Por Jorge Rivas Rodríguez
Foto: Pablo Tarrero Segrera
“Mi obra es la salvación de mí mismo, para no desistir, para no quebrar mi fe en los hombres”, así ha expresado el reconocido y multifacético artífice Jesús Lara Sotelo (La Habana, 1972), en ocasión de su sonada exposición Fuego y Meditaciones, en la galería Teodoro Ramos, del Cerro, como parte de su monumental programa de exhibición retrospectiva iniciado a principios del mes de septiembre en el Centro de Desarrollo de las Artes Visuales y Diseños, en La Habana Vieja, donde bajo el título de Poemas Capitales, presentó un amplio conjunto de su obra realizada hasta ahora.
Cuando se analizan estas palabras, estamos entendiéndonos con un modo de pensar y de hacer eminentemente humanista y filosófico, en el que el hombre contemporáneo, sus problemas, sus alegrías, sus tristezas y sus preocupaciones forman parte del cosmos creativo de este pintor, escultor, fotógrafo, grabador, ceramista, videasta, y exitosamente escritor, con más de 45 obras igualmente relacionadas con el tema de ser y existir.
Lara enjundia su ideología individual echando anclas en la sociedad, en la historia y la cultura insulares, fuentes nutricias de una obra plástica y literaria cuyas maneras expresivas trascienden las fronteras de su país para ser entendidas e igualmente asimiladas por las personas de otras naciones, de otras tierras ajenas y diferentes a la nuestra. Y esa extraordinaria posibilidad comunicativa es producto de la solidez meditabunda de sus ensayos, en los que desecha la epidermis para escudriñar en las esencias, en las profundidades del hombre contemporáneo.
De ahí que sus producciones iconográfica y literaria constituyen una suerte de bálsamo, de reivindicación para consigo mismo, de “salvación”, de su espíritu, de su materia.
Lara es un hombre que se ha erigido sobre sí, sobre su andar cotidiano, sobre las experiencias personales y las de los otros, al punto de convertirse en un artífice especial cuyo legado vale la pena conocer y estudiar. Hombre de su tiempo, mediador entre el bien y el mal, entre el miedo y la esperanza, no creo que dentro de la plástica iberoamericana existan muchos ejemplos de entrega al arte y la cultura como el que en esta ínsula tenemos la dicha de tener.
No son alabanzas fatuas, sino la reflexión conclusiva acerca de alguien que, por demás, es un simple mortal con defectos y virtudes, pero, sobre todo, con un preclaro sentido de la amistad, del amor y del compromiso con el arte y con la vida. Su obra toda, quiérase o no, tendrá que ser vista desde muchos ángulos: el artístico, el filosófico, el humanístico, el social… Asimismo, los valores éticos de sus trabajos caracterizados por un valiente entendimiento crítico con su convulsionado tiempo, constituyen ensayos y crónicas sobre los que vale reflexionar desde cualquier latitud.
A pesar de las incomprensiones por parte de algunos directivos, de evidentes celos profesionales y el desinterés de determinados críticos por apreciar y distinguir su labor como artista de la plástica, Lara disfruta hoy del extraordinario discernimiento que sobre esa zona de su creación han hecho muchísimas figuras relevantes de la intelectualidad cubana: escritores, críticos literarios, ensayistas, profesores, músicos, bailarines, teatristas…. Esa dicha, tal vez, haya contribuido a enaltecer aún más la fe en sus semejantes.
Lara no desmaya. No hay espacio para el ocio en el correr de su existencia, de su tiempo, en una contundente batalla personal por poner un poco de sí mismo para salvar el arte ante el miedo y la destrucción que emergen de un mundo cada vez más intolerante, agresivo y aterrador. Poeta al fin, el desvelo quebranta su sueño obsesionado con la idea de traer de vuelta “lo que como humanidad hemos perdido”.