Por Alberto Marrero
Fotograma: G.BlaskyStudio
Los recuerdos y fabulaciones de un ser indagador y desesperado de la medianoche, se entrecruzan con las crónicas de otro no menos extravagante que va destilando una baba incandescente. Es extraño, pero ambos han decidido (en un rapto de diabólica lucidez) juntar sus escrituras en un libro que el lector ha de agradecer con los ojos bien abiertos y una mano en el pomo de la puerta. La imagen no es gratuita. Con ella trato de decir que los poemas, aunque de estilo muy diferente, tienen en común una suerte de insolencia patológica que por momentos asusta. Nada en ellos convoca al letargo sino a la vigilia. Ninguno está escrito para una sosegada digestión sino para remover escamas, mudar de piel y al final escupir el narcótico con que la humanidad nos ha cegado. Si el poema exaspera, desliza y conmueve, su existencia está justificada. Esta idea podrá parecer tremendista, pero a ella he llegado después del colapso de muchas cosas que alguna vez creí inconmovibles…