LOS SENTIDOS SON NUESTROS PRIMEROS JUECES
Un viaje de regreso siempre es deseado. Un nuevo trayecto de Madrid a La Habana, uno más, de Jesús Lara Sotelo, no fue como uno de los tantos hechos a lo largo de su vida, porque en esas casi nueve horas de vuelo escribió Muevo la cabeza como un cuervo y sigo pasando inadvertido, veinticinco piezas breves imantadas por un ejercicio poético cuyo tejido se engendra desde la condición sintética de su decir.
Aquí se reconocen razones, se aguza el sentido agudo del poeta para decirnos, a veces con eficacia destructora, el esparcimiento de su sangre bajo la piel. Advertimos sonidos, sentires, un cristal de un color cualquiera, la luz percibida con colores que nos parecen, pero no son, verdes, un verde «reverdecido», nacido de nuevo: «Lejos del pasto reverdecido ¿qué se puede hacer?». Percibimos claridades de vértigo, impresiones violentas, un filosofar con libertad mayor que pueden trastornar nuestra lectura y hasta modificarla. «Todo es tan breve que al final asusta», nos recuerda el poeta. Diríase entonces: «¿cuántas cosas ven nuestros ojos que nuestro espíritu no admite cuando otras cosas le preocupan?» (Montaigne dixit).
Libro de humana naturaleza, se nos puede escapar por cualquier parte, pero hay que asirlo y retenerlo porque hay una sustancia moral en muchas de sus partes, sin que hagan acto de presencia la torpeza o la falsedad. Lara parece recordarnos que somos una cosa y luego otra, que nada jamás tuvo nacimiento y todo, sin embargo, emergió siempre en mutación y en movimiento, como si se pretendiera coger un puñado de agua sin dejarlo escapar de nuestras manos. ¿Es posible?
Ante este estado de cosas el breve libro incita, estimula, hurga… En su perfección es perfecto e imperfecto, abundante y contenido, se duda, se deduce, al leerlo nos sentimos exactos e inexactos, defectuosos, mientras que la incertidumbre y la soledad en compañía nos ampara con una lealtad insospechada. Son fragmentos de devenires sombríos, juegos ocultos que flotan desde la añoranza y al amparo de supuestas historias que nunca se cuentan, recuerdos acaso románticos que calientan su mente sin misericordia ni confianza. Es como si correteara para olvidar, pero él quiere, el poeta, «pasar inadvertido como el cuervo que mueve la cabeza en mi mente». Entre la quimera y el ensueño, entre ojos abiertos o exorbitados transcurre este pequeño libro que ofrece incertidumbre a nuestros sentidos, que a veces los falsifica, como si el oído, el tacto, el olfato, la vista y el gusto se hipertrofiaran desde una realidad distante y cercana a la vez.
Aquí las proporciones se atan y desatan, se conocen y se desconocen, se siente la sed de la angustia y todo cuanto se refleja nos parece dudoso, acaso equivocado, alterado o falsificado. «Con el tiempo solo me interesan los pequeños fragmentos», nos dice, y entonces el poeta se acomoda al sano sabor de las cosas, al de la guayaba, por ejemplo, que es tan exacto como el tiempo medido por un reloj de arena. Pero no le es preciso echar mano de manejos y artes extraños para saberse poeta y que otros lo sientan así, sino solo saber que se estremece porque las palabras no escandalizan el decoro de sus oídos.
La mejor debilidad de la condición humana está en la sencillez. Elementos no adulterados, la morbidez y la consubstancialidad de una frase, la calma de la alegría, la dicha que no se modera a sí misma, se destruye (Séneca dixit), confluyen en las palabras y el sentido de este libro prosapoético, así, aunque la computadora se apure en separar las dos palabras, pero yo las uno a la fuerza, queriendo mantenerlas soldadas para siempre como una fiesta de la palabra que ambas ejecutan desde el ceremonial de nuestra lengua.
Los escritores tienen distintas formas de comunicarse con el mundo. La de Jesús Lara Sotelo es esencialmente segura y personal, tan personal que puede llegar a doler. Es un ser valeroso y extremo, imprevisible en su orden vital, culpable único de que tengamos tantas obras suyas, escritas o pintadas, que nos dan la talla exacta de su medida, una medida que trata de superar diariamente con el azote de sus creaciones, verdaderas causantes de que exista un ser llamado así, con esas tres palabras.
Cira Romero
La Habana y 2018