por: Yanet González Portal
foto: Adrián Garrido
A un artista total y diverso como Jesús Lara no podía nacerle una poesía distinta a su esencia. Con Lebensraum, el siguiente libro del pintor podemos ya percibir la perfección y el desenlace de ese ejercicio capital en Lara Sotelo.
Este cuaderno que fue publicado a principios de 2016 bajo el sello de la Colección Sur editores, ha suscitado relevantes observaciones a la obra inédita y al quehacer desconocido de la escritura que, como hemos visto, este pintor cubano ejerce desde principios de los años 90.
Con Lebensraum a Lara pareciera no quedarle ya nada que decir porque “es una summa”, como escribe en su prólogo Francisco López Sacha.
Esa osadía que desborda al poeta se traduce desde el propio título del libro, que en su original alemán significa espacio vital. En ese territorio existe un sujeto lírico que denuncia la escasez que a veces lo ha llevado hasta la asfixia. En Monólogo bipolar leemos:
«De cierto modo siempre he sido un impedido del espacio. Primero estuve aplastado en el vientre de mi madre (…) Luego llegaron las innúmeras formas de opresión».
Bien conocido y demasiado hermoso nos parece entonces el lebensraum del poeta. Aquí todo está dicho con absoluta perfección.
Una vez más Lara sorprende con la sabiduría y libertad que le confiere a la palabra. El artista despunta en el dominio del tono narrativo, que suma a lo efectivo de un lenguaje que inquieta y domina al lector ante las inusitadas asociaciones: «Soy contorsionista y mis huesos vienen en una maleta que adquirí en el corte inglés», o «Antes fui un árbol. Me talaron junto a otros con grandes altavoces y sierras asesinas».
En las prosas poéticas de Lebensraum Lara concibe el espacio para la agudeza y las angustias que oscurecen su mundo moral: el hombre en su cotidiano extravío. Mutante y liberado aparece en este libro donde abundan los contrasentidos.
Si en el Guggenheim de Bilbao la lividez de una muchacha lo llevó a un acto de contorsión inesperado y la llovizna de Londres lo hizo correr debajo de mil paraguas, es en Cuba donde el poeta halla un argumento crucial para sus escritos: «Quizás los que nacimos en una isla llevamos siempre el mar en la cabeza, salpicando los pensamientos, hundiendo algunos ideales».
Tanto en su poesía como en su obra en las artes plásticas Jesús Lara salda sus deudas y cierra espacios temporales. Digamos que es el precio para quien lleva una bala debajo de la lengua y para quien declara no creer «a nadie que no haya dormido sobre la hierba simple…».
Los ultimátum su siguiente libro fue escrito a continuación del Lebensraum. Esta consecución y las que sobrevendrán hasta principios del año siguiente recuerda la disyuntiva de Rufo Caballero cuando intenta hallar el sustrato detrás de la catártica producción de pintura abstracta que Lara realiza hacia 1992 con una paleta muy sombría.
En este caso el desbordamiento y la continuidad de la línea dada (e ligne donèe) de la inspiración, origina un singular y variado número de títulos que sin duda pasarán a ser un suceso distintivo en la cronología de la vida del poeta. Lo escrito en los libros podría revelar alguna que otro razonamiento, pero en Los ultimátum aparecen claves que apuntan al desarrollo que comenzó con una tendencia autorreferencial, por ejemplo, en su poema Menos mal: «Yo era tan solo un niño clavado en un columpio […] A veces he pensado que Dios también padece de asma y tiene heridas de guerras».
En este «El sujeto lírico y el narrador se piden un espacio para sintetizar en imágenes el proceso de salvación del artista, la superación de una educación ambigua, que no dejaba resquicio a la personalidad, y el asalto a la consumación, a la libertad y a los dibujos»[i]— la explicación de López Sacha abre un concepto en esta poética que es el asalto a la consumación, ¿acaso toda la poesía de Lara no nace y acaba en un fin idéntico?
Si tanta palabra escrita (y no publicada) es motivo de asombro para quienes conocen o no al pintor, lo dicho en sus posteriores Irla I, Train surfing (Irla II), Non legor, non legar y Los pájaros de Hitchcock acabará por dejarnos atónitos a los que ya estábamos boquiabiertos.
En las Irlas hay, a decir de la citada investigadora literaria Cira Romero un ejercicio imaginativo “como destilación alquímica”, donde fluyen continuamente las “peripecias anecdóticas”. Y advierte:
«En esta rara mezcla se consuma el fantasma autoral de Lara, convertido él, casi, en una especie de zona franca de la poesía cubana actual»—. «Cuidándose de no desapartar su diálogo del mundo que lo rodea, repudia, sin embargo, el color local y la cubanidad postiza»[ii].
Para Romero (sus) islas funcionan como blancos que apuntan a otros límites “causantes de los desenlaces ominosos y la clarividencia poética”. Allí define esa posibilidad de Lara para ver desde «un más allá de sí mismo» que es otra cualidad descollante de su literatura.
De esta cuádrupla de libros que he preferido ver como una continuidad es quizás Non legor non legar el que comprende y explica las dimensiones de ese desafío ‘lareano’ de ver más allá, ese paréntesis, brecha, o autenticidad de su poesía en el panorama literario cubano.
Así lo señala Alberto Garrandés cuando escribe: «Este libro que en español se llamaría “no me leen, no me van a leer”, es desafiante en ese sentido: estoy diciendo una serie de cosas que son cruciales, estoy haciendo una serie de advertencias que son cruciales, estoy subrayando verdades evidentes y no me hacen caso, eso me parece loable, que un poeta se atreva a hacer un libro de esa naturaleza»[iii].
Si en Train Surfing Irla II el poeta ahonda en los disturbios de esa cubanidad que a la vez es cósmica y exultante, en Non legor… Lara reposa de ese exhaustivo denunciar y establece una suerte de declaración, expresa sus códigos y principios poéticos como pude leerse en su poema Salto: «Quisiera saltar al firmamento como una travesura (mi imaginación es simple y a la vez peligrosa como las sacudidas) […]Quisiera que me dijeras lo que no digo o lo que tú no te atreves a imaginar».
Es como si Lara— agrega Garrandés— «con esa mente polimórfica y renacentista que él proyecta en todo lo que hace», se diera cuenta de que (…) «en lo pequeño está lo universal, y lo universal contiene al mismo tiempo lo pequeño».
Non legor… precede a Los pájaros de Hitchcock que es un libro en el que ya está abierto a otra especie de revelaciones también universales sobre la condición humana (su cáliz) y donde declara abandonar el servilismo y lo que puede verse como “accesibilidad poética”. Hacerlo, como escribe en el poema Un gramo de universo en una playa: «es como sacudirse el polvo y tomar/ una ruta agreste».
En su prólogo, titulado precisamente La ruta agreste, Alberto Garrandés declara la relevancia de la obra de este poeta y se pregunta:
«¿Qué significan esos pájaros negros que irrumpen? ¿Son los ejecutores de un gesto metafísico, anclado en el concepto de infracción? […] Jesús Lara (¿un infractor acaso?) se escinde en varios sujetos, accediendo así a emplear varias máscaras».
Las máscaras que identifica Garrandés se corresponden con aquellos ‘personajes’ que en un análisis posterior identifica en los dobleces que Lara Sotelo crea para lograr una ubicuidad de su voz en varias historias y acabar el paisaje, siempre pintoresco, de la condición humana.
¿Pero, qué concluye el poeta en este libro? En primer lugar, que tiene el privilegio (y el deber) de continuar escribiendo “en el gran lienzo que es la memoria” (último poema del libro) porque «en cualquier hombre el futuro puede ser pasado o viceversa».
Según Garrandés, Lara intuye «que el espíritu humano es contagioso, viral, reproducible como un gesto que se mimetiza debido a oscuras inclinaciones del alma». Pero qué representaciones tiene ese gesto, esa cualidad. Disímiles son las enunciadas por el poeta, los incendios, los shows televisivos, el sexo o «Nada tan irresoluto (…) como un cuerpo que alguna vez nos hizo perder la cabeza».
Para evaluar la explicación que Lara otorga a esas oscuras intenciones humanas Garrandés cita a George Steiner (París, 1929) dice Steiner: “el lenguaje es la creación incesante de mundos paralelos y alternos” y concluye que en el caso de Lara el lenguaje ya funciona como sustento del espíritu y el intelecto.
Pienso que en Lara la asociación de ambos provoca esas capacidades alternas, esos saltos hidráulicos[iv] que Lina de Feria (Santiago de Cuba, 1965) advierte en su poesía y que pueden también sustentar el tránsito de los libros anteriores a un volumen breve, límpido, tanto en la palabra como en sus preceptos como es Un milímetro de jardín.
«Sorprende el cambio de registros con los que el poeta Jesús Lara Sotelo es capaz de transitar, desde los más ásperos problemas universales hasta una intimidad dolorosa, tierna y no exenta de conflictos», explica Marilyn Bobes en su valoración crítica de este poemario[v]. «Libro íntimo y colectivo al mismo tiempo [que] seduce por su originalidad»: el tema de la paternidad como principio, como dadora de una filosofía de vida es lo que signa sus siguientes poemas.
La distancia de sus hijas y su corta estancia junto a ellas el poeta lo traduce en un milímetro, en una brevedad que puede equiparar con la belleza de un jardín. Sobre la metamorfosis de la fuerte escritura de Lara hasta ahora, hacia este libro, agrega Marilyn Bobes: «El tono que pudiéramos calificar de menor de estos textos es también un intento de comunicación con la infancia, ese universo que constituye el pasado del sujeto entrecruzado con el cambio de rol de hijo a padre».
En otro análisis realizado por Cira Romero puede leerse:
«Jesús Lara Sotelo no ha inventado la poesía, pero la realiza singularmente. En Un milímetro de jardín Lara Sotelo nos habla en voz baja. ¿En voz baja? Más bien en voz breve: una voz dolorosa, incisiva, a veces sentimental, otras finamente musical, por momentos tajante, como si temiese que la prosa lírica pudiera desencadenar los fantasmas de su poesía interior, vale decir de su íntimo dolor»[vi].
Lo distintivo en este cuaderno es su transgresión, no en cuanto al estilo sino más bien con respecto a lo que hasta ahora existía como ‘la literatura de Lara’. Un milímetro… extiende los posibles cercos que restringen las posibilidades de su obra escrita, otorgándole, como ya lo ha ganado en el terreno de las artes visuales, la posibilidad de la variación y el acomodo en cada manifestación (en este caso registro) en dependencia de sus necesidades creativas.
Para Cira, este dolor del poeta es distintivo, además, porque parte de lo que ella llama la «inesperanza» que asume como parte de su vida: «que dependería del milagro más absurdo y necesario: el de la comprensión, brecha de salvación que compensaría su pena».
El siguiente libro que escribe el poeta bien pudo tener su génesis en este anterior, porque ya el autor no ahonda en la paternidad como condición, sino que regresa al rol de hijo y de infante con sus temores, carencias y recuerdos de niñez. Se trata de Mapa de Ícaro.
El vuelo mitológico y anticipado de Ícaro no fue la experiencia del poeta. La prolongada enfermedad de su infancia le hizo permanecer en el hogar bajo los cuidados y las prevenciones maternas: «… lo verdaderamente mágico de mi madre era que veía a través de mis ojos lo que ya acumulaba mi memoria como la caja fuerte de un banco». Esas acumulaciones fueron las que más tarde estuvieron latentes tanto en sus primeros escritos como en su primera exposición de 1987. Kenia (el primer amor deshecho), la inocencia perdida, los personajes de Disney, las telas y bultos del taller de costura donde trabajó su madre, el asma, los dibujos y el derrame de colores…
Con cada uno el poeta enlaza un mapa que transita entre el pasado y el presente, entre las estancias deseadas en el jardín de la paternidad y las metáforas de su infancia.
Cómo podría explicarse esta representación, esta ambivalencia de sentido establecida en un libro como Mapa de Ícaro. El citado ensayista y crítico Alberto Garrandés lo logra cuando expresa: «...cuando vive dentro de un niño, la atónita congoja del creador, es idéntica, por así decir, a la del hombre despierto en que podría convertirse, con el paso de los años, mientras observa el portento mínimo de su vida»[vii].
Tenemos hoy, por ende, de frente a la cultura y dispuesto a varios acercamientos a un autor “despierto al ambiente”, «no ambiental mucho menos ambientalista» como enuncia el poeta cubano Omar Pérez López (La Habana, 1967) quien es el traductor[viii] de su siguiente poemario Deshielo en el ático.
Deshielo es un libro en el que precisamente Jesús Lara pule ese mirar a «un más allá de sí mismo» que ya ha sido enunciado por Cira Romero, pero, como bien argumenta su traductor, aquí el Yo del poeta está constantemente rodeado de fenómenos ya sean cercanos o lejanos. Fenómenos expuestos por el autor que responden a situaciones extremas, surreales, del pasado o futuras a la vez que las resuelve (el polémico concepto de la diversidad, las razas, el sexo, las plagas…)
Con los poemas Primera, segunda y tercera transfiguración el pintor-poeta destierra todo límite o superficialidades en su escritura. Se declara capaz de romper con la rutinaria vida de Manhattan o vagar por las estepas como una bestia en el frío: «Cuando anochece actúo como un animal con las patas heridas (…) A mis 44 años pienso que todo está desasido de la fluidez del espíritu» […] Soy una sombra y no el hombre que divide la gran manzana transfigurado en el perro».
Pictóricamente hablando— expresa Omar Pérez— [este libro] se trata de una imagen o collage de un blanco y negro de densa textura».
El poeta toma la voz de otros poetas como en el caso de Un hombre sobre la tierra, que dedica al desaparecido coterráneo Ángel Escobar (Guantánamo 1957- 1999, La Habana) donde escribe: «Maybe I migrate from God from time to time, / and from men and generational harassment. (Acaso emigro de Dios cada cierto tiempo y de los hombres y del asedio generacional).»
Con el deshielo Lara asocia el propio desleimiento de ideas perturbadoras para componer un libro que habla de redención y de pérdidas, de ahí la densidad de la palabra y el negro en sus texturas.
Hay una condición precisa de la poética de Lara Sotelo que ha sido descrita de una manera u otra en las críticas y valoraciones a sus libros y es esa condición de “outsider” con la que su traductor lo coloca en una familia encabezada por otros como Holderlin, Adorno, y la unidad Huckleberry-Jim. Lara, como ellos, fortalece sus destrezas en silencio[ix] (ya lo intuyó el también poeta, profesor y dibujante cubano Roberto Manzano [Ciego de Ávila, 1949]) en la ribera de lo postmoderno, contemporáneo, para de vez en cuando ‘emerger en el concierto del mundo’ con un arte nuevo y una fluencia continua con la cultura y saberes universales. Deshielo en el ático es también un libro ecuménico, estado que multiplica con su traducción al inglés, y por tanto, sus posibilidades de comprensión.
Notas:
[i] López Sacha, Francisco (2016) Púrpura profundo. Prólogo. Ed. Colección sur editores. La Habana.
[ii] Romero, Cira (2016) ¨IRLA¨: POEMARIO PARA TODA LECTURA. La Habana.
[iii] Entrevista realizada a Alberto Garrandés como parte del documental Lebensraum, estrenado el 16 de septiembre de 2016, en la Sala Caracol de la UNEAC. La Habana.
[iv] Concepto que expresa Lina de Feria en su valoración sobre el poemario Lebensraum que titula Lebensraum: un acontecimiento. La Habana, 2016.
[v] Bobes, Marilyn (2016) Jesús Lara Sotelo y su milímetro de Jardín. Valoración crítica. La Habana.
[vi] Romero, Cira (2016) Jesús Lara habla en voz breve: Un milímetro de jardín. Prólogo. La Habana.
18 Garrandés, Alberto (2016) Un vuelo cerca del sol. Notas sobre Mapa de Ícaro, de Jesús Lara Sotelo. Libro digital e inédito. La Habana. Cuba.
[viii] Nota del traductor. Deshielo en el ático. Ice-melting in the attic. Edición Bilingüe. La Habana, 2016.
[ix] Manzano, Roberto (2016) Una manera de ser la poesía. Palabras de presentación Antología Poética de Jesús Lara Sotelo. La Habana
YANET GONZÁLEZ PORTAL. Periodista. Ha publicado trabajos periodísticos en el semanario Trabajadores, en Cuba sí y en la emisora Radio Ciudad del Mar.