por: Pedro Oscar Godínez
Quizás para comenzar estas breves, brevísimas disquisiciones definitorias acerca de la poética de Jesús Lara, recogida en su más reciente obra publicada, Mitología del extremo, habría que plantearse, o re-plantearse inquisitoriamente ¿qué es o qué no es ese corpus de pensamientos, de agudas reflexiones, de afinados y afilados juicios o razonamientos, filosóficos, éticos o estéticos, según sea la naturaleza de los mismos, llamado ¨aforismo¨?
Para ello tal vez valdría la pena recordar que los aforismos encontraron, quizás, a sus más altos exponentes y cultivadores en el pensamiento de Hipócrates y del general espartano Temístocles, el legendario héroe de las batallas de Salomina y Maratón contra el persa Jerjes, de quien resulta harto conocida, quizás no tanto hoy —aunque debiera de serlo, de acuerdo con los signos de estos tiempos apocalípticos de guerras y catástrofes—, la frase lapidaria: ¨Pega, pero escucha¨. Así como en la escritura fabuladora o constructora de mitos de Esopo y Samaniego, cuando, valiéndose de estas vigorosas y certeras estructuras lingüístico-lexicales y literarias, de marcado contenido moralizante, ensalzaban o elogiaban, condenaban y enjuiciaban críticamente, tanto actitudes, vicios y defectos de hombres, sistemas de gobierno, políticas y hasta a sociedades enteras, enseñando o más bien señalando el culto de virtudes y bondades y el ejercicio de lo justo y lo verdadero como código de conducta, como regla o método o como simple guía.
El tema generalmente grave y doctrinal de estos apotegmas o máximas nos convida a detenernos en sus enunciados, incitándonos, a la vez, a la profundización en el análisis de los asuntos, planteamientos, ideas o temas de que son portadores.
En realidad el Lara lírico-filosófico que aflora en ellos nos acerca aquí a sus más escondidas concepciones, preocupaciones e inquietudes ontológicas, sicológicas, morales y sociales, entregándonoslas o más bien iluminándonos con la sabiduría que hay en ellas, muchas veces extraída de angustiosas y dolorosas experiencias personales, como en la ya aludida cita de Temístocles, tal y como en este caso el mismo autor de estos aforismos nos lo deja entrever en sus palabras prefácicas o preambulares, a manera de simple confesión.
Dicho, acertijo, refrán o proverbio, sentencia, máxima, pensamiento o apotegma, estos aforismos —literatura también, al fin y al cabo— nos ofrecen un interesante muestrario o conjunto de juicios y de apreciaciones o valoraciones sobre diferentes aspectos de la compleja realidad, de la vida en general y del mundo en que moramos y vivimos, enfocados por una pupila individual que no deja escapar el más mínimo detalle o fragmento que ha sido objeto de su atención o análisis.
Pero justo lo que realmente toca más nuestro interés tal vez sea la concisión y el poder de síntesis con que están armadas, construidas, hechas, estas composiciones, en las cuales la economía de recursos y la precisión del lenguaje empleado para definir tópicos o simplemente transmitirnos pensamientos, sentimientos y estados de ánimo o lucubraciones intelectuales sobre determinadas zonas de la realidad constituye, sin lugar a dudas, el aspecto primordial que las fundamenta o sostiene.
En este sentido es bueno recordar que el aforismo, más allá de su génesis misma, tiene, en cuanto a sus características esenciales de estructura y contenido, muchísimos puntos de contacto o de coincidencia con otras formaciones que le resultan análogas o semejantes, tales como el socorrido epigrama, gracias al que precisamente el chileno Nicanor Parra consiguió renombre internacional, el salmo o cántico con que está compuesta toda la armazón literaria de la Biblia, como los salmos de David, por solo citar un ejemplo, el haikú de los japoneses, los rubáiyát o cuartetos con que el gran filósofo, astrólogo y físico-matemático persa Omar Khayyám y el poeta y místico turco Yunus Emre escribieron sus obras hace ya casi un milenio, así como otras variantes homólogas, como el dístico, capaz de atrapar o encerrar en apenas dos versos o líneas estróficas un concepto o idea cabales, en las que el uso de la elipsis como recurso técnico o preceptivo, despeja el camino hacia la perfección, solamente dadas por la claridad y transparencia más absolutas o prístinas en la expresión.
En cuanto al libro motivo de estas palabras o disquisiciones, así, si ya antes, tanto en su obra plástica total, desgajada en disímiles vertientes o direcciones creativas, como son las artes visuales en general, Jesús Lara nos había sorprendido, contagiándonos sus estremecimientos, sus deslumbramientos y pavores, sus pasiones y emociones ideo-estéticos, en esta oportunidad, aquí y ahora, en esta otra faceta disciplinaria suya, con Mitología del extremo nos entrega, precisamente, el otro extremo de su inquieta, casi hiperquinética personalidad, la otra mitad o lado de que está hecho su yo más profundo, incluyendo todo aquello por lo que está compuesto lo más personal de su intimidad y valga la redundancia.
Claramente que no se trata de la opera prima del Lara escritor, pues ya antes este nos había regalado sus poemarios: ¨Paradoja: Capítulo al éxtasis¨, ¨Zen sin Sade¨, ¨¿Llagas inéditas o enojo insomne?¨, ¨Cuarto paso¨ y ¿Quién eres tú, God de Magod?, publicado en octubre de 1991, el cual nos permitía asomarnos, por un resquicio de la poesía, a la parte quizás menos visible de su corazón, a esa zona vedada o espacio hermético solo habitado por sus sueños, ilusiones, esperanzas, angustias, temores, tristezas y alegrías. Así, pues, sin miedo a caer en el resbaladizo terreno de la hipérbole y más allá de la simple loa por la loa misma, puedo decir que los amantes de la obra plástica de Jesús Lara tienen a partir de ahora, con la aparición de Mitología del extremo, la magnífica ocasión de conocer más de cerca al artista-escritor, adentrándose en el laberinto de sus reflexiones, enfoques, puntos de vista, propuestas, conceptos, críticas, negaciones y afirmaciones sobre determinados aspectos o esquicios de cuanto acontece a nuestro alrededor y dentro de nosotros mismos, siempre sobre la base subjetiva de sus experiencias y vivencias individuales, con las que, lógicamente, podemos estar de acuerdo, aceptándolas como propias e incorporándolas a nuestro arsenal personal, o, por el contrario, oponerles resistencia, estableciendo con ellas un enriquecedor debate o controversia téte á téte.
Por lo demás, la invitación a leer y apreciar Mitología del extremo queda ya hecha y el libro guarda impaciente para sus lectores la virginidad de cada una de sus páginas.
La Habana, 16-21 de abril de 2010