por: Alberto Guerra Naranjo
Foto: G.BlaskyStudio
Publicar es desnudarse, así decía Leonor Acevedo, madre de Jorge Luis Borges, cuando este llegó con Fervor de Buenos Aires bajo el brazo, recién salido de la imprenta, allá por mil novecientos veintitrés. Esos poemas, dijo, solo debían ser escuchados entre familiares, en espacios íntimos, a la hora del mate o del té.
Publicar es un acto de riesgo, el grito a cuatro vientos de quien decide exponer, aunque use máscaras o pretenda esconder sus miserias en las de otros, su cuerpo desnudo delante de todos los ojos. Ese concepto yo lo tengo claro y creo que Jesús Lara Sotelo, también.
Publicar, en la modernidad, y a partir de ella, sobretodo, resulta inevitable para los artistas, y para los escritores en particular, pero en el caso que me ocupa a través de estas páginas las definiciones anuncian mayores complejidades, porque Lara Sotelo no es solo un poeta que publica un libro más, todo lo contrario, también asume en su persona, en el mismo cuerpo que acaba de desnudarse en un libro, a un reconocido pintor cubano, habanero, negro y de Cayo Hueso.
Publicar Lebensraum (Colección Sur, 2016), como libro de poema bilingüe, en español y en inglés, es también un acto de inteligencia al desnudo por parte del autor y de la editorial, que ha hecho posible varias siembras en el lector que soy. La primera ya la he esbozado antes, ¿pudo un reconocido pintor como Lara Sotelo nadar en estas otras aguas de la palabra escrita, sin que un río tan turbulento como el literario terminara convirtiéndolo en un ahogado más? Otra siembra fue la siguiente: ¿advertí, como el lector agudo que intento ser, alguna concesión interdisciplinaria del pintor al poeta en el propio Lara Sotelo, si se tiene en cuenta que pincel, tinta y lienzo, conforman, en su instrumentalidad, un territorio ajeno al de la palabra, por mucho que se pretenda emparentarlos?
Publicar es desnudarse, y hacerlo con un libro como Lebensraum implica un reto extraordinario. Aquí el autor ya no es el mismo pintor sino otro, inmerso en el reino de la palabra para expresar su grito, y logra responder sin aprieto las dos interrogantes anteriores que me hice al terminar el libro. El poeta nada bien, no se ahoga en las aguas turbulentas de la literatura, lo hace sin concesiones, con rigor, como si se jugara la vida con cada concepto y con cada palabra.
Publicar es desnudarse, andar conscientes sobre a qué elementos se otorga prioridad y Lara Sotelo lo hace a la difícil condición de la existencia, a la duda cartesiana que lo convierte en un hombre responsable, con peso social, pero también con peso íntimo, y ya sabemos que peso es talento. «Conocí a una exótica muchacha que observaba con detenimiento una estatua de mármol», así comienza el tanteo sensible del poeta a recorrer despacio, con toda su calma y en ciento cincuenta y cuatro páginas, un mundo repleto de interioridades («mis asociaciones son caprichosas», dice), donde el amor «nunca alcanzó la forma de ciudad» en sus pasos, y donde «el mundo no está mal, es el hombre quien anda mal, es decir, jodido, enfermo, atiborrado de destellos inútiles, fragancias de artificios», y «donde el aplauso está comprendido entre las drogas más inteligentes», recorrido cargado de exigencias para un cubano como el poeta, por varias razones, una de ellas es que «los que nacimos en una isla llevamos siempre el mar en la cabeza, salpicando los pensamientos, hundiendo algunos ideales».
Publicar es desnudarse, con ese acto el poeta muestra en su esencia parte del arsenal de palabras para expresar el grito y en Lebensraum el uso del lenguaje se advierte preciso, a veces rotundo, («La triste vida de los asnos fue mi primer ensayo de insertarme en un espacio distinto. Pude sentir la segregación esmerada, el éxtasis secreto») porque el poeta carga con otra responsabilidad sobre su cuerpo desnudo, es un hombre negro y ha sufrido, como todos los negros, mal trato histórico, acumulación de gritos coloniales, sol de ingenio y de cañaveral, boca abajo y desajuste en la arrancada de esa larga carrera que es la vida, donde al final «el dolor es la asignatura que se practica cinco o seis siglos por adelantado» y no importó que en la clase lo expusieran a «la ira colectiva con palabras que lastimaban como flechas», pues la «fidelidad al lienzo o al papel» lo «han hecho libre».
Publicar es desnudarse, y el poeta nos confiesa que en los planos del intelecto quiere romper los cánones, ofrecerles dinamita bajo el puente, mofarse de lo establecido y poco funcional; no solo quiere romper los del ámbito de la plástica separados de los de la escritura, intentará volar todos los cánones del instante histórico que le vienen tocando, aunque sea Andy Warhol y sus copias de Marilyn Monroe, el prototipo, la muestra de su laboratorio, es que «el puré de tomate ya me aburre y he decidido alejarme de los cánones inútiles». Y mientras lo intenta, con la fuerza de su arte, se refugia en los estadios porque «son el sitio perfecto para hacerse invisible».
Publicar es desnudarse de manera entrañable, es decir, colocando las entrañas, primero en la pantalla del ordenador y después en las páginas de Lebensraum, con el rictus del forense ante la disección de su hermano, y así lo ejecuta el poeta con sus semejantes, ya sea en la intimidad, cuando yace «con dos mujeres en la misma cama y no logran» acompañarlo, o en el plano amplio de las relaciones, donde «sentir envidia es humano, gozar de la desgracia de otros es demoniaco», como escribió Schopenhauer, o donde «santificar el horror nos condena a ser autores de dichos horrores», porque después de haber examinado al mundo, el poeta ha llegado a la conclusión de que «ciertas facciones o bandos tienen más puntos en común que diferencias».
Publicar es desnudarse, y también aspirar a emparentarse con el pensamiento de los grandes que vivieron y padecieron otro momento histórico, de ahí que cuando Lara Sotelo se pregunta: «¿A quién le importa hoy la gratitud si todos nos creemos suficientes?», un lector como el que soy asocie este verso con la frase martiana de aquella hermosa carta de invitación a Máximo Gómez, para convidarlo a poner el sable al servicio de la independencia nacional, sabiendo el Maestro que el Generalísimo solo obtendría esa recompensa y « la ingratitud probable de los hombres».
Publicar es desnudarse, tenía usted razón, doña Leonor Acevedo, pero hoy no es su hijo quien lo hace con Fervor de Buenos Aires bajo el brazo, sino un pintor, un poeta, Jesús Lara Sotelo, con Lebensraum, un excelente libro recién salido de la imprenta.