por: Roberto Zurbano
En la poesía cubana más reciente, esa escrita por jóvenes o la que se dice escrita para o desde ellos, es difícil encontrar hoy propuestas de profundo vuelo conceptual o de una hondura existencial o metafísica —marcas tan propias de esa edad—, que revelen el costado angustioso de la adolescencia, su amor por la aventura, sus vocaciones suicidas, su desconocimiento del peligro, su angélica crueldad, sus excesos fantásticos y reales en un contexto lleno de insuficiencias materiales, rodeados de mar, prejuicios e incomprensiones de todo tipo. Justo aquellos libros de José Ramón Fajardo, Verónica Pérez Konina y Osvaldo Sánchez, en mitad de los años ochenta, nos esbozaron la poética de un cambio que ya había comenzado: una conciencia poética y también social que cierra la puerta de la adolescencia con cierta mezcla de cinismo, descaro y nostalgia. La otra cara de la moneda lanzada al aire en aquellos años, se puede leer en ¿Quién eres tú, God de Magod?, de Jesús Lara, textos endemoniadamente íntimos, marcados por las circunstancias de un adolescente que merodea nuestra ciudad, que nos revelan su corta biografía, reconociendo y autoreconociéndose, a la vez que implosionando entre los muros de esta ciudad.
No hay moda a la que pueda resistirse un adolescente. La Habana de hoy es una ciudad donde las tribus urbanas desandan por varios caminos y se encuentran en una diversidad visual que es el aleph para nuevos gestos. Aquellos peinados, estos pelados, esas ropas y sus adornos, variados, espectaculares e imaginativos hablan de las irreverencias que necesita toda ciudad. El cuerpo de la ciudad es como el cuerpo adolescente, siempre a riesgo de sorpresas, golpetazos y deseos. Una moda gótica se explaya en La Habana del siglo xxi: rostros alargados, cadenas, cadenetas, cintas, lazos, turbantes, aretes, dijes y piercings adornan el paisaje y los rostros de los adolescentes de muchos barrios. Se expresan y hablan un lenguaje que burla el orden esperado por el canon nacional: construyen un siglo diferente, quizás, también, un país diferente entre la abulia y el deseo, alucinan en la ciudad derruida y sus cuerpos son el espejo de esa ciudad. El tiempo de la ciudad en que es escrito este libro no es aun el de los años noventa, post-Muro de Berlín y crisis económica de la sociedad cubana, pero el libro apunta a una crisis generacional, a una tragedia existencial y a una búsqueda de nuevos horizontes.
Tiempo de adolecer debajo del cielo no es tiempo perdido, advierte el Eclesiastés. Este tiempo, como temporada en el infierno, ha sido testimoniado por otro poeta adolescente en este, quizás, raro libro. Una extraña angustia que todo sujeto lírico incorpora a su discurso cual acto de iniciación o cual insuficiencia, huellas que, para muchos, es preciso borrar. Jesús Lara hace de dicha iniciación un acto de trascendencia cuando coloca a la escritura como testigo de cuanto adoleció y testigo de cómo asumió los ¨excesos¨ de su adolescencia vital y estética. La intención de este poemario nace de las interrogantes que provoca vivir con intensidad, lejos de cualquier prejuicio, huérfano de limitaciones castrantes. No es que falte lo existencial, es que faltan las experiencias y el poeta se lanza a buscarla a través de disímiles vivencias. Como cualquier poeta urge de ellas y va en su busca, las interpela, provocándose una egolatría que lo explique y lo salve del tamaño y las injurias del Mundo o la Realidad acabadas de descubrir por todo adolescente.
El gótico de Jesús Lara está empeñado en sublimar la adolescencia como realidad y como situación límite. Como pérdida de una condición o travesía para llegar a las puertas de la madurez o la plenitud. Todo gótico apela a lo profano, a la irreverencia de las formas y al ornamento, es decir, a la larga, a la explicación de los sentidos, como si no bastaran por sí mismos; el poeta nos propone una respuesta sensualista, poco racional y más bien explayada en los deseos de la carne y de la razón. El gótico como estilo de la arquitectura y las artes visuales (vidriería, caligrafía, grabado, pintura, esculturas, murales, etcétera.) propone un nuevo sentido del espacio, continuo, fluido, tal y como la pasión adolescente construye en este libro de versos una historia decorada, cual tatuaje en el cuerpo de la memoria, por los momentos más tremendos de una juventud vivida al límite del peligro y al borde de las pérdidas más inocentes, esas que clausuran la adolescencia y se recuerdan, con los años, con un gesto perdonavidas que no es posible hallar acá. Este es un libro heroico y antiheroico, pues la épica del placer es demasiado efímera para fundar discursos, ni siquiera morales. Pero es un libro valiente y revelador, que ofrece, cual el dios Jano, los dos rostros del ser humano: el que se destruye y el que se salva.
El gótico fue un arte de catedrales, pero el regusto por lo profano no se oculta; todo lo contrario, el énfasis en lo exterior, en el ofrecimiento, en ritualizar lo que es cotidiano y viceversa, cotidianizar lo ritual es uno de los golpes más sutiles de los grandes arquitectos, escultores y pintores de ese estilo. Este libro está construido con el énfasis de una catedral profana, sus paredes son el cuerpo físico del poeta fluyendo en las aguas de la adolescencia y el material poético del cual se alimenta está entre lo mejor de la poesía cubana y universal (José Martí, Rainer María Rilke, José Lezama Lima, Jorge Luis Borges y otros tantos poetas) que aquí son manjares que este joven paladar estético relame gustoso y después rechaza, sin dejar de intertextualizarlos de una extraña manera, es decir, los incorpora destrozándoles su semántica y proponiendo nuevas aventuras (existenciales y estéticas), al cuerpo y al sentido de tales grandes textos.
Léanse atentamente aquellos poemas del libro donde Lara reescribe grandes poemas de los autores antes citados. Son versiones libérrimas, valientes apropiaciones que Jesús Lara nos ofrece nada menos que del ¨Poema conjetural¨ de Borges, ¨Ah, que tú escapes…¨ de Lezama y varios de los ¨Versos libres¨ martianos. Se halla en estas irreverentes reescrituras una declaración estético-generacional más allá del gesto parricida que también expresa. Es el gesto profanador, la mirada gótica, que descarna las paredes de las catedrales de lo ritual para ofrecerlo como guiño de novedosa complicidad y confirmación de nuevos aires que atraviese los muros de significación de esas grandes catedrales que también constituyen esas obras célebres de autores igualmente famosos. De modo que no es un simple gesto escritural sino la desfachatada declaración de principios de una poética en formación que luego sus obras plásticas (dibujo, pintura, cerámica, fotografía y escultura) van a revelar desde otras dimensiones espaciales, temáticas y artísticas. Por aquí abrimos otra puerta, un puente entre las nubes de la creación toda de este joven artista ya treintañero.
Este texto de Lara es su grito fundacional, el espacio desde el cual inaugura una autorreflexión de su obra y su persona, simultáneamente; es un libro que debe leerse desde la irreverencia, pero también desde la vindicación de sus afinidades estéticas, sus aspiraciones vitales y sus necesidades de expresión, diversas y encontradas entre sí en este mismo espacio de iniciación. Constituye, pues, muchos puntos de partida y a la vez es túnel que nos conduce a sus diversas preocupaciones temáticas y artísticas actuales, repleto como está de interrogantes hacia sí mismo y hacia el mundo, como todo artista verdadero que interroga al universo. Muchas de las respuestas a estas incógnitas adolescentes y eternas están en la obra posterior de Jesús Lara, en su intensa labor de artista de una visualidad tridimensional que aquí apenas se escuchaba balbuceante, cuya dimensión real es el tiempo: la escritura se mueve en el tiempo, única dimensión posible de las ideas y los proyectos que se tejen desde la juventud y que solo la madurez logra concretar, comparar, superar. Muchas veces tales balbuceos quedan en ese estado primigenio de los sueños altos pero inalcanzables. Este libro indica la altura de aquellos sueños y señala el modo en que han venido realizándose muchos de ellos. Nos ofrece, asimismo, la fuerza de la génesis artística y de sus resoluciones posteriores, incluso de las renunciaciones o vueltas que el camino propone al artista, al ser humano, acepte o no. ¿Quién eres tú, God de Magod? solo se explica en el contexto mayor de la obra de un artista que hoy acumula una madurez, un reconocimiento y un camino lleno de nuevas propuestas conceptuales y estéticas.
En el Callejón de Hammell, septiembre 2008