por: Alberto Marrero
Temo los prólogos que ambicionan decirlo todo, truncándome el placer de descubrir por mí mismo las claves del libro al que voy a enfrentar. Y cuando empleo el verbo enfrentar no lo hago de manera infundada: la auténtica lectura, además de delectación, es también una suerte de esgrima con el lenguaje del autor, con sus ideas, códigos, fobias, falsas o certeras especulaciones, angustias, etcétera. Uno puede llegar a identificarse o no con él, comulgar o no con sus postulados, incluso odiarlo o bendecirlo. Definitivamente, tanto la escritura como la lectura son eventos misteriosos y entrañan un par de contrarios que se complementan. Con los años, no pocas veces cambiamos de opinión («lo que opinamos es efímero» decía J.L. Borges). Por eso siempre apuesto por ciertas relecturas. Gracias a ellas podemos desentrañar, o mejor, acercarnos al núcleo que el escritor ha pretendido mostrarnos, consciente o inconscientemente, en su obra. Comencé con esta breve y nada original digresión porque el libro que tengo a bien prologar es de esos que necesitan de una lectura atenta, demorada y, por qué no, de alguna que otra relectura de cuando en cuando. Merece, asimismo, determinados comentarios que, lejos de cualquier didactismo empalagoso, orienten al lector en el viaje que va a emprender. No cabría mejor definición que nombrar el poemario ¨Trece cebras bajo la llovizna¨, de Jesús Lara Sotelo (La Habana, 1972), como un viaje.
Sus versos y aforismos recogidos en siete libros anteriores, dejan entrever un raro ecumenismo temático e ideoestético que lo distingue y a la vez lo acerca, en cierta medida, a la poesía que escriben las más jóvenes generaciones de poetas cubanos. Lo cierto es que me encuentro ante un creador que parece desafiar los límites de su propia capacidad y se empeña en una suerte de cruzada a favor de aquello que considera paralizador y dogmático, otra peculiaridad esencial que lo sitúa, a mi juicio, fuera de toda etiqueta, tendencia u estilo. Desde muy temprano, arraigó su manera de pensar y de verse a sí por encima de temores, incomprensiones y desconciertos. Las convicciones que, en medio del dolor (físico e espiritual) fue forjándose, lo ayudaron a vislumbrar el paisaje humano con sus azarosas veleidades, repliegues, dobleces y oscuras zonas de convivencia. Con espontánea y luego deliberada deconstrucción de la conducta y el pensamiento, fue indagando en el significado más profundo y conmovedor de su vida y en la de los otros. Razones como estas llevaron al crítico y ensayista Rufo Caballero (uno de los primeros estudiosos de la obra poética de este autor), a la aseveración de que Jesús Lara era un ¨filósofo en primer lugar y luego, por extensión, poeta, pintor, escultor¨.
Con el poemario ¿Quién eres tú, God de Magod?, publicado por la Editorial Extramuros en 1991y que el mencionado crítico prologó, Lara rompió un silencio de varios años durante el cual leyó mucho, maduró ideas, afinó su mirada y renovó fe y vida después de algunos descalabros emocionales que lo afectaron profundamente. Dice en uno de los poemas de este cuaderno: «(…) La lobreguez es próspera, ¡Oh, tentadora, admirable adversaria de las luminiscencias! Vulnerada, Como centeno bajo el artefacto germina, en lapsos estrepitosos las excelencias (…)».
Etapa visceral que según el poeta ¨engendró torceduras y retozos¨ en sus textos. En la amalgama de su propuesta cauterizó heridas y afloró una explosión de realidad y a veces de irrealidad que escandalizó a algún que otro lector (en un breve ensayo sobre José Martí, Gastón Baquero apuntaba: «Es el poeta quien descubre que no existe frontera ni diferencia alguna entre lo real y lo irreal»). Quizás fue el desbordamiento juvenil de un alma que buscaba su sitio y solo encontró lugar en y después de las tinieblas, o quizás esa alma, ya afectada pero no perdida, se dispuso a viajar por caminos insospechados, con grandes zancadas, como dicen que caminaba Rimbaud en su constante peregrinaje de su natal Charleville a París, u otros sitios de la geografía francesa (casi nunca tenía dinero para comprar un boleto de tren). En ¿Quién eres tú, God de Magod? Lara retuerce el espíritu de la carne. El lenguaje es barroco e inhala de la soberbia, del fracaso, las tentaciones, lo prohibido, conduciéndonos a un universo alterno que desmitifica la llanura y crea cráteres de desconcierto.
Los aforismos nacieron en paralelo y dan fe de la versatilidad del poeta y en general del artista. Fueron reunidos posteriormente en el cuaderno Mitología del extremo (2009). En la presentación que hice del libro apenas vio la luz, expresé:
Lara no teme decir la verdad, aunque confiese que todos poseemos un asolador temor a la verdad. Asegura que quien forja su espíritu, pone precio a su cabeza. El compendio recoge los mejores aforismos y en ocasiones breves poemas concebidos durante la permanencia del artista en hospitales, fruto de una adicción que, como a otros creadores, pudo haberlo llevado al cadalso de su talento. Afortunadamente, esto no sucedió. La meditación ejercida como muro de contención contra sus propios demonios, lo llevó a adentrarse en entresijos, a destronar inhibiciones, a cuestionarse muchas cosas que para la mayoría eran incuestionables, a indagar y virar al revés eso que suelen llamar ideales.
«En buena compañía me advierto cuando admito que estoy bien a solas», reza uno de los más de setecientos aforismos. Las palabras justas, el conocimiento asimilado y el sentido de la paradoja moldean la desnudez del discurso, porque «¿Lo que afirmo, es lo que realmente digo y soy?». La voz reclama, exige valores que regulen la sensibilidad y la conducta humanas. Pero no se trata de represión o sanciones moralizantes, sino de juicios que ayudan replantearse lo establecido y a enriquecer el espíritu. Las preocupaciones humanistas, morales y existenciales reflejadas con notable lucidez en estos aforismos poéticos, reafirman la vocación filosófica a la que Rufo Caballero hacía alusión. Incluso, reafirman la condición de continuidad que entrelaza a ¿Quién eres tú, God de Magod? y ¨Trece cebras bajo la llovizna¨ en una evidente evolución que corrobora la madurez alcanzada por este autor, cuyo historial literario recoge más de diez títulos, algunos todavía inéditos. Destaco entre los poemarios: ¨Paradoja: Capítulo al éxtasis¨ (1994), ¨Zen sin Sade¨ (1999), ¨¿Llagas inéditas o enojo insomne?¨ (2003), ¨El cuarto paso¨ (2005), ¨Ojo sencillo¨ (2007), Mitología del extremo (2008), Alicia y las Odas prusianas (2011) y Domos magicvs (2013).
A ¨Trece cebras bajo la llovizna¨ preceden tres de los poemarios que aún permanecen sin publicar, y me consta que poseen similar rigor lírico e intelectivo. A los 42 años ya el artista no necesita legitimarse. Ha incursionado con éxito tanto en la literatura como en las artes plásticas, el audiovisual y el llamado performance. Recientemente en su exposición ¨Irla¨ —a propósito de la XII edición de la Bienal de La Habana─ uno de sus aforismos ocupó, sobre un acrílico, el centro de la sala. «(…) El que busca renovarse, siempre por imperiosa necesidad y no por fingir, no se paraliza en estilos; los desbarata, los reforma, y se lanza al más allá de las certezas, en fin… tiene que crear o comienza a morir espiritualmente…» La sentencia es la divisa con que Lara asume diariamente la creación artística, sin la cual su existencia no tendría sentido, según me confesó en una de las muchas conversaciones que hemos tenido en los últimos años. Esta nueva entrega posee un ritmo vertiginoso, ametrallador, que nos sitúa como usuarios consumistas de imágenes en internet. Los signos y fantasías visuales que emergen de una (re)lectura asentada y sostenida se apropian, sin duda, de la hibridación cultural de nuestros tiempos. De ahí la velocidad de los mensajes emitidos que, aparentemente, carecen de conexión. En realidad, la imbricación dramática predomina sobre la lexical. «(…) La dependencia engorda a los banqueros y la televisión se aspira por la nariz. No pocas veces me pregunto qué es la esperanza (…)». Este recurso estilístico funciona como un mecanismo que desconcierta, pero que al mismo tiempo nos envuelve en la red del lenguaje y, por qué no, del referente aludido. La intensidad combina con la fluidez y el laconismo de la expresión a la vez que conecta con un ¨automatismo síquico¨ que pareciera subyacer en los versos. Tal como si el instinto y el reflejo del inconsciente frenasen la injerencia de la razón, se deja ver la imagen profusa y estéril del sujeto posmoderno cuando no halla su lugar en el mundo e ignora el sentido de su existencia. «(…) Hay que consumir hasta que se gasten los huesos (…)» dice el artista con el sarcasmo a prueba de balas, y más adelante expresa «Yo sueño con un enorme campo donde irrumpa mi equipo ante la enardecida multitud y el futbolista predilecto patee un largo balón contra las vidrieras del mundo». Como vocero de los trasiegos sobre los que se avalancha el ser humano de hoy, Lara catapulta la ansiedad, la asfixia y sobre todo el engranaje sociopolítico como síntomas característicos del estrés de la civilización contemporánea. En ¨Algo de cinismo no viene mal¨ y en ¨Somos tan débiles¨ refleja con magistral síntesis estos y otros problemas.
El poemario en su conjunto no aspira a una unidad temática general. Sin embargo, la libertad del ser humano es su denominador común y una de las mayores preocupaciones del autor, motivo que articula el perfil filosófico de las composiciones. En uno de sus más extraños y viscerales poemas escribe:
Una Eva con nuez de Adán muestra sus tetas/ ante un público desaforado;/ otra sus bíceps, los poderosos tendones de sus muslos./ ¿Estaremos mutando?/ Me sumo a los vítores de una libertad/ que se eleva con bocanadas de humo.
«No existe razón para ocultar mi pensamiento», expresa sin temores el artista. Su mirada descree de los falsos ídolos, de la obediencia ciega e inerte y responsabiliza al poder omnímodo. La multiplicidad de temas es caudalosa y he ahí uno de los ejes medulares del libro: su afán de totalidad, su avidez cosmopolita, el deseo de indagación en la conducta humana de todos los tiempos (algo que advierto también en su obra plástica, con perdón de los expertos en esa materia). Es notorio, además, el poder de síntesis que alcanzan estos poemas. El acento desenfadado dota al libro de un embrujo profanador que dispara directamente a la cara del lector hondas implicaciones éticas, y así expresa: «(…) Mi primer amor fue mutilado por un acto sutil de racismo. Ella era blanca y se llamaba Kenia, como el país del este africano (…)». O más incisivo aún, cuando asevera que «(…) el Pentágono estrangula estrellas para sobrevivir (…)».
La sinceridad y, sobre todo la eficacia poética, con que Lara penetra las zonas sensibles del panorama sociopolítico, lo salvan del panfleto que, como sabemos, dañó mucho a la poesía de los 60, cuando predominaba la ilusión de que esta podía cambiar el mundo. El compromiso con su realidad y su historia, que al fin es la historia de todos, eleva la trascendencia del poemario. En uno los poemas leemos: «(…) Las computadoras son protegidas con aire acondicionado en una entidad aledaña, y es lógico que así sea, aunque a mí me reviente el calor y la nostalgia (…)». «Lo que no acabo de entender es por qué prueban nuestra capacidad de resistencia en la oscuridad». El sutil tránsito que experimenta el artista entre uno u otro poema, los cambios de registros que van desde lo pasional a los desgarrados espejismos o paradojas de la realidad, aseguran la intención de omnipresencia del sujeto lírico. La unidad del discurso poético radica en la voz de este sujeto que se mueve en un tiempo presente, con reiteradas incursiones al pasado, pero al final con los ojos puestos en las posibles catástrofes de un futuro no muy lejano. Por eso rompe de manera premeditada toda frontera espacial y temporal (para Octavio Paz «lo que pasa en un poema, sea la caída de Troya o el abrazo precario de los amantes, está pasando siempre»), recrea mitos, yuxtapone temas en apariencia distantes o contrapuestos. En esta línea son abordadas por ejemplo, las cuestiones relacionadas con la infancia como influjo, apetencia o estado definitorio que estampó su sello de vida: «(…) En el huerto de mi infancia nadie acechaba y mis amigos de entonces respetaban el alto al fuego»; o temas como Facebook, Google, la Playboy, la Penthouse, los Reality Show, los Bondage, etcétera.
El reconocido poeta César López, premio Nacional de Literatura, expresó en torno al quehacer poético del autor: «Lara, al igual que en su obra plástica, muestra en la poesía los vaivenes y toques de diferentes estéticas y tonalidades». Sin admitir cercos a su creación, este poeta y artista es uno y al mismo tiempo muchos. Su verdadera identidad parece ser la facilidad con que se desdobla en diferentes modos de expresión artística, cuya esencia siempre transita por la experiencia de lo conocido o por el misterio de lo desconocido, o dicho de otra manera, la construcción subjetiva del mundo, como le oí decir al poeta y ensayista Roberto Manzano en ocasión del cumpleaños 70 de nuestra Lina de Feria, una de las voces imprescindibles de la lírica cubana. Por otro lado, ¿cómo podría faltar el humor o a veces el sarcasmo en sus poemas? Si bien expresa el poeta en uno de sus aforismos: «Ya no ironizo y si lo hago es en la hondura de mi perspicacia», en ¨Trece cebras bajo la llovizna¨ abundan los saetazos de naturaleza lúdica, de trasfondo incisivo y cuestionador. Algo equivalente podría decir sobre el constante y sutil erotismo que se respira en el libro. Las referencias al sadomasoquismo, al bondage, striptease y otras prácticas carnales o simplemente placenteras, intentan explorar más que censurar. En el poema ¨Levitación¨ se funden el humor y lo erótico con una gracia extraordinaria.
¿Quién eres tú, quién eres? —pregunta desesperado el autor a God de Magod. En ¨Trece cebras…¨ la interrogación sigue en pie, pero ya Lara penetra en otros abismos de inquietud, alejado tal vez de ciertas apetencias, para hacer y deshacer en la poesía con el espíritu del que ha vivido y viajado por el mundo, y sabe que este no es un lugar agradable y la existencia es precaria, mezquina, a pesar de que los medios de comunicación del capitalismo intenten edulcorarla. Títulos como ¨Agujero negro¨, ¨El instituto Tavistock y las zanahorias¨ y ¨Deseos, peluches preferidos¨ ya no son meros coqueteos de gravedad, sino el resultado de una cosmogonía personal, de una toma de conciencia contra lo que no ha demostrado su eficacia y daña al hombre, y ensombrece su conducta. En numerosos poemas lanza un ataque feroz contra algunos de los trastornos que agobian a la humanidad, fomentados desde un poder destructivo. En el poema ¨Tentáculos¨ dice:
Los groupies saquean las farmacias en busca de antidepresivos./ Los héroes caen al césped y un autogol zanja la diferencia,/ de momento, en la final de un Mundial lluvioso./ Pero ¿quién asegura que el Reich de los mil años concluyó/ en abril del 45 en medio del deshielo de la primavera?/ ¿Quién dijo que suprimir el estrés ocupa agendas?/ ¿Quién dijo que la asfixia dejó de ser un problema,/ que el desalojo, las deudas con los bancos o el desempleo/ no son formas de exterminio masivo bajo otras circunstancias?/ ¿Quién en la vieja Europa no toma antidepresivos para olvidarse/ del Tercer Reich, la amenaza de hambre o las agendas engañosas?
En el poema ¨Oración a las borrascas universales¨, perteneciente al libro Domos magicvs, Lara expresaba que «(…) No son las leyes las que dicen: Sálvate (…)N o es la vida la que dice: Sálvate (…)». La intensidad del texto radicaba en una suerte de alarido o retrato sicológico de la conducta humana trazado desde la incertidumbre, o desde una fe dañada. ¿Será que el sujeto aborrece repasar su propia existencia o es que acaso la necedad consume la vitalidad del espíritu? Los 66 poemas que reúne bajo el sugestivo título de ¨Trece cebras bajo la llovizna¨, no constituyen respuestas o explicaciones baratas que la poesía jamás debe pretender, buscan la imantación catártica a partir de la experiencia y los tormentos mentales de un creador que privilegia una mirada redentora hacia el ser humano.
La poesía cubana se enriquece con este poemario. Cuba tiene una sólida vanguardia poética que hunde sus raíces no solo en su rica tradición, sino en otras no menos relevantes. Ninguna poética, por muy exótica o lejana que sea, ha sido ignorada por los poetas cubanos. Su vocación de universalidad ha derrotado la maldita circunstancia del agua por todas partes. La historia espiritual del país se puede seguir a través de su poesía. Esto lo afirman estudiosos más autorizados que yo. En medio de tanta riqueza, se yerguen los poemas de ¨Trece cebras bajo la llovizna¨, escrito por un poeta y artista tenaz que no cesa de crear, porque aprecia su tiempo y siente el compromiso de expresarse como un fuego que lo consume por dentro. ¿Acaso debo añadir algo más?