por: Marilyn Bobes
Resulta asombrosa la variedad de registros que el poeta Jesús Lara Sotelo consigue en cada uno de sus libros. Aun cuando un hilo común de relaciones invisibles se establezca entre todos, sus sujetos líricos adquieren personalidad propia y se desdoblan a la manera de un actor que interpretara a múltiples personajes.
¨Amaranto¨, de 2015, es tal vez el poemario más impactante de un autor a quien no le importa complacer a esas cabezas acomodadas que buscan en la poesía el sosiego de una belleza convencional y tranquila, aun cuando, a nuestro alrededor, el mundo se esté derrumbando.
Y ese derrumbe fundamentalmente ético que no da cabida a las ilusiones de redención es el que asume el protagonista de Amaranto, quien asegura no estar dispuesto «a mover un alfiler/ni a callar ante ninguna exigencia que provoque dolor».
Ya en la cita de Walt Whitman que sirve de pórtico al cuaderno se nos había prevenido que el poeta no aceptaría nada que todos no puedan tener en iguales términos. Esa imposibilidad lo conduce entonces a la asunción de la anarquía como fórmula eficaz para el rechazo, consciente de que «las metáforas y el dolor también estremecen».
De estremecer se trata. El hombre de la postmodernidad es ese que Lara Sotelo define como a alguien a quien le han ¨secado el alma¨, y en audaz símil declara que a veces se siente como «la pulpa seca de una naranja exprimida que alguien tirará al basurero».
Escatología, cinismo y, sobre todo, inconformidad, otorgan a ¨Amaranto¨ ese sabor decadente que debió sentir en su tiempo Charles Baudelaire cuando escribía Las flores del mal; porque este sujeto lírico que no debemos confundir con el autor escribe destruyendo y al mismo tiempo añorando «el cielo que no tuvimos/la fe que se nos hizo una arenilla invisible sin darnos cuenta».
Lara Sotelo se manifiesta aquí con una civilidad muy poco asertiva y parece hablarnos en una dimensión de universalidad que no viene dada por las frecuentes alusiones a pensadores, científicos, pintores o músicos de otras latitudes, sino por un poder de ubicuidad que le permite estar en todas partes tanto desde el punto de vista geográfico como existencial.
Se coloca en la piel del presidiario, del violador, de toda la excrecencia social y, desde allí, lanza efectivos dardos contra ¨las respuestas de siempre¨, en una búsqueda desesperada que lo conduce a desconfiar de todos los poderes, de todas las ordenanzas y hasta del mismo desarrollo tecnológico que deshumaniza la infancia con videojuegos y adicciones a las virtualidades del ciberespacio.
Se solidariza con ¨Los insufribles del subterráneo¨, con todos los que «alborotan las simetrías de la vida» porque quiere dejar constancia de los hombres «de la locura con que defienden la insensatez» aun cuando sabe que «todos llevamos en la espalda una secreta matanza».
¨Amaranto¨ es quizás el cuaderno más logrado de Lara Sotelo o, al menos, el más impactante. La concisión con que se expresa y las contundentes conclusiones (nótese que hablo de conclusiones y no de respuestas) a las que arriba, convierten al lector en un blanco de las irreverencias y las declaraciones atrevidas de este ser que no se aferra a lo que le parece una imposibilidad: esa igualdad a la que aspiraba Walt Whitman y la no aceptación de las iniquidades.
Tal parece que el poeta hubiera partido del procedimiento ficcional de un Fernando Pessoa en la creación de un heterónimo, pues los que tengan o hayan tenido la posibilidad de acercarse a los veintitrés libros de este autor prolífico y desmesurado advertirán una suerte de esquizofrenia en su sistema poético donde Lara Sotelo es muchos hombres aunque, eso sí, un autor con un estilo y una forma de asumir sus propuestas formales que lo resumen en una indiscutible unidad.
Esta fragmentación característica de la posmodernidad nos permite una relativización que excluye los absolutos al mismo tiempo que nos ilustra una cosmovisión develadora y reveladora de los diferentes metarrelatos que puede contener eso que algunos llaman realidad.
Por realista que parezca, y hasta transparente, la poesía de Lara Sotelo, especialmente en el libro que ahora comentamos, es un juego con el lector. Tal vez un difícil ajedrez en el que se ponen en solfa todos los argumentos tradicionales que nuestro tiempo nos ha propuesto como irrebatibles verdades.
Sus versos se comunican fácilmente con el receptor porque no apelan a demasiados artificios de lenguaje pero adquieren una cualidad compleja cuando se intenta penetrar en ellos a través de lo emotivo. No es un mundo donde los vampiros se enamoran de sus víctimas sino donde tanto los monstruos como estas últimas se repelen y se despedazan entre sí.
Poemario no apto para menores. (Y cuando digo menores me refiero a aquello que Julio Cortázar llamaba un ¨lector hembra¨ por más que me mortifique el sexismo implícito dentro de este calificativo). Cuaderno hereje a los que muchos objetarán un pesimismo culpando al espejo de los reflejos con que nos aterra de ese otro lado.
Tal vez la violencia soterrada que subyace en muchos de sus textos se ve encauzada por una racionalidad que no intenta pactar con las convenciones, ni siquiera con las leyes pues el sujeto que nos propone el poeta es un proscripto dispuesto a buscar una muerte que no sea natural ni inducida sino inventada, deceso imaginativo que añora una paz inencontrable.
Acudiendo muchas veces a recursos extrapoéticos e intergenéricos que no excluyen cierta narratividad, el cuaderno se acerca a una estética que toma de todas las disciplinas del arte o la ciencia para extraer resultados expresionistas que seguramente conmocionarán al lector.
Lo que hemos llamado expresionismo es quizás lo que lo distingue de otros del mismo autor donde el arsenal de recursos funciona como un sistema, una suerte de dadaísmo reflexivo y enciclopédico donde se ponen a prueba los conocimientos del receptor.
Otros críticos lo han calificado de imperfecto tal vez porque no encuentran en él esa ¨armonía¨ que se ha canonizado hasta ahora como condición sine qua non de la belleza como forma de la verdad postulada por John Keats.
Pero recordemos que Lara Sotelo nos conmina a alborotar la simetría de la vida. Y en ese sentido su poder de persuasión parece irrefutable.
Si su más reciente poemario ¨Irla¨ es el testimonio del hombre insular y ¨Trece cebras bajo la llovizna¨, escrito en 2015, es reflejo del hombre universal, ¨Amaranto¨ representa, en mi opinión, al hombre anárquico lanzando piedras hacia las vidrieras de un mundo desalmado y cosificado.
1º de junio de 2016