por: Alberto Marrero
Dos poetas se abrazan en un libro: Lina de Feria y Jesús Lara Sotelo. La primera nacida en Santiago de Cuba en 1945 y el segundo en la Habana en 1972. A pesar de que entre ambos median tres generaciones poéticas, existen ciertas afinidades estéticas y éticas que en su momento expondré. Cuando Lara nació, Lina ya había publicado su cuaderno Casa que no existía, galardonado con el premio David en 1967, junto a Cabeza de zanahoria de Luis Rogelio Nogueras. Luego tardaría veinte años en publicar su segundo libro que tituló, con acierto, A mansalva de los años, un texto que significó lo que algunos estudiosos han llamado —salvando las distancias— el ¨deshielo¨, como la novela homónima de Iliá. G. Ehenburg.
No es la primera vez que escribo sobre la obra de Lina de Feria. Años atrás, reseñé Antología boreal, un volumen que recoge hasta la fecha de su publicación en el 2007, lo más significativo de la labor poética de esta autora. En él no se incluía, como es lógico, Ante la pérdida del safari a la jungla, aparecido más tarde y que obtuviera el premio de poesía Nicolás Guillén en el 2009, así como otros cuadernos más recientes como Jaque a la muerte (2015) y Las nuevas soledades (2016).
Con motivo de la XXV Feria Internacional del Libro de La Habana, que como sabemos se le dedicó a Lina y también al escritor, etnólogo y folklorista Rogelio Martínez Furé, Premio Nacional de Literatura 2015, fueron reeditados libros de la poeta, entre ellos, Casa que no existía, Ante la pérdida del safari a la jungla, La belleza de lo entendible, este último una selección ampliada de sus textos, donde aparecen algunos escritos a continuación de su primera antología y otros, inéditos, pertenecientes a cuadernos no publicados como El libro de los espejismos (un hermoso poemario dedicado al pueblo palestino) y Sobre Ernesto Guevara y el resto de los hombres. De modo que los lectores tienen ya a su disposición la obra, casi completa, de esta excepcional creadora durante más de cuarenta años, a la que se suma este breve cuaderno titulado Lina de Feria y Jesús Lara Sotelo. A dos manos que publica la Colección Sur.
Sobre la poesía de Lina han escrito prestigiosos críticos, poetas y ensayistas de nuestro país y de otras latitudes. Sin excepción, todos coinciden en calificarla de una poeta singular, de escritura tensa, indagadora, exigente con el lenguaje, ora angustiosa, ora de una vitalidad sorprendente, siempre en un tono que suprime la desfachatez y la iconoclasia gratuita, con una vocación de universalidad que, sin embargo, no la aleja de sus circunstancias concretas. El afán confesional de sus poemas la emparenta con lo mejor de la lírica de nuestra lengua. Nada en ella desentona ni aun cuando describe situaciones extremas, muchas veces fruto de sus propias vivencias. Su arduo vivir subyace en sus textos con una dignidad a prueba de todo. Desde Casa que no existía hasta Las nuevas soledades, Lina mantiene una gradual reelaboración de sus temas capitales, entre ellos el de la soledad, acaso el más relevante de su poética, según palabras del reconocido crítico y ensayista Enrique Sainz en el prólogo a Antología boreal, una exégesis que muy bien puede extenderse hasta la actualidad. En más de quince poemarios se aprecia una constante búsqueda de una espiritualidad que yo no interpreto como mística (quizás la haya, pero de manera subrepticia), sino como estallido del sentimiento ante las pérdidas, las frustraciones, la agresión a la intimidad, el aislamiento y otras terribles paradojas de la existencia. Esto último me trae a la memoria aquellos versos de Casa que no existía cuando la entonces muy joven poeta expresaba: «aunque hay algo vivo en todo/ creo que nunca acabaré de comprender la vida».
En todos los poemarios de Lina el lector podrá apreciar su gran poder de asociación; las múltiples referencias culturales, filosóficas, históricas e incluso mitológicas que poseen sus versos; el flujo de imágenes y metáforas trascendentales, iluminadoras; también el frecuente uso de la alegoría como recurso expresivo. En mi reseña sobre Antología boreal, publicada en La Gaceta de Cuba en el 2014, afirmaba —y hoy lo sostengo—, que Lina tiene el don de la opulencia y la perpetua extrañeza, la visión y lucidez de las poetas asombrosas que no paran de crear, aun en las circunstancias más hostiles. Con el oficio de la palabra y una imaginación inquieta, sabe hilvanar lo que pretende y encontrar el equilibrio necesario para lograr el efecto deseado. Me atrevería a afirmar que siempre lo supo, desde su primer libro.
En sus dos últimos cuadernos Lina no desfallece. Baste citar un fragmento de ¨Las nuevas soledades¨ (un evidente homenaje al gran poeta español Luis de Góngora) para que se comprenda mi aseveración:
Buscando en los límites de la tierra/ pensé en las cosas frágiles que aún viven/ y no hubo serenidad para mi mente./ Caída mustia/ del golfo iconoclasta que se desmiembra/ y varía el mapa/ con una centuria de fuego en su interior./ Preguntarme las cosas/ es sazonarme la vida/ con ideas que nacen de las perturbaciones hondas/ de mi divagar./ Góngora estuvo hace siglos/ en la circuncisión de la palabra/ y degustando el tiempo/ dividió su barcarola en mitad pez y mitad agua.
En este nuevo cuaderno, compartido como ya anunciamos con el poeta-pintor Jesús Lara, dice en el poema ¨Blindaje¨: «A veces/ no solo en la guerra/ existen los blindajes:/ yo conozco un emparedado/ más allá del de Poe/ que eternamente lanza/ aullidos/ sobre todo en las noches de lluvia/ y nadie lo rescata/ blindado como está/ a cal y canto».
A los setenta años Lina todavía logra mantener la frescura de un discurso con alma, carne, huesos, paisajes desolados, reflexiones amargas, metáforas audaces y a veces vítores de una fugaz alegría. Es obvio que ya no es la misma de Casa que no existía, pero mucho de aquella muchachita tenaz, valiente, de ojos velados por un ahogo indescifrable, que no era miedo ni resignación, se mantiene vivo, indeleble, eterno.
En torno a la poesía de Jesús Lara Sotelo también he escrito reseñas y varios prólogos a sus libros que ya abarcan casi una veintena entre publicados, inéditos y en proceso de edición, dentro y fuera del país. Si bien su obra pictórica, escultórica y fotográfica ha sido más visible, su poesía se ha ido imponiendo poco a poco en el panorama actual de la literatura cubana como una voz destacada que acusa, entre otros rasgos, un elevado índice de contemporaneidad.
Otros, como el poeta y crítico Virgilio López Lemus señaló más recientemente: «Este es un poeta que no quiere expresarse solo con palabras, sino también quiere que las palabras expresen ideas, me parece que Lara está en el camino, es un hombre joven, un artista en la plenitud, está en el camino de convertirse en un creador de una poética, una poética que generalice su obra, que atrape toda la obra de él, tanto lírica (…) como la pictórica, yo creo que un poeta que logre reunir una obra global por medio de una poética pues está haciendo un aporte notable a la cultura de una nación donde no es frecuente este tipo de juego entre la palabra y la pintura».
Este autor ha acreditado una poética escritural que, si bien parte de experiencias cruciales como foco catalizador, se puede desplegar en infinitud de vertientes, aristas o esferas. El sujeto lirico de sus poemas es múltiple. Por las páginas de cualquiera de sus libros desfilan personajes inadaptados: locos, suicidas, desesperados, alcohólicos, asesinos, masoquistas, pirómanos, artistas, mujeres fatales, etcétera. Cada uno tiene su propia historia que cuenta con agudas pinceladas, sin extenderse demasiado, yendo directo al núcleo de la tragedia que los desgarra. Creo que en este sentido Lara (como todos los poetas que lo han leído, casi sin ninguna excepción) le debe consciente o inconscientemente a la Antología de Spoon River, del poeta estadounidense Edgar Lee Masters, uno de los libros más extraordinarios de la primera mitad del siglo xx y en general de la poesía contemporánea.
El lirismo que emana de muchos de sus poemas es otro aspecto que no quisiera dejar de resaltar. Un lirismo no complaciente ni empalagoso, a veces crudo, desgarrador, forjado con las entrañas. Léase, por ejemplo, el excelente poema titulado ¨Tréboles¨:
Pasaré cuando los tréboles estén cortados/ (dicen que mezclados con el heno nutre a las reses)./ ¿A qué huelen las flores del trébol?/ Tengo dolor en las rodillas./ Llevo siglos soportando el dolor/ de caminar sobre pastos imaginarios./ He sido sabio pero también ingenuo./ Todo radica en la manera de sacar el espíritu a la luz./ Pálido, bajo el primer aguacero del verano, / recojo un trébol de cuatro hojas./ ¿Un trébol de cuatro hojas podrá salvarme?
He sido testigo —hasta donde esto es posible—, de los procesos creativos paralelos de Lara. Es decir, pinta, modela y escribe en diferentes horas del mismo día. Lo hace porque según él lo que lleva al lienzo o al barro puede tener su equivalente en palabras, y porque las imágenes que aparecen en sus poemas o textos híbridos son tan plásticas (dibujables, modelables) que sería un crimen dejarlas sin el soporte mágico del lenguaje. «Todo se puede decir, moldear o pintar, aunque nunca alcanzaremos la plenitud de lo que sentimos», me ha dicho con una sonrisa ancha, como si me estuviese expresando una idea elemental. Sus exposiciones personales Yo también sueño con serpientes (2013), Seda y Acero (2015), o la serie más reciente titulada Por los aires, fueron concebidas a la par de varios de sus cuadernos como ¨Trece cebras bajo la llovizna¨, ¨Amaranto¨ y el propio Lebensraum, por citar algunos ejemplos.
Los veinte poemas de Lara que aparecen en Lina de Feria y Jesús Lara Sotelo. A dos manos bajo el título ¨La noche del árbol quemado¨ son solo una pequeña muestra del quehacer de este talentoso artista dotado de una extraordinaria imaginación. Su poesía incursiona en casi todos los temas de la contemporaneidad con un lenguaje que se mueve entre lo coloquial y lo lírico, entre la claridad y ciertos hermetismos, entre asperezas y versos de alta orfebrería. Poco o nada escapa a la mirada incisiva de este creador intranquilo, audaz, no pocas veces irreverente, fantástico, realista, hereje, soñador, lúdico, lascivo y, sobre todo, comprometido con su tiempo.
En resumen, cabría preguntarse: ¿qué afinidades unen a estos dos poetas tan distantes generacionalmente? Me aventuro a decir que una serena connivencia frente al dolor y la soledad expresada en versos de una hondura poco frecuente en estos tiempos, pero también una mirada rebelde hacia la desidia existencial y un sentimiento insobornable por la salvación del Hombre en un mundo que se autodestruye y que merece otro destino.
8 de febrero de 2016