiva, que él no quiere convertir en centro de vida, porque ese centro lo ocupa ya el arte. Y, sabemos, que esta es una reacción ante el eros de muchos artistas. No se trata de ver a Lara enfriando su existencia, sino es el arte, el suyo, quien le reclama toda su intensidad vital. Fijémonos en «Viaje», allí queda bastante patente la fuerza del eros que aparece en todo el libro, vemos cómo de pronto ese eros se contiene y luego salta de este modo: «Mientras ella habla yo tiro fotos a todo aquello / que se me antoja un sueño o una visión repentina, / como un puñado de casas de piedra que he visto en el camino».
Pero no nos equivoquemos: el libro está preñado por la pasión erótica, que aparece en lo objetal, solo que no estoy seguro de que esa pasión derive en él en lo que por hábito entendemos como «poema de amor». Vamos a verlo en el texto «Constelación». ¿En qué se convierte allí la reflexión sobre el amor? ¿En un apasionado beso, entrega y deseo de entrega? No, el poeta mira hacia las constelaciones. No pretendo psicoanalizar estos poemas. «Ella» siempre está allí, pueden ser mujeres distintas, pero el sentido de la compañía, del complemento femenino y su fuerza atrayente, forma parte de esa realidad que Lara canta, pinta, observa, absorbe. Esculpe. El poema «esculpe» el entorno de un modo expresivo diferente. La pieza escultórica no «dice» todo lo que el artista
quiere decir fuera de ella, porque ella es un en sí expresivo que irradia hacia el receptor, pero el receptor está inmerso en un «hoy» que, para expresarlo, requiere de la exposición llamémosle dramática de la palabra. La palabra se convierte entonces en una manera también cromática de aprehender las circunstancias como presente fugaz pero constante. El texto presenta idea y relato y a la vez se torna emoción donde un lector no atento podría ver más cálculo mental que poesía emotiva.
Lara no es, como artista, un modelo de formas fijas, de maneras expresivas repetitivas como obsesión de comprender parcialmente al mundo. Por eso pasa con tanta fuerza de lo figurativo (incluso del retrato) a lo abstracto, y por eso se advierte en su palabra poética, siempre abierta a la comprensión, cierta oscuridad que le ofrece la polisemia textual y diversidad formal entre el verso (casi siempre libre) y la prosa poética. Lo que está escrito en cada poema, dice, pero también sugiere, ofrece vibración. De modo que hay que ir tras el velo de la apariencia, de la fácil lectura, de creer que el poeta se desnuda y nos devela todo. Esta no es una poesía de enmascaramiento, pero tampoco de revelación de lo que por siglos hemos llamado el alma. Lara es asimismo un pensador, hay una matriz filosófica en su modo de enfrentar la realidad, un deseo de comprender para aprehender, pero asimismo un vigoroso sentido de la reflexión y que ella se resuelva mediante el arte, sea este de la paletada precisa o subjetiva o de la palabra, igualmente «realista» en tanto «ensoñada». Así mismo: como Lezama decía, Lara se enfrenta a «la contradicción de las contradicciones: la contradicción de la poesía».
¿Explicar el mundo? ¿O solo verlo como una trama poética? Quizás Lara pretenda ambas cosas. Por eso es acucioso cuando retrata (a Alicia Alonso, por ejemplo), y a la vez se disuelve en la rareza de la circunstancia cuando hace algo como si fuese, más que pintura, una suerte de garabato. Ello se refleja así en su palabra: Lara pretende ver en la realidad su razón objetiva, y eso es estar «Vivo»:
Ahora sé que los trigales eran alfombras del otoño. Si lo hubiera sabido antes, me acercaría al cielo cada mañana. Protejo mis ojos y la nariz del finísimo polvo, debo apilar el heno, sentir que vivo en una estación dorada. He visto las planicies manchadas con el espeso óleo del sol. Quiero disfrutar de este sueño y redescubrirme. Creo que Lara revela en este texto «Vivo» un «ars poética».
Ese valor de presente constante no es solo disfrute de la realidad aquí y ahora, sino también medio para «redescubrirme». A ello contribuye la otredad: «ella-mujer», el eros, lo inmanente, lo aprehensible inmediato, lo objetivo a la mano, lo expresable por sus formas cotidianas, aquello que está junto y en torno a sí, la realidad. El poeta, el artista, el pintor, el escultor, unimismados, busca integración mediante la palabra. Por eso Lara insiste en la construcción del poema, no es una pose intelectual: es una necesidad suya creativa sin la cual no está completa la «obra». No me queda claro si en tanta objetividad inmediata, en tanto grado de presente y de circunstancialidad expresada, en verdad Lara está buscando el Todo como a un Dios, como a Dios, como si el orbe fuese una deidad que no quiere adoración de feligresía, sino pasión de vida en desarrollo. Él reflexiona, pero da con una poesía que nos arranca reflexión.
He aquí el libro, habla por sí mismo, y revela mucho más de lo que yo he anotado. Obra de ceramista, todo él es una nada sencilla pieza interpretativa del mundo, mural o collage realizado por un artista múltiple y en alto grado intelectivo.
Diciembre de 2015.
