Por Alberto Marrero
Vivir con lo descomunal
La poesía fue el género escogido por el poeta y artista de la plástica Jesús Lara Sotelo (La Habana, 1972) para su incursión en la literatura. Tres títulos se destacan, entre publicados e inéditos, por evidenciar una notable evolución en la madurez poética del escritor: ¿Quién eres tú, God de Magod?, Trece Cebras bajo la llovizna y Amaranto. Sin dudas, las diferencias se tornan visibles cuando recordamos que el primero salió a la luz apenas cuando Lara contaba con veinte años de edad, mientras que los otros dos textos constituyen producciones recientes (ambas del 2015). Y es justamente esta continuidad la que nos lleva al reconocimiento de saltos y transiciones en su creación.
No soy el único que ha seguido de cerca la obra de este creador. Un crítico tan aguzado como el desaparecido Rufo Caballero escribió sobre la obra del autor en sus inicios. Otros, como el poeta y crítico Virgilio López Lemus señaló más recientemente: (…) Este es un poeta que no quiere expresarse solo con palabras, sino también quiere que las palabras expresen ideas, me parece que Lara está en el camino, es un hombre joven, un artista en la plenitud, está en el camino de convertirse en un creador de una poética, una poética que generalice su obra, que atrape toda la obra de él, tanto lírica (…) como la pictórica, yo creo que un poeta que logre reunir una obra global por medio de una poética pues está haciendo un aporte notable a la cultura de una nación donde no es frecuente este tipo de juego entre la palabra y la pintura (…) En la presentación de Mitología del Extremo, un libro publicado en el 2010 y que recoge más de setecientos
aforismos del autor, el reconocido narrador Francisco López Sacha expresó: Este es un libro que no se lee de corrido, este es un libro que se lee como se toma una taza de chocolate hirviendo, es decir, sorbo a sorbo, despacio, línea a línea, oración por oración y si es posible se relee porque no está construido para conocer el destino o el final de una historia, sino para labrar en nuestra conciencia un pensamiento de afinidad y para lograr un pensamiento de afinidad es necesaria una lectura profunda.
Con God de Magod, la incontinencia poética de Lara se adentra en los estados límites entre el cuerpo y el alma, en una suerte de irreverencia literaria que se reafirma en la densidad de la escritura. El barroquismo del lenguaje se enlaza con un automatismo psíquico que pareciera dominar el verso, reforzado por la alucinación o el trance que piden a gritos paz y serenidad. El tono es visceral, ensortijado, como espejo del alma que se retuerce y las expulsa a través de sensaciones, sentimientos y, sobre todo, desencantos. Por su parte, Trece Cebras bajo la llovizna, –cuyo prólogo y edición resultaron para mí, además de un desafío personal, una verdadera fiesta del intelecto, como decía Paul Valéry, – ya manifiesta cierta contención lexical, si bien no abandona el tono explosivo y desacralizado, pero siempre desde una perspectiva ecuménica que rescata la crítica social y a la vez un intimismo corrosivo, no pocas veces con aires de auto reproche.
En Amaranto, que es el cuaderno que nos ocupa hoy y que tuve también el placer de editar y prologar, la mirada continúa siendo múltiple y abarca disímiles zonas de la realidad actual, pero a diferencia del anterior se aprecia un trabajo más decantado con el lenguaje y una explotación más amplia de los recursos de la poesía. El discurso rompe fronteras y su lugar es el mundo en que vivimos. El tratamiento de cuestiones relacionadas con el racismo, la homofobia, el sexo, el poder omnímodo, las drogas o el consumo irracional, entre otros temas, no desestiman el aliento lírico
del libro. Hay cambios de registros frecuentes y una alternancia del lenguaje tropológico con el directo, de lo coloquial con lo lírico, del poema en prosa con el poema en verso libre. Abundan los poemas cortos pero sentenciosos, con un extraordinario sentido de la síntesis y la economía de recursos que, como el árbol del amaranto, no se marchitan con facilidad.
Sin embargo, en el último poema del libro declara con acendrada ironía: Los poetas me piden concisión y, cuando se las doy, / dicen: no, es demasiado. / En el fondo soy un faccioso aburrido / que ellos no han podido tachar de sus magras listas, / lo que no impide que traguen ron y jueguen al billar/ en noches tan insípidas como su estética de la concisión. / Las víctimas no posan ante las cámaras y el futuro / huele a dinero rápido, a disparo podrido en el invernadero. / Me piden brevedad pero yo vivo con lo descomunal.
El giro es notorio también en el pensamiento del sujeto lírico, aunque mantiene su capacidad de desdoblarse en otros personajes, cuyas disquisiciones ahora son de una lucidez no pocas veces escalofriantes. Véase, por ejemplo los poemas titulados Teriformismo, Testimonio de un recluso y Hércules. En ellos cobran vida experiencias lejanas al autor y también espacios fuera de la isla. Los factores contextuales y sus inmediatas consecuencias, el aprendizaje, el labrado del espíritu, los sacrificios y las vivencias han calado profundo en cada palabra, en cada verso. El compromiso de Lara con su presente y con su historia se sustenta en un aire cuestionador que declara, desde la sinuosidad de una límpida sintaxis, efectos de purificación en el receptor, de aliento psicológico y emocional.
En este nuevo poemario Lara deviene cronista del mundo contemporáneo y, por qué no, de ciertas circunstancias insulares. La narratividad de sus poemas es evidente. En muchos se cuenta una historia con una visión alegórica. El abanico de referencias políticas, culturales, científico técnicas e históricas es cada vez mayor y también más deslumbrante. Aferrado siempre a la realidad – lo que no quiere decir que el poeta no fabule e incluso algunos versos delaten sus influencias vanguardistas, o más concretamente, surrealistas –, ensaya un movimiento sísmico que desmonta conceptos prefijados, subvierte normas coercitivas que se imponen como naturales, deslegitima las manifestaciones del poder abusivo sobre los hombres y las cosas. Una vez removida la sensibilidad del receptor, este pasa a ser el objeto de la emancipación cognoscitiva que le permite generar, nuevos conocimientos, o quizás no necesariamente nuevos pero sí en una escala distinta.
La heterodoxia con que Lara capta el reflejo de la sociedad humana en su conjunto, con sus diferencias socioeconómicas, políticas y culturales, es sintomática de la rispidez de nuestros tiempos, de la filosofía del absurdo y de la “lógica” del extremo que, en su vaivén, consumen nuestras dinámicas cotidianas. Por eso el autor denuncia, polemiza, enjuicia, juzga. Las imágenes respaldan la explosividad de lo irónico, lo arbitrario,
lo paradójico. El abordaje crítico no se paraliza en un estado de interpretación contemplativa. Lara indaga en opciones que van surgiendo, en la mirada del hombre común y en otras que potencien el diálogo intelectivo. Su propósito radica en desarticular el pensamiento programado y las conductas que hoy en día oscilan desde la confiscación de la palabra (opinión) hasta el concepto de colectividad que invade el territorio de lo individual. Es un camino largo y enmarañado de raíces que dificultan el paso por el mundo, pero Lara prefiere avisar, prevenir, desempolvar a fondo las causas de las cosas para advertir sobre interrogantes que pongan en emergencia la verdad. Lo que el artista logra con este poemario supera al texto en sí mismo. La obra trasciende los márgenes de la literatura para convertirse en un gesto. Un gesto de aversión, de inconformidad, de insubordinación. En el poema Ordenanza dice:
Derretir el hielo de la orden es paso temerario.
Sin embargo, pocos vacilarían en nadar en las aguas
de los pequeños crímenes si el dividendo glorifica.
No estoy dispuesto a mover un alfiler ni a callar
ante ninguna exigencia que provoque dolor.
Alguien corta mi garganta y sonríe,
sabe que la orden es la orden y la ejecuta
con suavidad de cirujano que no quiere dañar,
pero tampoco dejar de cumplir el triste papel que le fijaron.
Este autor ha acreditado una poética escritural que, si bien parte de la existencia humana como foco catalizador, se puede desplegar en infinitud de vertientes, aristas o esferas. Y si un rasgo unifica esta heterogeneidad, es su rechazo a dejarse definir. Por eso, tal vez, los temas elegidos ponen en crisis el desarrollo (¿evolutivo?) de las sociedades de hoy: el legado de las culturas precedentes está marcando su fin y la continuidad se convierte entonces en un término de oscura resonancia.
No pretendo atiborrar a los futuros lectores, pero debo añadir algunos elementos más en torno al libro que van, de seguro, a disfrutar. La condición humana es compleja y contradictoria. Todo auténtico artista lo sabe y se esfuerza en reflejarla de una manera u otra. Nadie debe creer que lo que el poeta expresa es fruto total de su experiencia (los escritores nos apropiamos de otras vivencias ya que las propias no nos bastan y, además, suelen ser aburridas) y mucho menos que todo lo que afirma no sea refutable. De hecho, esa una de las claves de su poética en general. En ese sentido su herejía es patológica, casi obsesiva. La universalidad es su objetivo esencial, y no es extraño que regrese a ella una y otra vez con más apremio, o con más lentitud, sin vanos folclorismos o nacionalismos a ultranza (esta noción se aprecia también en su obra pictórica). Visto así Amaranto es un libro imperfecto, cuya imperfección es digna de análisis y de confrontación desprejuiciada.
Sus versos revelan las dolencias y paradojas de una época de estrepitosos avances tecnológicos e injusticias cada vez más abisales. Debo acotar que el libro reivindica con acierto el poema de corte social, inclusive político, algo que la mayoría de los poetas (de aquí y de allá) abandonaron en las últimas décadas tal vez por el temor a caer en el otrora llamado panfleto. Jesús Lara es un ser infatigable, con una postura de disciplina y rigor frente al Arte. Su creatividad lo convierte en un artista impredecible, entusiasta, abarcador, como lo calificara la poeta Lina de Feria. Su pentagrama cognitivo está en constante ebullición, no cesa nunca de buscar otros arpegios que lo lleven a mudar la vieja piel como una serpiente. Luego de la lectura reposada del libro, uno comprende que el poeta se mueve siempre en una cuerda floja sin una malla protectora debajo. En uno de sus memorables aforismos que ahora recuerdo, expresa: “Cuando es preciso decir hay que afeitar bien la lengua”. Y en otro no menos perspicaz: “Tanto quiere el diablo a sus hijos que acaba por sacarle los ojos”. En resumen, este poemario, lejos de la caricia superficial, nos hace repensar lo ya pensado y nos obliga verificar la acepción de lo conocido de manera incompleta. Todos sabemos que las diferencias avivan las sospechas y que el precio de ser polémico y diverso es la propia cabeza, que en este caso no sería el cadalso sino el silencio o el desdén. En Amaranto hallamos las razones de un mutante desenfadado que está dispuesto a perder la cabeza. Concluyo con el poema titulado Natación militar, donde el lector podrá apreciar estas y otras aseveraciones que he formulado, con mayor o menor eficacia, pero con plena sinceridad y fe en lo que suscribo.
Natación militar
Me acusan de hereje, incluso de promover cierto terror (las metáforas y el color también estremecen).
En una playa nudista me siento a gusto porque nada impide respirar, ser uno mismo.
La tentación puede ser vencida,
pero hay que entender el caos que nos prueba. Beso la boca de la pistola, sus labios quemantes
(“la felicidad es una pistola caliente”, dijo Lennon).
Mi dedo ávido sobre el percusor, mi dedo manchado de tinta.
Los adversarios nos conocemos mejor que muchos amigos,
por eso calibramos fuerzas y aprendemos a nadar en sangre.
Octubre de 2015.