por: Alberto Marrero Fernández
Hasta hace unos minutos no conocía personalmente a Jesús Lara Sotelo. Sobre su obra pictórica sí conocía opiniones de boca de amigos entendidos. Ah, los amigos que saben mucho te ayudan a veces a rellenar hendijas, furnias de ignorancia, fruto de la desidia o del dichoso tiempo que nunca alcanza, pretexto al final de mediocres. Recuerdo adjetivos tales como audaz, extraño, diferente, ilusionista, transgresor, paisajista del reverso, de lo que está detrás, como decía Whitman. No sé si tenían razón. No podría asegurar lo que otros claman luego de recibir el hechizo directo de sus lienzos, cerámicas, instalaciones. De sus libros publicados tenía noticias, buenas noticias. Alguien dirá: ¿entonces qué rayos hace presentando un libro de un artista que apenas conoce? Justa pregunta. La única respuesta sería que lo hago porque me gustan los desafíos, el reto de leer hasta la madrugada a un poeta que desde el primer verso del libro me provocó, como hacía mucho ya que nadie me provocaba. Por eso estoy aquí. Por eso intentaré convencerlos, no de mis razones, mejor, de mis obsesiones, si no de las de este raro ejemplar de poeta, pintor, ceramista, escultor, fotógrafo, ilustrador, típico ser del Renacimiento, diría, que se filtró hasta aquí por nadie sabe qué oscuras oscilaciones, a través de sucesivas mutaciones quizás, aprovechando fisuras, rendijas del tiempo.
Leyendo el prólogo del crítico y ensayista Rufo Caballero, coincido con él en su valoración de la poesía de Jesús. Rufo afirma: «El autor escribe como quien tiene conciencia de que funda un lenguaje, de que abre un mundo en lugar de reproducirlo». Y más adelante continúa: «Se siente el peso de la palabra, el sonido de las sílabas, la arquitectura de la construcción, la sinuosidad de la sintaxis». Eso fue lo primero que me impresionó. Luego me fueron atenazando imágenes, ora angustiosas, ora de una naturaleza laberíntica que te llevan a preguntas sin aparentes respuestas. La constante interrogación es el signo de este libro: ¿Quién eres tú? ¿Quién eres? Nada nuevo, dirá un escéptico. Y tendrá razón, solo que Jesús se las arregla muy bien para entregar nuevas aristas del dilema, otros tonos que no son los mismos bajo los cuales se han formulado siempre estas incógnitas. Singularidad que asume el poeta a partir de corderos bien digeridos, al decir de Paul Valéry.
Y hablando de corderos, para seguir en la cuerda del gran poeta francés, veo en los poemas de Jesús la imantación que proclamó nuestro Lezama. A las reverencias que Rufo señalaba en su acertado prólogo, yo le sumaría al propio Lezama, a Vallejo, a los poetas del llamado Siglo de Oro español, cuyo barroquismo se respira en este cuaderno de tempranas iluminaciones. Escrito con apenas veinte años, Jesús develó una capacidad de decir y de sentir poco comunes a esa edad. Son muchos los poemas que me impactaron por su agudeza y aún más por esa rara mezcla de pensamiento y emoción con que están construidos. El titulado ¨Devenir¨ es un ejemplo cuando dice:
Las adyacentes tragedias
Las diligentes indagaciones
Y más adelante es ese mismo poema:
Para la próxima urdimbre de otros dramas inéditos,
Inventando argumentos terribles,
Gestando criaturas
Quizás inmunes al amor
Que ignoren el cáustico porvenir
Y no reconozcan la ira que crece del temor.
Siempre he creído que los poetas debemos hurgar en dramas inéditos e inventar argumentos terribles. Lo adyacente escapa muchas veces de la mirada común. La mirada trivial no ve criaturas en la neblina de los días. En cambio el poeta, el verdadero artista, capta esencias, aromas imperceptibles, tonos ocultos, gestos velados tras la maraña de lo cotidiano. Elias Canetti decía que nuestra rabia puede extenderse sobre muchas cosas. Jesús Lara dice que la ira crece del temor. Cierto. No hace mucho vimos un documental donde niños palestinos, aterrorizados desde la cuna por las bombas israelitas, pasaban a la ira, al odio hacia un enemigo que no los ha dejado jamás ser, simplemente, niños. Es un ejemplo de los infinitos ejemplos que sostienen el verso de Jesús.
La respiración del verso martiano atraviesa con hilo de oro todo el poemario. Eso lo infiere Rufo y yo lo sustento. Martiano por ciertas sonoridades difíciles, cierto verso escultórico. Martiano porque los versos no van escritos en tinta de Academia, sino en su propia sangre. Martiano porque ha querido ser leal y si pecó no se arrepiente de haber pecado, como escribiera el Maestro en la introducción a los ¨Versos libres¨.
El poeta sabe jugar con contradicciones, antinomias existenciales, incertidumbres, certezas eventuales, veleidades, azar. Mixtura muy bien las ideas y se escurre astutamente por los meandros del enigma. Sugiere lo conocido y lo desconocido bajo un velo hechizante. Lleva a palabras lo inasible. Sabe que cuando afirma, niega, y cuando niega, afirma. No le teme a la fastuosidad o a la llaneza de una frase. Proclama lo que ha vivido en torrente de un arcano modernismo en época de posmodernidad. No está conectado con tendencias ni pandillitas de poetas histéricos. Parece decir, junto con Valéry: «Me contradigo porque soy hombre». Los poetas de decir absoluto son petulantes, porque bien conocida es la relatividad de la verdad. Por eso no es de extrañar que escriba:
Todo al parecer está en la invisible,
aleatoria impotencia
donde comienza el devenir a refutar su apadrinaje.
El libro sabe también tocar otros bordes, jugar con los límites, gritar, seducir y registrar una etapa en la vida del poeta y en la de muchos cubanos que vivimos acosados por las tremendas consecuencias que provocaron en el país lejanos derrumbes y traiciones. Una trascendental pregunta, otra vez del viejo Elias Canetti, me viene ahora a la mente: «Pero, ¿dónde somos de veras nosotros mismos?». Lo somos en la fuerza y la dureza con que vemos y registramos las cosas. No cabe duda de que este poemario lo intenta. Y digo lo intenta porque nada se logra hasta el final, siempre quedan cosas por decir o cosas que, simplemente, no pudimos expresar. No somos dioses y el autor lo sabe. Nuestra mortalidad nos pone límites a todo lo que ambicionamos.
Por último quisiera llamar la atención sobre la relación pintura-poesía. A mí me parece que Jesús escribe pintando y que pinta escribiendo. Esto parece galimatías, o trabalenguas, o adivinanza infantil, perogrullada quizás. Lo que quieran. Pero sospecho que pintor y poeta están unidos por un mismo flujo, nadan en una misma corriente, miran en una misma dirección. Nadie se asombre, a veces ocurre lo contrario cuando en un creador confluyen muchas maneras de expresión artística.
Comencé diciendo que no conocí a Jesús Lara en persona hasta hace unos minutos atrás. Mentí. Lo comencé a conocer desde que me adentré en su laberinto poético, en sus ¨Nobles intenciones¨, en su oda proscrita, en sus ¨Áureos brebajes¨, en su ¨Redención¨ y también en su ¨Paroxismo¨ y en sus ¨Postreras confesiones¨, títulos o versos de este intenso y extraordinario poemario que recomiendo como alimento o aventura del alma.