Sobre Todo se va
Por: Alberto Marrero
Foto: GBlaskyStudio
De nuevo el movimiento perenne, el deambular por una única tierra dividida, amenazada, sangrante. Estos poemas no se detienen en ningún sitio por mucho tiempo. No pernoctan en hostales de paso. Parecen escritos sobre la marcha por un viajero omnisciente, por un peregrino recalcitrante. Esa es la sensación que me produce Todo se va en consonancia con lo que acabo de decir sobre la movilidad casi agresiva del poeta. Una respuesta podría ser, a mi juicio, el aforismo de Roger Munier (un poeta que ambos veneramos) cuando dice: Nada es alcanzado en la historia. Todo no está sino infinitamente a punto de serlo. El tiempo es el lugar del casi.
El lector se enfrentará a una suerte de don de la ubicuidad que Lara experimenta con meridiana energía. El estilo sentencioso y cierto afán ensayístico se interponen, o mejor, se yuxtaponen al despliegue lírico de otros cuadernos. Hay ciertos críticos que opinan que la poesía no es el género idóneo para el ejercicio del pensamiento. Estos poemas demuestran lo contrario y saltan como cataratas, invaden mares, desiertos, bosques, calles de aquí y de allá. Todo es una sola tierra rota, despedazada. La idea cobra cuerpo en el último poema del libro titulado Hombre a la deriva.
En este bosque húmedo de la mítica Gondwana soy una ínfima parte del todo, o quizás llevo en mí el espíritu de todo, de aquella enorme Pangea que otrora fuimos antes de la fatal escisión.
Libro de desasosiegos por el mundo que habitamos, conjugadas sabiamente con el interior del ser atormentado, temerario y a veces inconsolable que somos al mismo tiempo. El hecho de que nada permanece no es noticia, pero nos sigue alarmando como hace miles de años atrás.
DESIERTOS
Varios días sin agua me recordaron los desiertos del Namib, Karoo y Kaoko en África. Mi madre me hablaba de esos lugares como si alguna vez los hubiese conocido. De niño me horrorizó ver un perro en llamas. Alguien quiso vengarse tal vez de una mordida. Solo los humanos somos capaces de recordar un sitio que en el que nunca hemos estado y de vengarnos de un acto instintivo. Siempre he creído en el fondo del desconcierto, pero nunca en el aplauso. En cierta ocasión, un periodista de la BBC tocó a mi puerta y le abrí con un hacha en las manos. El hombre solo quería preguntarme sobre mi serie de cuadros llamada desiertos.
MI MUNDO, EL MUNDO
Dios, una hoguera divide los océanos y ya no quedan coartadas. Ya nada es blando, suave, inadvertido. En mi piel llevo el tatuaje del ocaso. Mi mundo no era este. El mundo que soñé desde el vientre de mi madre no se parece a este ni a nada que tú hayas dicho según tus discípulos de pies descalzos. No creo en panoramas binarios ni en agencias. Las coartadas ya no se esgrimen para explicar el desastre. Las cosas son así porque sí, según los nuevos predicadores de trajes caros.
TODO SE VA
A veces he intentado “lavar mi cerebro” de algunas aflicciones. Pero ellas no se borran como nada se borra de Facebook. A veces he soñado que soy un búfalo apacible en una charca. Pero los búfalos no son bisontes ni soy tan apacible como a veces sueño en tardes de lluvia. Cada vez que pretendo fregar mi cerebro nada cambia, pero sé que al final todo se irá conmigo.
DUALIDAD
Soy un toro y estoy en una corrida de Barcelona. ¿Qué puede significar ser un minotauro y un matador al mismo tiempo? El mundo no parece escapar de sus atrocidades. Con la cara enrojecida, pienso en Lorca y en Picasso. No quiero ser el que mata, pero tampoco la víctima que se desploma en la arena de la plaza. Soy un toro y estoy en una corrida de Barcelona. Lo curioso es que no estoy muerto y el público aplaude con un frenesí que no comprendo.