Por: Rufo Caballero Mora
Fotos: G.Blasky Studio y Radio26 Matanzas
Los especialistas y diletantes que ahora mismo se encuentran muy preocupados por el “cambio” de Lara hacia zonas de la creación insospechadas por su anterior paisaje, podrían, en verdad, dormir tranquilos. Los devotos de la paisajística de Lara pueden estar tranquilos, porque así no quede un resquicio del universo visual contemporáneo que el artista no pruebe hoy, no dejará de ser, nunca, el recio paisajista que ha sido.
¿Por qué? ¿Por qué Lara, en tiempos de crisis de la semejanza, insiste en describir el afuera con una pericia y un verismo envidiables? No. En absoluto. No es por eso. ¿Y por qué, entonces?
La mayoría de los artistas, en la actualidad, basan la creación en un tipo de vínculo metonímico entre la imagen y el discurso; esto es, la imagen funciona como un dato, como un índice, como una cualidad que remite al todo, al todo abstracto, que se colige entonces en el discurso. En el caso de Lara, no sucede así. El reino de Lara es la metáfora; no la metonimia. O sea, el paisaje natural de Lara es siempre una metáfora de otra cosa: a menudo, los vericuetos de la mente humana.

Detalle. Después de tocar fondo. 2006. Óleo sobre. 88 x 180 cm.
La gran paradoja de la paisajística de nuestro autor estriba en que, mientras mayor es la virtud del ilusionismo con que Lara “reproduce” el hechizo de lo natural, en parajes de encantamiento o de tenebrismos, más remite en realidad el creador a otro confín: el laberinto de la mente humana. No es cierto que Lara sea un pintor ecológico; no es cierto que en Lara lo fundamental sea el paisaje. En esto hay una engañifa capital. En Lara, el paisaje natural es un pretexto para el estudio, oblicuo, de la condición humana. Suerte de “Balzac naturista”, o de “Balzac macrobiótico”, a Lara cuanto le importa de veras es la condición humana, los entresijos de la conducta y el comportamiento del hombre, sus zonas oscuras, sus áreas de repliegue y de dobleces. Lo ha confesado, a las claras, en sus versos. En el poema Sui Génesis, leíamos: …nada se asemeja más a lo laberíntico/Que el paso de LA HUMANA CONDICIÓN.
A su modo jamás panfletario, Lara es un moralista contemporáneo: sin aleccionar jamás, trueca el imperio de Natura por la ética. La ética ante la vida es el verdadero tema de la pintura de este autor; solo que muchas veces eso no se encuentra en la epidermis de las piezas.

Atravesando el umbral. Óleo sobre tela. 160 x 120 cm. 2003.
Ante el paisaje de Lara, hay que pensar. Pensar mucho, para entenderlo en realidad. Cuando Lara pinta un dédalo natural remite al laberinto mental del hombre, a la sinuosidad de sus pasos por el mundo. Cuando Lara se esmera en el afuera, retrata el adentro. Cuando Lara explaya el paisaje, explora el espíritu. Esa vocación de transmutación se respira incluso en muchos de sus títulos; recuérdese aquel grafito de 2006: Lo que parecía ser un junquillo terminó siendo la poderosa y amante mano de Dios. En Lara, la física es metafísica, el dato natural no hace más que remitir a la mano de Dios.
Pero la inquietud de los devotos viene justo de advertir que, en el momento mismo en que esa pintura metafórica roza una madurez definitiva, Lara se da la libertad de las mareas y le da por subvertir cuanto molde o linde preexista en el arte. En este minuto (los primeros meses de 2008), Lara lo rompe todo: pasa de los géneros, de las manifestaciones, de los formatos, de los soportes, de las convenciones, de los estilos, y se entrega a una voluntad instalacionista y objetual (siempre muy estetizada) que alarma a algunos seguidores de su paisaje seguro.
Lara no quiere morir. Lara no quiere fosilizarse y por eso lo rompe todo, empieza de cero, mete el cuerpo, se arriesga siempre. ¿Qué otra cosa es la creación?
Su pintura se ha abierto al espacio, se ha irradiado, ha conquistado el-más-allá-del-marco. Se rompió, de momento, el hechizo del ilusionismo. Lara venera “la cosa artística”, el valor de lo tangible, de lo mensurable, de la textura que excede ya la pasta dura y las veladuras de aquellos paisajes. Hay que ver este paso creativo como un nuevo grito de libertad; el artista renuncia a cualquier acomodo, justo cuando hubiera podido solazarse con el confort de las certezas. Lo prueba todo, empieza de nuevo, se las juega todas. A su necesidad interior ni siquiera le han bastado los hallazgos de su paisaje.

Atravesando el umbral. Detalle.
Quien conozca a Lara, personalmente, sabrá que él es un furibundo observador de la conducta humana. Primero de sí mismo – ¿quién soy?, ¿cómo he cambiado?, ¿adónde voy?, ¿dónde está lo que amo y cuánto desecho?, son preguntas que se hace de común-, y luego, de todos los interlocutores posibles. Siendo así, era ingenuo pensar que Lara se quedaría tranquilo con las conquistas de su paisaje. Es más: tampoco se estacionará en estos experimentos que nos presenta hoy. Mutará siempre, probará siempre todo cuanto le permita crecer, mejorar, crear. Porque crear, él lo sabe, no es cosa de rutinas añejadas sino de adivinaciones a que el artista se lanza como un ciego ante un despeñadero. De ahí nace la única certeza posible para el arte: de ese lanzamiento necio, que no sabe nunca de prevenciones ni de ataduras. Entonces, estimados, nadie se asuste; que no reine el caos.
El caos aparente del nuevo Lara es la travesía necesaria del nuevo orden. Un artista no acaba nunca.
La Habana, mayo y 2008.
Rufo Caballero (1966- 2011) Ensayista, crítico, editor, narrador y profesor. Entre sus obras figuran los ensayos: La sinceridad suele ser escandalosa (1992), Hongo fino: la modernidad en Jardín, de Dulce María Loynaz: Imantación y delirio (2005) y Lágrimas en la lluvia. Dos décadas de un pensamiento sobre cine (2008).
*Texto incluido en el Catálogo razonado Ascensión al Himalaya Interior volumen I (2008).
Referencias y enlaces a su obra:
https://www.ecured.cu/Rufo_Caballero