por: Yanet González Portal
foto: Adrián Garrido
«Cada libro es un hombre que se baña una vez
en el río del poeta». Jesús Lara Sotelo
¿Cuál puede ser la obra crucial de un artista que no teme a la experimentación, al ensayo, a probarse a sí mismo en toda faceta y legítima cualidad para el ejercicio creativo?
¿Cuál es el límite de lo posible para una poesía supeditada al aserto espiritual y a las metáforas de la vida con sus símiles y anticadencias?
¿Qué divide al hombre que se niega al aislamiento y la calificación de sus paradojas?
A los 45 años de edad, Jesús Lara Sotelo (La Habana, 1972) denomina en poemas los asuntos de su vida y su arte que considera capitales.
En uno de sus más recientes libros titulado así, el autor enlaza la poética de las artes plásticas con la literaria y crea una secuencia casi explicativa a sus continuas ‘distracciones’: la cerámica, la fotografía, el paisajismo, el retrato, la abstracción, la escultura, el performance, la música y los versos.
«Estos son mis poemas capitales, simples despojos de infierno (había escrito de invierno), promesas incumplidas, cavilaciones en mar afuera, nostalgias de Rimbaud sin piernas, sin boca, sin caderas; esqueletos dormidos».
En un número de títulos que iguala prácticamente la propia edad del poeta, podemos hallar una superación constante en la construcción de un discurso, de una obra que ha ido expandiendo su universo de posibilidades, pero con la misma franqueza, que, por ejemplo, signa tanto el primero de sus libros como el último.
A los diecinueve años de edad Jesús Lara Sotelo enuncia con una interrogante su primer cuaderno de poesía, ¿quién eres tú…?, le dice el joven a la imagen de sí mismo que estampa en los versos, la imagen que considera demoníaca y enferma ‘God de Magod, mi monstruo refrenado’—escribiría años más tarde.
Los poemas de la primera juventud son aterradores —como bien los califica Rufo Caballero (Cárdenas 1966-La Habana 2011) en su posterior prólogo de este libro— pero, cuántas experiencias llevan al poeta imberbe a plantearse desde sus primeras páginas escritas, un dilema personal, filosófico y artístico como es el cuestionamiento propio.
Acaso desde esa primera juventud Lara Sotelo intuyó la creación como une ligne donèe, esa inspiración que enunció Paul Valèry y que el escritor y el artista tienen el deber de seguir para toda su vida.
Lara acierta en el riesgo de escribir un primer libro que hoy, después de casi tres décadas, continúa siendo una suerte de misterio en su vida misma.
Quienes hemos experimentado su lectura vagamos por las páginas arrastrando el peso de la palabra escrita como bolo de hierro, porque es a veces caótica e incoherente, pero con significados estoicos, reveladores y muy dolorosos acerca del merecimiento de la vida, del amor, del talento para crear, en las que también establece un diálogo con un entorno equidistante: la cotidianidad de un país que acabaría lanzado a una de las crisis sociológicas, económicas y culturales más hondas de su historia.
Dieciocho años después de escribirlo, y cuando otros libros le sucedían en su ya definitivo paralelismo creativo entre las artes plásticas y la literatura, ¿Quién eres tú, God de Magod? fue publicado e ilustrado por él, en una edición de autor que respetó la estructura original de las composiciones.
Para Rufo Caballero esta decisión de Lara responde a su propia esencia creativa, cuando nos dice en su prólogo Todos fuimos Rimbaud:
«Para un poeta, no hay acabamiento nunca, ni paz definitiva. Aquellos días se le aparecen como un reino envidiable, que es preciso atesorar. (…) Mientras los demás olvidamos, Lara reconstruye la memoria de sus versos».
Los días entre 1990 y 1991 fueron, en definitiva, horas determinantes para Sotelo quien experimenta uno de los periodos más creativos desde que iniciara su formación autodidacta en las artes plásticas con la incursión en la pintura abstracta, el dibujo y la instalación además de la escritura. Al mismo tiempo, crece una temprana adicción al alcohol, que años más tarde supondría una segunda prueba de salvación vital (la primera fue sin duda el padecimiento de asma que en numerosas ocasiones le llevó durante la infancia al borde de la muerte).
Esa continuidad al cuestionamiento propio, a la búsqueda de sí mismo como búsqueda de la humanidad y sus acervos, es posible detectarla tanto en ¿Quién eres tú, God de Magod? como en otra de sus últimas producciones poéticas, el cuaderno Causas pendientes, donde escribe:
«Esta también es mi historia: una mente salvada y la costumbre de dejar por escrito todo lo que me pasa, en grado mínimo, para no levantar sospechas».
Esa levedad o grado mínimo de la palabra no es exactamente un rasgo de la literatura de Lara Sotelo, quien, como afirma la crítica e investigadora literaria Cira Romero (Santa Clara, 1946) ‘posee una copiosa inspiración’[1], aunque es posible entreverla en la concisión y economía con la que parece decirlo todo exactamente cómo debía ser dicho.
En su prólogo a una compilación inédita de la crítica recibida por la literatura de Lara (Jesús Lara Sotelo: El artista de las posibilidades) Cira Romero realiza una valoración del poeta cuando escribe su primer poemario, la cual podemos percibir en el presente como muestra de la solidez de su pensamiento y la persistencia de su obra en el tiempo.
«El autor de ¿Quién eres tú, God de Magod? no acepta el mal, lo combate, pero solo en la extensión de lo posible permitido; y bastaría la existencia de lo imposible para tender sus manos e intentar resolver el problema de la vida en el terreno de la vida misma, sin evadirse de cualquier instancia. Pero a veces su pensamiento puede ser muy acre o alcanza a proferir palabras de terrible dureza, pero jamás es falso ni pesimista, teniendo además como premisa la presencia de lo desconocido que todos llevamos dentro, pero sin ser vago ni impreciso. En ese sentido la sombra luminosa (valga el oxímoron) de su poesía es tan fulminante que las aguas de su lenguaje, la luz verbal de sus textos, encuentran acabadas perfecciones al despojar cada vez más todo lo que no alcanza a las realidades invisibles de los hombres».
Definitivamente, ni durante las nacientes ambiciones artísticas de su juventud, Jesús Lara Sotelo pudo ser considerado un poeta o un pintor a la moda. Conocedor desde temprana edad de que todo tiene la posibilidad de pintarse, moldearse o escribirse, trabaja el lienzo con una indagación perenne en lo emocional y entrega sus primeras obras: desconcertantes poemas que parecen una blasfemia (según las palabras del poeta Premio Nacional de Literatura Luis Marré (La Habana, 1929-2013) sobre ¿Quién eres tú…?[2]), o furiosas deconstrucciones de la figura (como puede verse en el díptico Arthur Rimbaud frente al espejo.[3])
Si para 1992 los artistas cubanos reconocidos dentro del movimiento plástico e institucional se inclinaban por los tanteos en el absurdo, la deconstrucción del contexto y la retórica oficial en sus obras (principalmente en la escultura, la fotografía y el grabado) Jesús Lara Sotelo trabaja con el calado personal de las limitaciones circundantes, representándolas con la abstracción y abriendo siempre sus posibilidades de sentido.
De los poemas de ¿Quién eres tú, God de Magod? toma algunos títulos para las piezas de estas series, principalmente para Señal proscrita, como son Círculo vicioso o Salmo de llovizna. En estas obras Lara presenta una brecha de luz y color sobre la oscura ascendencia de su paleta en las obras anteriores y las que le siguen.
Si para Luis Marré ese ‘estar fuera de contexto’ del poemario ¿Quién eres tú…? resultó un hecho perturbador, sería para su segundo libro, del año 1994 Paradoja: Capítulo al éxtasis en el que Lara amplía ese desfasaje estético con su tiempo para entregar un poemario dotado de una fraternidad, una conspiración poética de profusas metáforas y ‘personajes’[4] que, de alguna manera delinea y consolida un estilo que perdura hasta hoy en su escritura.
Otro elemento es susceptible a la valoración biográfica y se desprende de ella: cuatro años atrás, Lara Sotelo no fue admitido en la prestigiosa Academia de Artes Plásticas de San Alejandro, y desde entonces, el joven comprendió que la única manera de responder a sus necesidades artísticas sería mediante la formación autodidacta.
Esta separación de las instituciones del arte —en cuyos eventos competitivos alcanzó varios reconocimientos durante su infancia— condujo al joven artista a comprender las limitaciones del aprendizaje tutelado y a romper con las del aprendizaje autónomo. Lo condujo a la experimentación, inventivas, estudios de técnicas complejas, y a la creación de ese universo propio, del que se puede hablar con toda libertad ante su trabajo desde principios de los 90 hasta hoy.
Crucial en el conocimiento de ese yo centuplicado desde el que nos habla Lara en su poesía fue el logro vital de abandonar la adicción al alcohol. Las historias de enormes óleos pintados en estados de trance casi catatónicos que eran olvidados tras la fatiga y el cansancio, las noches y sus finales imprecisos, las personas que como él padecían de la adicción y que a modo de personajes acudían al concierto desbocado de su vida aparecen aquí y allá en sus versos.
A ello se suma la imposibilidad de amar y la felicidad ante un hallazgo de bonanza. Paradoja: Capítulo al éxtasis parece florecer dentro de un espacio gris en su vida (en la pintura, Rufo Caballero describe este periodo con la transición a un acento goyesco y expresionista sobre temas de los que no podrá separar una continua tirantez emocional[5].)
Es por eso que en este libro podemos encontrar poemas como Nadie:
«Escucho el desvelo convertido en cenizas […] / El hombre se extingue (a veces no lo sabe) / […] Ya he pedido mi dosis de muerte o de impaciencia / y no sería capaz de compartirla con nadie».
…Que representaría la alargada estancia en el desierto (Lara diría infierno) luego de una agotadora travesía en la que es posible encontrarse con algunos oasis, por ejemplo, el del poema Vivo:
«Ahora sé que los trigales eran alfombras del otoño. / Si lo hubiera sabido antes, me acercaría al cielo cada mañana. […] He visto las planicies manchadas con el óleo espeso del sol. / Quiero disfrutar de este sueño y redescubrirme».
Volviendo a la idea del estilo que desde este segundo poemario aparece ya definitivamente en la obra de Lara, aclaremos que no se trata de un concepto formal, simétrico o visual en cuanto a la construcción del verso, o la línea en la prosa. Se trata de construcciones que podríamos llamar de ‘pensamiento poético’, un ejercicio vital— y reafirmo esta idea porque no hay uno solo de los poemas o prosas escritos por Jesús Lara que no representen un desafío, un desencuentro o un pacto para mitigar los intríngulis de ese pensamiento que continuamente lo reta—.
Este estilo que ya para 1994 es plausible en la obra de Lara (por demás completamente inédita hasta 2008) es reconocido cuando da a conocer este segundo poemario en la convocatoria al Premio de Poesía Julián del Casal del año 2016, en el que el jurado convocado por la Unión de Escritores y Artistas de Cuba lo reconoce con la primera Mención de ese certamen.
Desfasado, como ya se ha dicho, Lara se adelanta una década a lo escrito en la Isla y pasa a ser, de un pintor reconocido, a un poeta que ya atesora importantes críticas en el horizonte literario cubano incluso para sus libros que permanecen inéditos.
Luego del desaparecido crítico y ensayista Rufo Caballero, quien sugirió a Lara atender a sus cualidades literarias, otro de los autores que reconoce el quehacer de este poeta es el también crítico y escritor cubano Virgilio López Lemus (Fomento, 1946), quien en las palabras[6] que dedica al poemario Paradoja… enuncia sobre él y su estilo:
«Lara no es, como artista, un modelo de formas fijas, de maneras expresivas repetitivas como obsesión de comprender parcialmente al mundo. Por eso pasa con tanta fuerza de lo figurativo (incluso del retrato) a lo abstracto, y por eso se advierte en su palabra poética, siempre abierta a la comprensión, cierta oscuridad que le ofrece la polisemia textual y diversidad formal entre el verso (casi siempre libre) y la prosa poética».
Otra de las pautas en la literatura de Lara que podríamos llamar capital es la aparición de otra voz que se bifurca en disímiles de sus personajes y es el otro yo que encarna siempre la figura de la mujer. Lo femenino siempre ha estado en la obra de Lara, admirador constante de la belleza, pero ya cantada directamente en sus poemas, ocurre desde este libro.
Así lo percibe Virgilio López Lemus cuando califica a Paradoja: Capítulo al éxtasis como un libro preñado por la pasión erótica, aunque no considera que tal pasión derive en el básico poema de amor, y agrega, «ella siempre está allí, pueden ser mujeres distintas, pero el sentido de la compañía, del complemento femenino y su fuerza atrayente, forma parte de esa realidad que Lara canta, pinta, observa, absorbe».
Ya en Paradoja… asoma el amante y sibarita que permea con sus lascivas miradas y la sensualidad, tanto la poesía como la colección de Dibujos eróticos que desarrolla a la par en una serie que se extiende hasta 1998. Tampoco abandonará el diálogo consigo mismo y la búsqueda continua de sus argumentos.
De esas indagaciones parece provenir su tercer libro Zen sin Sade, escrito en el año 1999. En poemas como Colillas de alcohol, Vientos de cuaresma o Gravitaciones, el pintor-poeta abre un escarceo entre los hechos y la fragilidad del pensamiento, cuando nos dice: «Cabeza abajo andan mis animales y yo, / con esa sequedad que traen los vientos de cuaresma».
Ahora la plenitud de Paradoja: Capítulo al éxtasis parece sucumbir ante la fuerza de otras dolencias. El poeta regresa al lamento, a cuestionar las circunstancias cotidianas que lo agobian. La inconstancia del amor que provocan el desconocimiento y la rivalidad entre los hombres, son temas cruciales en las composiciones de Zen sin Sade. El poeta versa sobre intentos fracasados y una lucha constante en la búsqueda del bienestar, hasta inmolarse a sí mismo: «Nadie me ve cuando salto al centro de las llamas. / ¿Cómo se atreven a juzgar el sacrificio?».
En las palabras habita un hombre al que intentan abatir, pero que a veces, después de caer, se levanta. El precio de la formación autodidacta el poeta lo describe en versos como el destierro aparente y la posible simulación de su ausencia en el panorama de las artes, ideas que percibo, por ejemplo, en estos versos: «Un genio debe pulir el decreto de su idealismo/ y probar en su árbol/ los tajos del silencio».
Las obras que preceden a este libro demuestran que en la sombra y en ese silencio Lara Sotelo robustece y para 2003 comienza a sanar de sus angustias y escribe ¿Llagas inéditas o ensayo insomne? donde otra vez el uso de la interrogante en la paradoja determina un hecho capital en la vida de su sujeto lírico.
Desde este poemario, y me atrevo a asegurar que en la totalidad de los que lo preceden, Jesús Lara Sotelo apuesta por una especie de literatura aleccionadora que encauza desde la comprensión que realiza como sujeto y artista, enfermo y sanado, tanto de su propia vida como del entorno contemporáneo.
Desde entonces Lara construye y se explica mediante lo que la poeta, narradora, periodista y ensayista Marilyn Bobes (La Habana, 1955) nombra una ‘metafísica anárquica’[7], desde la cual analiza los contextos del mundo y sus complejidades asociándolos con sucesos extraordinarios como atemporales. Su fin es provocar un «sentimiento de realidad» — tal como expresa en sus Poemas capitales.
Otro ensayista, poeta, narrador y crítico cubano, Alberto Garrandés (La Habana, 1960) define esta vocación humanista de Lara como «un activismo social indirecto donde se forja, por medio de una ruta, la personalidad creativa de un escritor»[8].
Esa personalidad creativa o lo que llama las llagas inéditas del mundo acompañarán la literatura de Jesús Lara desde principios de la década de los 2000, en la cual, asociado a la mejoría física y espiritual aparece una comicidad a veces sustentada en la ironía («los vecinos han montado una carpintería encima de mi cuarto/ encima de mis noches […] si te quejas, jamás entenderás la poesía del país») que casi siempre se convierten en respuestas a disímiles situaciones («¿alguna vez vestí estas camisas/ dormí sobre estas sábanas?»).
Es por eso que en su poesía hay preguntas, asombro, felicidad, gratitud, alegrías de ser padre, pero también el desasosiego ya sea propio o universal. Porque como ha dicho Cira Romero Lara no olvida que siempre hay alguien con sed.
Una verdadera explosión y diversidad en el trabajo acompañan al artista durante los años 2003 y 2004. «Cuando piso los caracoles estoy pisando el mundo —escribe como un poeta exaltado y libre—: En las tardes me entran ganas de saltar y correr».
Este poemario llega como un respirar pausado que también alcanza a su pintura. Al lienzo regresan los colores vivos, los paisajes de colosal belleza en los que predomina la luz: esa calidez que estuvo ausente de su obra durante la década anterior.
A ¿Llagas inéditas…? le sucede un libro breve pero muy sentido que es Cuarto paso de 2005. Desde la exaltación de la elegía, cumple con su ars poética de dejar por escrito todo lo que [le] pasa. Como si fuese el único modo de aleccionarse, hallamos al autor que no temerá decir lo que vivió durante su alcoholismo, cómo y en qué sustenta lo que piensa y lo que es: «¿Qué tendrán que ver las preguntas/ con la impotencia de un hombre que no duerme?».
En Cuarto Paso el poeta rompe definitivamente su pacto con el demonio de Magod. Nada escapa del asombro redescubierto en las terapias, las ayudas y tradiciones anónimas entre otros remedios: «Los caminos de la desintoxicación son lentos»— escribe.
De este libro en adelante puede percibirse un cambio de tono en la obra poética de Jesús Lara, quien desde ahora mira al mundo con otros ojos, nada empañados ni engañosos.
Desde aquí escribe como el degustador de lo sensual que Rufo Caballero describe en su pintura y que descubre en la inédita y desconocida escritura de los aforismos de Lara.
Como se ha visto hasta ahora, los cinco primeros libros de poemas de Jesús Lara Sotelo constituyen el ‘génesis’ de una poesía que nunca carece de ideas, una poesía copiosa, profunda, conmovedora y sincera que parte de una ‘ubicuidad extraordinaria’— diría el poeta narrador y editor Alberto Marrero (La Habana, 1956)— y de ‘una profunda imaginación’—aseveraría Virgilio López Lemus.
Notas:
[1] Palabras de presentación al poemario Lebensraum, de Jesús Lara Sotelo. 16 de septiembre de 2016, Sala Caracol, UNEAC. La Habana.
[2] En la nota introductoria al segundo de sus libros publicados, Alicia y las Odas prusianas (Ed. Cuba en el Ballet, La Habana 2011) el poeta y Premio Nacional de Literatura Luis Marré expresó: “Cuando terminé de leer […]¿Quién eres tú, God de Magod?, tuve la impresión de que había leído fuera del contexto en que se ha venido escribiendo por los poetas cubanos desde las primeras obras de los poetas de Orígenes, aunque por la intención transgresora podría señalar un lejano parentesco con algunos poemas de Virgilio Piñera: Muchas veces no supe si el poema que había leído era una plegaria o una blasfemia”.
[4] Idea expresada por el crítico, ensayista, narrador y poeta Alberto Garrandés en su ensayo Jesús Lara Sotelo: la verdad de las mandarinas con el que prologa el poemario Poemas Capitales de Jesús Lara. La Habana 2017.
[5] Idea expresada por Rufo Caballero (Cárdenas, 1966-La Habana, 2011) en su ensayo crítico “Cesura y cosmos, gozo y logos en el arte de Lara. Para entender su proceso de creación”, fechado en La Habana en abril de 2009.
[6] López Lemus, Virgilio (2015) Lara aquí y ahora. Prólogo al cuaderno Paradoja: capítulo al éxtasis, de Jesús Lara Sotelo.
[7] Bobes, Marilyn (2017) Jesús Lara Sotelo y la metafísica de la posmodernidad. Palabras sobre los Poemas capitales.
[8] Idea expresada por el crítico, ensayista, narrador y poeta Alberto Garrandés en su ensayo Jesús Lara Sotelo: la verdad de las mandarinas con el que prologa el poemario Poemas Capitales de Jesús Lara. La Habana 2017.
YANET GONZÁLEZ PORTAL. Periodista. Ha publicado trabajos periodísticos en el semanario Trabajadores, en Cuba sí y en la emisora Radio Ciudad del Mar.