Por Cira Romero
Foto: GustavRelob
G.BaskyStudio
No somos sacerdotes, tampoco predicamos,
cada hombre ha de alzarse a su propia estación,
más bueno es que recuerden que cuerdas como estas
entre los cielos mueven la espada y el clarín.
(«Para los cuatro gremios»
« IV. Los compañeros», C. K. Chesterton).
Decía el poeta nicaragüense José Coronel Urtecho que lo importante es el poema, no el poeta. Creo que así pensaron, y decidieron, Alberto Garrandés y Jesús Lara Sotelo cuando pactaron escribir Díptico de medianoche. El autor de Demonios asumió el reto cuando expresó: « nos hemos reunido para experimentar, explorar y juntar nuestras experiencias en la metáfora y la escritura en general. Para saldar la cuestión binaria de este díptico: Jesús Lara es un hombre emocionado, mientras que yo soy un hombre fascinado. Y viceversa». Ejercer ahora el juicio sobre este e-book y audiolibro, soportes no practicados, o apenas, en esta isla que aún depende del papel —maravilloso invento al que no se podrá renunciar jamás, creo yo, quizás ilusoriamente— para sostener las creaciones literarias, es un acto que —no se me escapa la novedad— lo llevo a cabo convencida de que mis discernimientos serán recordados, o no, por quienes, a diferencia mía, que lo leí en la pantalla de mi computadora, lo conocerán a través del sentido del oído Y, curiosamente, es solo una coincidencia, «El sentido del oído» forma parte de una serie de cuadros realizados por Jan Brueghel de Velours, conocido como el Viejo, (1568-1625) con la ayuda, al menos en el proyecto iconológico y de las figuras alegóricas, de Peter Paul Rubens (1577-1640).
Pero fuera del marco del arte, más cerca de la disciplina musical, tenemos también oído relativo, que puede denotar la distancia de una nota musical conforme a un punto de referencia establecido, por ejemplo: «tres octavas sobre el Do central», y oído absoluto, que se refiere a la habilidad de identificar una nota por su nombre, sin la ayuda de una nota referencial, o ser capaz de producir exactamente una nota solicitada (cantando) sin ninguna dependencia. Pero también existe la sordera, que es, bien lo sabemos, la dificultad o la imposibilidad de usar el sentido del oído debido a una pérdida de la capacidad auditiva parcial o total, unilateral o bilateral. Y existe también lo que se denomina enmascaramiento sonoro, cuando el oído está expuesto a dos o más sonidos simultáneos y existe la posibilidad de que uno de ellos encubra a los demás. Hecha esta aclaración, confiemos que nuestros oídos, al disponerse a escuchar Díptico de medianoche, en la voz de Ángel Ferrera, lo enfrente desde una capacidad auditiva que no esté lastrada ni por lo relativo ni por lo absoluto, que no seamos sordos, por supuesto, y que el aludido enmascaramiento sonoro no obnubile nuestra escucha. La primera parte de Díptico de medianoche, «Midnight Rambler» corresponde a Garrandés, que nos entrega cuarenta y dos trozos «de inspiración y de locura, a ver si escribo un poco mejor», dice en una de las últimas frases del segmento 41, mientras que en la segunda parte, que Lara Sotelo denominó «Ayyavazhi», el autor se alía, en sus cuarenta y cuatro textos, a «una terca claridad para hallarme, aun en el centro del silencio o en una trenza de improperios», como guerreando con sus respectivas promesas. Ambos declaran, ambos prometen, pero ninguno se ofrece por entero a mi consideración y entonces elijo entre mil senderos diferentes porque los caminos, todos, no están trillados y todos se me antojan como pistas, a seguir huellas que, me parece, no han sido pisoteadas por nadie, atropelladas por nadie, y por eso de lo que ellos ofrecen escojo estados que cada uno me regala, nos regala, y leo y vuelvo a leer y no me decido, porque quiero compartir con equidad, y acariciar las palabras, desflorarlas y penetrar hasta la médula, no con amplitud, sino con toda la profundidad de que soy capaz, y las más de las veces mi tendencia a examinarlas por el lado que mejor me parece me desconciertan. Pero me aventuro, aunque tenga una idea errónea de mi posibilidad, de mi valer. Me entrego a la duda, a la incertidumbre y casi a una ignorancia que me denuncia como una perfecta incapaz. Pero quiero insistir en mi lectura en pantalla (la de ustedes será mediante una lectura al oído), que me deja llevar a la persuasión, pues creo haber oído que la creencia es como una impresión que se graba en nuestra alma, y conforme esta es más blanda y ofrece menos resistencia, es más fácil que las cosas impriman en ella su sello. Al menos así lo dijo Montaigne.
Entonces Díptico de medianoche es un libro, o un audiolibro, que arropa entre sus rasgos principales el de otorgar fe a lo extraordinario, de dar extrañeza a lo posible cotidiano, que, a su modo, testifica, recobra, dice y contradice para luego, con arreglo a la medida de nuestro entendimiento, dejar establecidos y asentados los límites de la verdad y el error, creer en cosas en las cuales hay mayor verosimilitud y desechar aquellas que nos parecen inciertas, y que para proceder con recto criterio debiéramos desechar también. Díptico…, a su modo, al modo de los autores, acarrea cierto buen desorden, desorden que puede llegar hasta a nuestras conciencias hablándonos al oído, como promesa de que todo lo que oiremos no será baladí o insignificante, sino que está consolidado porque, entre otras razones, no se han puesto, los autores, en camino trillado. Y por eso es un camino escogido, donde el juicio se encuentra como a sus anchas, antojadizo a veces, entrecruzándose entre mil senderos que deliberan entre sí, eligiendo preferencias, declarando lo que nos prometen, de modo que, en su movimiento alterno, el libro organiza como una especie de expedición donde Garrandés y Lara proponen y resuelven o no, pero bastaría con lo que hacen, con lo que escriben para luego repiquetear en nuestros oídos, para comprender que, ni vanos ni mucho menos ridículos, sino hasta burlones y risueños a veces, nos entregan un perfil de la naturaleza humana en una armonía de sonidos bien acordados que no puede desmentirse. Pueden ser prudentes o imprudentes, emitir juicios transgresores, como si fueran huéspedes nada acomodaticios de las circunstancias. ¿Mentirosos, veraces, coléricos, sabios, ignorantes, ingeniosos, torpes, malhumorados, de buen talante, laboriosos, avaros, pródigos? Todo y ninguno en estas arias —no creo haya mejor término, aunque no pertenezca al universo literario— por momentos apocalípticas, por momentos concluyentes, pero inclinadas siempre a la singularidad de lo humano universal.
Díptico de medianoche necesita oído sosegado pero despierto, pues en sus respectivos textos son dueños absolutos de la palabra total, de la palabra continente, no isla, obreros hábiles del universo que no escriben como un pasatiempo, sino dando de sí mismos las más maduras afecciones que pueda generar esa palabra que puede ser hasta miserable en manos oscuras: la literatura, que en ellos se torna una manera irrevocable y definitiva de la mejor cesión, a sus oyentes, de su fe más preciada. Vigilémonos de cerca y disfrutemos, junto a ellos, de sus regocijos y alegrías.
Muchas gracias