Por María Elena Llana
Poemas de Berlín 2017
Foto: G.BlaskyStudio
Como bien nos indica el título, “Poemas de Berlín”, en estas páginas de Jesús Lara Sotelo, nos vamos a encontrar con lugares de esa ciudad, traídos y llevados por la contingencia de la historia y, en este caso, detenidos en el tiempo justo en que el poeta los incorporó al coto privado de sus vivencias.
El parque Gunewald, las aguas del Spree, los tilos de la avenida Unter den Linden, la imperiosa cuadriga de la Puerta de Brandeburgo o la inmensa explanada de la Alexanderplatz, uno de los centros neurálgicos de la ciudad que, por los imprevisibles avatares de la historia, fue así denominada para recibir la visita de un zar ruso.
Pero esos nombres son solo los pretextos de Lara Sotelo para enzarzarnos en sus siempre profundas disquisiciones, porque su real entorno es él mismo, su esencia creadora, raigal e indivisible, en la cual aflora un apego a sus propios avatares, más legítimo cuanto menos exaltado.
Por eso, no es ilógico que en un poemario dedicado a una ciudad más bien de tónica invernal, el autor se detenga a analizar la naturaleza de una fruta –con nombre indígena–, acunada por un sol omnipresente: la guanábana. Y, además, proponga entender en ella “la extraña nieve del trópico, su contagiosa paz”.
Aquí, en un juego de contradicciones que se acrisolan en su hondura poética, Lara nos sorprende identificando el color de la nieve con la blancura de la pulpa de esa fruta y con nuestros apacibles y largos mediodías.
Es decir, que más allá del juego lúdico de esta definición, no exenta de ternura evocadora, el espíritu del poeta logra tocar el nuestro y nos hace compartir tan personal cosmovisión, con lo cual avala su envidiable capacidad comunicadora.
En cuanto al procedimiento, la raigambre lírica de su prosa se mantiene fiel al puro mensaje escritural, le da la necesaria unidad a un cuaderno cuyo todo puede verse como un mosaico o una pintura de pequeños toques, no por rápidos menos elaborados, siempre atenidos a la certidumbre de la palabra y al tenue dogal del ritmo interior.
Tal vez ese sea un puntal de la continua comunicación de Lara con el lector, el apego a una ya probada materia literaria debidamente adecuada a sus fines, sin agredirla con proposiciones que no suelen trascender al proponente.
Su creatividad, en este caso, no radica en malabares sino en la facultad de hacer transcurrir su prosa poética más allá de los lugares recreados, atributo de un hombre de incansable elaboración mental, capaz de desbordar el entorno inmediato con sus mil paisajes interiores.
Y si de paisajes hablamos, se impone la referencia al quehacer pictórico de Lara, donde reafirma su trato con las formas como tránsito, no meta. Su maniobra con una técnica bien aprehendida es racional, limitada a sus necesidades de expresar el sentir de su tiempo, desconocido para lejanos cultores.
El impecable dibujo de Lara en algunos de sus cuadros, garantiza su talento para distorsionarlo cuando lo crea conveniente. Nunca experimentará por déficit.
Sirva como ejemplo la síntesis entre academia renacentista y expresionismo alemán, en el cual un hombre –negro–, asaeteado como un santo de Botticelli, lejos de soportar el martirio con sereno estoicismo, se contorsiona y deja escapar un grito capaz de vibrar más allá de la tela.
Un grito, que pisa la huella de Munch pero la trasciende, porque ese pintor regodeó sus nórdicas angustias sin sentir como propio el dolor del esclavo africano, interiorizado por Lara. Y lanzado como su propio grito ancestral, reivindicador.
“Parte de lo que soy no cabe en la mente de mis semejantes”, dice en uno de estos poemas, como si complementara aquella imagen pictórica.
Y en otro, para no dejar espacio a la duda: “Mi tono es oscuro. Viene de multitudes que cruzaron el Atlántico en barcos que no se parecían en nada a las flores que amas”.
Poesía, en sí misma o diluida en prosa, análisis y valoraciones ensayísticas, recreación del amplio mundo de la plástica –cerámica, óleo, carboncillo–, se integran en un todo creativo, de alta individualidad, para avalar la obra artística de Jesús Lara Sotelo.
El presente libro, “Poemas de Berlín”, si bien es una continuidad de esa misma línea autoral, con reflexiones que invitan a reflexionar, ha sido concebido con más desenfado, tal vez por haber sido “escrito en el teléfono móvil”, como indica un subtítulo, más bien una confesión desacralizadora.
En general transita estas páginas un tono coloquial y en más de uno de sus textos surge la mujer a quien se dirigen esos coloquialismos, una forma de reiterar, sin proponérselo, que los lugares mejor grabados en la memoria del viajero –o la viajera-, son los recorridos con una persona amada.
La Habana, octubre de 2017
Biografía y nota de autor: Jesús Lara Sotelo (La Habana, 1972) Artista de la plástica y escritor cubano cuya obra visual se encuentra en colecciones privadas de más de 20 jefes de Estado. Ha realizado setenta exposiciones personales y colectivas en 27 años de carrera artística. Ha publicado el cuaderno de aforismos Mitología del extremo (2009) y los poemarios ¿Quién eres tú God de Magod? (2008), Alicia y las Odas prusianas (2011), Domos Magicvs (2013), Lebensraum (2016), la Antología Poética El laberinto ante mí (2017) y A dos manos (2016), en coautoría con la poeta Lina de Feria. Posee una extensa obra literaria de la cual más de 30 títulos permanecen inéditos.