por: Elisa Alvarez Delgado
De vuelo triunfal se han comportado estos dos últimos años de la carrera literaria de Jesús Lara Sotelo dando paso a lo que podemos entender como una etapa estrictamente productiva y de sólida madurez escritural. La exégesis de su poética, arraigada al sentido humanista que la compone y a un claro afán por esquivar los paradigmas, se acerca cada vez más a un círculo concéntrico que ha venido forjando a lo largo de dos décadas.
El autor aborrece las semejanzas, estima las diferencias que le distinguen del legado cultural. Quizás por sentir «la angustia de las influencias[1]» de las que hablaba Harold Bloom, es que el poeta concibe su propia originalidad en contraste a la de sus predecesores. De tal suerte, ha fundado un modus operandi o estética lareana, particularmente ceñida a su propia cosmovisión del espacio-tiempo.
Todo en ella se descompone, se agrieta o se soluciona; entroniza con el mundo a fuerza de luz, fiel camino a la salvación, o como una oscuridad palpable que atemoriza. Porque cada palabra es como un estruendo en el medio del vacío que no estamos preparados para soportar. «Con frecuencia decir lo que debes vaticina una eventualidad ensangrentada, cuando no una recogida a tientas»[2]. A veces la verdad no quiere ser oída y entonces molesta, estorba, hastía. Así, la ceguera universal rebosa de ignorancia y el alma insolente que decide reflejarlo es acusada de hereje. ¿Acaso el mundo no existe independientemente de su representación?
El precio de ser uno mismo aumenta con las horas que pasan y los riesgos que se advierten al ser «diferente» no se contemplan en los manuales de estudio. Jesús Lara no cuaja en el mundo, quiero decir, cuaja tanto que desencaja. Porque escribe con la urgencia con que corren los nuevos tiempos, con el desencanto de un mundo sometido a la autodestrucción, con el pavor que presupone ser parte de la «masa», con el peso de ser negro y artista, con la levedad con que un padre atiende a las interrogantes de su hija, o con la belleza milenaria de un poeta enamorado.
«Camino con el torso desnudo por la calle G y tú,/Samantha, no sabes nada de mí./Estoy perdiendo peso y a ratos me torno invisible./Temo que el ventarrón me arrastre más allá del arrecife./Nadie me extrañaría ¿lo harías tú Samantha?/(…)[3]» Así de equidistante funciona el lenguaje de Sotelo, extremo, mórbido, excesivo, hilvanado puntualmente por su condición de libertad. ¿Quién alcanza, hoy, un registro tan amplio como este?
A cuarenta y cinco ascienden sus títulos entre publicados e inéditos, mientras abren una brecha en el panorama literario actual, claro está. Ningún escritor cubano contemporáneo ha logrado la intensidad de esas letras que cobran proporciones de culto. Porque, serenamente, Sotelo desmorona las convenciones tras la renovación del lenguaje poético, madurez que constituye una de las instancias más altas de la conciencia humana y una de las manifestaciones más rigurosamente vibrantes de la inteligencia literaria.
Poesía, aforismos, minicuentos, viñetas, ensayos. La voz puede ser tan excelsa, tan rica, tan dilatada y elocuente como a la vez, austera y fría. «Los poetas jugamos con todas las variantes sin aferrarnos a ninguna»[4]. El múltiple desdoblamiento proviene de esa dialéctica refinadísima del autor consigo mismo, con su obra, con la literalidad y la complicidad con el lector que espera de un libro las posibilidades insondables y casi infinitas de la escritura. De modo que la potencia creativa en Lara, suscitadora y enérgica, le ha conferido el don de la arrogancia, de la ironía, del humor y de otras sutilezas literarias prácticamente inabarcables. No existen alianzas a las modas, ni a categorizaciones dogmáticas del saber, lo cual le proporciona un hemisferio poético donde puede elegir afinidades, raíces, alusiones, admiraciones, sin censuras y sin moldes.
Sotelo no postula temas ya conocidos por todos y que continúan siendo objeto de proclamaciones entusiastas. En su lugar, funda una identidad literaria que al parecer no deja de actualizarse, de nutrirse y llenarse, momento este indispensable para las letras cubanas, se consagra una figura que es al mismo tiempo símbolo y ejecutor de esa ruptura.
Notas
[1]Harold Bloom, The Anxiety of Influence: A Theory of Poetry, Nueva York, 1973.
[2] Poema Simulacros y otras tormentas escogido del poemario Poemas Capitales.
[3] Poema El punto G y todo lo demás del poemario El arte del fracaso.
[4] Poema Tropiezos londinenses del poemario Todo se va.
ELISA ÁLVAREZ DELGADO. Licenciada en Historia del Arte. Especialista del Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos. Ha publicado crítica de arte y cine en las revistas Cuba Now, Cartelera ICAIC, Tabloide de Arte Cubano y Trabajadores, entre otros.