por: Alberto Marrero
Foto: G.BlakyStudio
La conjunción eficaz de lenguaje e imagen, resguarda al poeta del fracaso. No importan los temas que frecuente, que casi siempre son los mismos desde que nació la poesía como expresión, o mejor, como aproximación al espíritu del hombre. (De sobra sabemos que todo es un constante acercamiento a lo que deseamos y que la posesión absoluta es inalcanzable).
Mientras editaba este nuevo cuaderno del poeta y artista de la plástica Jesús Lara Sotelo, comprobé que el texto reúne las dos cualidades mencionadas. Con un lenguaje ora barroco, ora de una limpieza impecable, Lara asume como tema esencial la danza y la figura de Alicia Alonso, sin temerle a los riesgos que esta decisión entraña. Riesgos que van desde un tratamiento superficial y maniqueo de la danza, hasta el elogio insípido, desmedido o banal a una persona que no lo necesita, porque su obra ya ha trascendido y se encuentra en la memoria de la cultura universal. Sin embargo, el poeta se lanza a la aventura y elude las trampas enumeradas. Lo hace sin falsa humildad, confiado de que la única impudicia es no enfrentarse al reto y al pulso de la palabra, al precipicio de la imagen y al acto de hacer valer lo que se siente, lo que se cree hasta el delirio o la muerte.
Los lectores se enfrentarán a un texto que alivia y exalta, conmueve y obliga a la reflexión desprejuiciada, nada ortodoxa. Por momentos puede dar la impresión de que el poeta se divierte con el lenguaje o que le otorga un sentido lúdico a las palabras. Eso no se descarta. La buena literatura también es lúdica.
Utilizando el ballet como fondo o como escenario, Lara escribe desde el dolor, desde la experiencia a veces tan sórdida que oprime pero a la vez libera, que afirma y al mismo tiempo niega, que rebosa ternura y a la vez ferocidad contra ciertas conductas humanas, que ríe y llora, que parece decirnos que no todo es como se supone que sea y que hay otras esencias no reveladas, y que entre lo conocido y lo oculto aparece la verdad en todo su esplendor de relatividad. Lara arma este libro con una evidente progresión dramática. Va complicándose en la medida que avanza, se ilumina, madura, descubre ángulos, matices ignotos, tal vez no tan ignotos como poco frecuentados.
Todo lo que el hombre testifica lo hace en cuanto a imagen y el mismo testimonio corporal se ve obligado a irse al pozo donde la imagen despereza soltando sus larvas, escribió Lezama en su ensayo ¨Las imágenes posibles¨. Lara capta el mensaje y forcejea, penetra en la corriente asociativa y al final cumple la vivencia oblicua que proclamaba Lezama.
Alicia, la extraordinaria Alicia, aparece en estos poemas unas veces como eje referencial de la danza y de la cultura en general y otras como alegoría de redención, voluntad y sacrificio. Pero también el poeta la hace cómplice de sus angustias y pugnas y le pregunta por asuntos humanos y celestiales, y la eleva a la naturaleza del cosmos en un intento por definir, o tal vez atrapar, esa aura de infinitud, de mágica infinitud que rodea a la más grande bailarina de todos los tiempos.
Lara yuxtapone imágenes y construye asociaciones que sorprenden. Algunos versos podrían catalogarse de herméticos, pero ya sabemos que ese escollo se salva cuando se impone y prevalece la atmósfera que crean las palabras, el sentimiento que trasmiten, aunque no lo expresen con la claridad de un informe de oficina. En medio de la pintura de una escena memorable de algunos de los ballets clásicos, donde Alicia resplandecía dejando al espectador virtualmente sin aliento, Lara introduce momentos de introversión, una mirada a lo terrible de existir en ciertas condiciones y a la posibilidad de amparo. No evita enconos, no desfallece en la repulsa a la pequeñez y el desamor, si bien a veces lo escuchemos inconsolable, fatigado de andar entre escolios que no convencen, miserias que tampoco convencen, esperpentos que le salen al paso y lo rodean y le hacen daño. La imaginación ejercida como muro de impedimento contra demonios, lo llevó a adentrarse en entresijos, a trepanar sus propias inhibiciones, a cuestionarse muchas cosas que al parecer eran incontestables, a indagar y virar al revés eso que suelen llamar ideales. Asume el acto de la poesía sin cortapisas ni pudores baratos, se tira a fondo, aunque en el fondo lo esperen rocas.
En acertado enlace de #Alicia, la #danza, el sueño y la inquietud del poeta, todo bajo un manto estrellado, en el compás de Lezama, con versos que transitan lo clásico y lo cotidiano, lo místico y lo terrenal, convierten a este poemario en un raro ejemplar de levitación, en un manual para levitar el espíritu en el sopor de una tarde, tras las penurias y los gozos del vivir. Sus páginas culminan con un manojo de aforismos que Lara decidió agregar en el último instante. Sentencias que el poeta ha ido cultivando como un claro ejercicio de inteligencia, sabiduría y madurez. No se trata de moralejas ni de alardes de visionario. Es solo un cierre digno de un texto con vocación perdurable, como la poesía de la danza, o como la danza de la poesía, como Alicia misma, dueña ya de la eternidad en sus noventa años de fructífera existencia.
De izquierda a derecha el pintor y escritor Jesús Lara Sotelo y la Directora de Ballet Nacional de Cuba Alicia Alonso en la inauguración de su exposición “#SupremacíaDelExtasis” en La Habana 2010.