Por María Elena Llana
Foto: G.BlaskyStudio
Nuevamente nos encontramos ante el indetenible pensamiento creador que alienta la obra literaria de Jesús Lara Sotelo, un pensamiento que él cincela, tras someterlo al misterioso imperio de la expresión poética, hasta lograr su más preclara finalidad.
Resulta curioso que esa expresión poética logre campear sobre las vastas zonas de la experiencia vital de un hombre que en ningún momento se permite transitar sus mundos como sonámbulo soñador o paseante abstraído:
No son vertederos o alianzas lo que vemos, humildad o cráteres reverdecidos, sino pesadillas. (“Telón de fondo”).
Todo lo contrario, Lara es un aguzado intérprete de cuanto lo rodea, como si su ontológica capacidad de percepción le mostrara cada cosa –ciudad, rostro o creencia-, en todas las facetas posibles, en lo que es y en lo que se dice, o puede parecer, que es.
El autor está tan seguro, tan profundamente convencido del material que elabora que no se preocupa por las formas rituales, ni siquiera las más desacralizadoras. Por eso, el contenido de “Poemas capitales” se ajusta al enunciado del título, aunque se nos presente como texto en prosa.
Es una forma de decir que, ya sea de una manera u otra, cualesquiera sean sus nombres o identidades, las cosas valen por sí mismas. Y, en este caso, los poemas son tales por la pura esencia que los corporiza:
Descalzo, con los pies sangrantes, solo podías ver orden donde no había más que sugerencias de terquedad. Días irrespirables. Días en que no tocas cielo, en que no tocas nada. (Días).
El propósito general del libro está marcado por la fuerza que transpira lo vivido con calibrada intensidad y metabolizado en su más profundo significado, sin demasiado cuartel a las complacencias.
Por los subtítulos que lo integran pudieran deducirse los temas tratados, pero eso dependerá del grado de abstracción del lector pues imágenes y conceptos se interceptan, se salen al paso unos a otros, como las piezas que el malabarista lanza por separado para integrar el todo de su curva mágica.
Y es esta una de las características de Lara Sotelo: lograr que su obra refleje la espontaneidad con que el material literario se genera en su intelecto y en su espíritu, sin denunciar el grado de elaboración a que someta la idea primordial.
La suya es, pues, una escritura cuyo mayor brillo radica en su certera austeridad, matizada en el aspecto formal con el recurso movilizador del enunciado rápido. Una suerte de corte escénico que dinamiza el texto y hace factible la secuencia de lo sucedido y lo imaginado, de la historia propiamente dicha y de la pequeña e irrepetible historia personal.
De acuerdo con este postulado, en lo que al mundo exterior se refiere, Lara refleja la gravitación de un siglo que aún no ha cesado y define a Stalin como alguien a quien “le asqueaba la misericordia”. A guisa de sonriente contraparte, y retrotraído a una mayor inmediatez, recuerda la –¿piadosa? — recomendación de Stephen Hawkings de “abandonar el planeta antes del 2117”.
Ya mirándose a sí mismo, entre sus muchos avatares no puede faltar el aspecto amoroso. Y evoca tanto el recuerdo conmovido de Teagan, la mujer que “quería algo mejor para mi” como el más festivo de la ilusa que creyó conocerlo: “Ella insiste en buscar un ángel en mi móvil, pero ignora mis contraseñas divinas, mis caminos ocultos”.
Tal vez el momento de beatífica lucidez se le desliza en un párrafo amargo, del cual el enunciado parece emanciparse: “Los ojos de mis hijas se parecen a los míos cuando miran a la noche”.
Eso a modo de rápida ilustración, pero en el más amplio sentido, estos “Poemas capitales” de Jesús Lara Sotelo, son un valioso aporte a la ya copiosa obra literaria de este poeta, prosista, pintor, escultor y ceramista en plenitud de vida y de facultades.
Una plenitud en la cual desglosa sus lecturas y adentramientos en figuras controvertidas como Sade, Lautremont, Kafka, Nietzsche o Dzhugachvili, sin eludir los misterios de Lovecraft o de Bierce, cuya huella permanece perdida “en el polvo de México”.
Pero, de igual manera, en su natural fluir, Lara observa una obra de Matisse en Twitter, ve entrevistas en You Tube, dedica un poema al cineasta Seth Rogen, se refiere a “Digital Playground” el paraíso porno de USA, a la “Glam metal poison” y a los videojuegos de Blizzard Entertaiment, nombres ya enraizados como para marcar el tiempo que vive. Que vivimos.
Amplio panorama el que recoge esta obra, de la cual el autor dice, a manera de punto final: Estos son mis poemas capitales, simples despojos de infierno (había escrito invierno), promesas incumplidas, cavilaciones en mar afuera, nostalgias de Rimbaud sin piernas, sin boca, sin caderas; esqueletos dormidos. (“Poemas capitales”).
Sin embargo, pese a esas afirmaciones, esta es una lectura que lejos de desmembrarse o dormirse, está llamada a encontrar ecos tan disímiles como las inquietudes que plantea.
Inquietudes cuya única respuesta es la poesía misma. Y esa es una de las grandes certezas de Lara.
María Elena Llana, excelente conversadora, escritora y periodista cubana. Comenzó a escribir ficción siendo muy niña, sentía la necesidad de expresarse. Esto la llevó a escribir su primer cuento a los 12 años.
El último libro de María Elena Llana. En el Limbo (Letras Cubanas, 2009) es el título del volumen donde se reúnen pequeños cuentos en los que la ironía, el humor, la suspicacia, la voluntad reflexiva y la acendrada cultura de la autora componen mezcla perfecta para la alquimia de la buena literatura.
Obras
- La reja, 1965
- Casas del Vedado, (1983)
- Castillos de Naipes, (1998)
- Ronda en el Malecón y Apenas murmullos, (2004)
- Casi todo, (2006)
- En el Limbo (Letras Cubanas, 2009)
- Sueños, sustos y sorpresas, Editorial Gente Nueva, 2011 (narrativa infanto-juvenil)
Premios
Premio de la Crítica en 1984 por Casas del Vedado (1983).
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